Aunque carezco de una adecuada traducción al castellano del término socialité (no obstante que en algunos textos de sociología se refiera a la “socialidad” como la práctica de algunos actores sociales), hay dos cosas que me quedan claras: 1) No responden en lo absoluto a la definición de actor social (podríamos citar a Alain Touraine, por ejemplo, quien lo define muy correctamente); y 2) Su significado podría caer mejor en la de “famosos sociales”, pues lo importante no es a lo que se dedican sino al número de eventos de cierto segmento de la población a los que acuden y cuántas fotos publican de ellos.
Ahora bien, para un medio especializado en la vida social del segmento de ingresos más altos de la población ¿qué diferencia hay entre un socialité y un político? ¿Existe esa diferencia o la línea es tan delgada que ambos se permean? ¿O es posible que un político pueda también ser un socialité sin menoscabo de la reputación de ambos? Creo, en lo personal, que todo responde al contexto, sobre todo cuando recuerdo muy claramente la cínica frase –por llamarle lo menos–, de Carlos Hank González (padre del tan traído y llevado Jorge Hank Rhon), que decía que “un político pobre es un pobre político”
El por qué de la confusión
De unos lustros para acá –y no sé si porque han empatado su nivel de ingresos con los grandes empresarios del país–, algunos políticos han sido adoptados como sus pares por la clase económica más fuerte y sus diversiones no sólo son parte del cobijo de estos medios, sino que ya también lo protagonizan.
El análisis se torna aun más interesante –y más contradictorio para estos medios–, cuando se toma en cuenta la percepción pública que hay sobre los políticos, incluso aquella que existe entre el segmento que constituyen sus lectores y que no los favorece en nada (hay que tomar en cuenta que las encuestas de reputación también son segmentadas).
Es muy común encontrar en las páginas (o versiones digitales) de estos medios, las bodas de políticos (o de sus hijos); reportajes centrales sobre cómo se enamoró y de quién, o cómo y por qué se divorció determinado funcionario público; o los eventos privados donde aparecen ex presidentes y sus hermanos incómodos (ex convictos), o sus hijos, a quienes les faltará todo menos prepotencia (nada más acuérdense de por quién se ausentó U2 tanto tiempo de nuestro país, por ejemplo).
Invitados “de lujo”
Sin embargo, lo más alejado de un mínimo sentido de responsabilidad social (y que a veces es de pena ajena), es la práctica de muchas agencias de Relaciones Públicas que, con el único propósito de lograr la cobertura mediática de su evento –y, por ende, para que presuma a su cliente cuánta gente fue y las páginas dedicadas a éste–, invitan a estos políticos (o a su parentela).
Parece que no están entendiendo que la disonancia que por la mañanas generan los noticiarios, así como las noticias y editoriales de los periódicos con respecto a las actividades de la clase política mexicana y que genera la percepción que de estas figuras se tiene, es cada vez más grande con respecto a lo que publican estos medios.
En un estudio de opinión que hiciera Marketing Workshop hace unos meses con respecto a la percepción que los segmentos A/B de la población en nuestro país tienen de los políticos y sus familias, queda muy claro que es uno de los grupos que más mala reputación tiene, sin importar al partido al que pertenecen o al gobierno al que pertenecieron. Los ubican como un grupo con el que necesitan coexistir –para generar nuevos negocios, quiero suponer–, pero con los que no quieren tener un contacto mayor del estrictamente necesario.
Construcción de Imagen
Sería muy ingenuo pensar que estos medios no reciben algo a cambio por publicar fotos y crónicas especiales de estos personajes.
Los beneficios van desde la compra de espacios comerciales formales, hasta el pago por esos mismos reportajes que se vuelven moneda de cambio al respecto, lo que al final de cuentas y dependiendo de la temporalidad del ciclo político de cada uno de ellos, podría o no ser ilegal de acuerdo con la ley electoral vigente.
La intención –y se ha dicho abiertamente–, es construir una reputación cercana a los segmentos en cuestión, que les ayude a ver al político más “humano” y, por lo tanto, cercano (los ricos también lloran, diría Valentín Pimstein). El caso más flagrante es, sin duda, la promoción que a través de estas revistas se está haciendo de Enrique Peña Nieto, cabeza en todas las encuestas rumbo a las elecciones presidenciales de 2012.
El escritor francés el siglo XVII François de la Rochefoucauld escribió alguna vez que los apellidos famosos, en lugar de enaltecer, rebajan a quienes no saben llevarlos.
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