noviembre 20, 2020

La Revolución

 por Manuel Moreno Rebolledo

Con 110 años de edad, la Revolución Mexicana –impulsada por la pequeña burguesía de la época y con un ideario tan timorato que cobijó sin problema los más de 70 años de “dictadura perfecta” que tuvimos junto con sus secuelas (incluida esta)–, no sólo no ha cumplido con los problemas de justicia social que le dio origen, sino que al paso de los años ha dejado mitos y leyendas, personajes y ritos de los que se han servido todos aquellos que han encontrado muy conveniente tejer, en el imaginario mexicano, héroes y villanos como dos polos que no admiten gradiente, banderas de un nacionalismo tan obtuso como conservador del que hoy se sirve la autoridad desde Palacio Nacional.

Las revoluciones –hay que entenderlo–, las hacen hombres de carne y hueso y no santos, y todas terminan por crear una nueva casta privilegiada, decía palabras más, palabras menos, Carlos Fuentes. Una casta que, en el caso mexicano y heredera de esa revolución, supo sumar a políticos de cualquier ideología, desde los más ambiciosos hasta los más ingenuos, para formar lo que conocemos como el sistema político mexicano. Pasaron Obregón, Calles y Cárdenas (aparentemente distintos entre sí), y dejaron tras de ellos toda la estela que conocemos de cacicazgos, cotos de poder, reparto de posiciones, tolerancia a algunos, represión feroz a otros y una oposición a modo que le servían al sistema para una legitimación al exterior (al interior les importaba un bledo).

Con esas bases, el sistema fecundó, parió y crio la idea de un “nacionalismo revolucionario” que, paradójicamente, alimentó una cultura profundamente conservadora (a veces hasta reaccionaria) y con un profundo desprecio por las libertades y derechos individuales –la ciudadanía siempre estuvo en un plano de complacencia secundaria–.

Nadie sabía hacer mejor esta simbiosis –con todos los involucrados con el sistema– que su creador: lo hizo por mucho tiempo y adiestró a mucha gente en ese oscuro arte de manipular, acarrear, servirse de mitos y personajes, enaltecer a unos, esconder a otros; en resumen, generar clientelas a costa de esa enorme confusión ideológica que representaba meter, en el mismo caldero, a un Lázaro Cárdenas y a un Miguel Alemán, a un Díaz Ordaz y a un Luis Echeverría, y que arrojó como resultado la perniciosa ausencia de un proyecto de país.

Otra de las grandes enseñanzas que dejaron los hijos de la revolución –desde presidentes, pasando por secretarios, subsecretarios, gobernadores, lideres y militantes del partido en el poder, algunos de ellos ya “conversos”–, fue anteponer sus ambiciones personales al bienestar común. De entonces para acá, dos presidentes respondieron a coyunturas históricas nacionalizando dos industrias que ahora aparecen como los grandes bastiones de la inalterabilidad de nuestra identidad nacional (aunque nos cuesten cada vez más dinero): Lázaro Cárdenas con el petróleo y Adolfo López Mateos con la industria eléctrica.

Todos los partidos políticos –y sus personajes más prominentes– se han servido del enorme panteón nacional que la historia oficial nos ha dejado (curiosamente, cuando menos un héroe nacional para cada gusto y color) y que deja en claro que no es casualidad que cuando cada partido gobierna, utiliza los mismos métodos y estructuras que tanto critica de los anteriores.

De ahí que tenemos un Madero (en absoluta coincidencia, tío abuelo de un actual senador por el PAN), del que se ha servido ese partido como su gran prócer en la lucha por la democracia sin importar que haya sido un masón consumado (algo inaudito para los “duros” del panismo) y un ferviente practicante del espiritismo (motivo por el cual el embajador Wilson decidió apoyar a Huerta).

De ahí también que tengamos a un Emiliano Zapata que más que recordado es venerado por la izquierda partidaria del país –y que incluso da nombre a un movimiento emanado del indigenismo y que resulta más simbólico que práctico para esa izquierda mexicana caduca en la búsqueda de héroes o banderas para envolverse en el más obvio conservadurismo–, sin importar que Zapata sea una entelequia que sólo sirve para avivar ese discurso nacionalista que de tan repetitivo se volvió vacío y que no haya sido ese indio oprimido y explotado, sino un pequeño terrateniente por demás sibarita.

A todas esas personas de carne y hueso el PRI los hizo personajes de ficción a su servicio y al servicio de todo aquel al que esa versión romántica de la historia le funcionara y le acomodara. Todos se han servido de ellos y –sin rubor pese a que las otras versiones de esa misma historia han salido a la luz–, siguen celebrándolos tal y como se celebran a sí mismos y al sistema que los creó. Sistema del que nadie (ni político ni agrupación que los cobije), ha quedado impoluto.

Hoy, con la herencia de haber vivido de aquel PRI que mejor se sirvió de tanta figura inmaculada y sintiéndose ‘tocado’ por el verdadero nacionalismo revolucionario, el personaje que aparece como presidente de México revuelve, en su muy particular visión de la historia, nuevamente nombres y hechos con el propósito de –como aquellos viejos libros de texto–, simplificar a su mínima expresión quiénes fueron buenos y quienes malos y, extrapolando el contexto, actualizando a esos buenos y malos siendo él quien representa al ‘pueblo bueno’ y, quienes opinen diferente, los malos de la historia.

Así ha llevado prácticamente dos años de su gobierno, acusando y distrayendo para que nos olvidemos de una realidad que ya deja cien mil muertos y más de un millón de contagios por una pandemia que nunca supo manejar. Entre otras cosas.

Pero –como decía Alexis de Tocqueville–, en una revolución, como en una novela, lo más difícil de inventar es el final y hasta ahora, no lo hemos visto.

Habrá que esperar a ver de qué tamaño viene el desenlace.

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noviembre 07, 2020

No Saber Perder

 por Manuel Moreno Rebolledo

En palabras del joven sociólogo norteamericano, DaShanne Stokes, el significado de la democracia norteamericana en ningún momento implica sembrar el terror.

Mintiendo llegó y mintiendo se va a ir. No he visto, a lo largo de muchos años de observar e interpretar –en la mayoría de los casos, solamente informar–, un gobierno democrático de locura semejante. Es condición de megalómanos y narcisistas nunca reconocer cunado son derrotados. Siempre existirá la acusación bravucona, la acusación provocadora –sin importar qué pase y qué afecte–, el improperio simplista de culpar a los demás (o al mundo entero si es necesario de una conspiración) en contra del ombligo del mundo.

Siempre existirá en las mentes de pocas sinapsis lanzar la palabra fraude sin importar que con ella se derrumbe una institución, un sistema tradicional y respetado de establecer relaciones humanas, de establecer la relación de los ciudadanos con sus autoridades; de la gente con el poder. No importa si con eso se daña un concepto cuando el que importa es el gran egoísta; el que no sabe perder.

La batalla por la presidencia de Estados Unidos se ha extendido mucho tiempo después del día de las elecciones porque el perdedor, usando los medios legales a su alcance, está demorando lo inevitable: mete demandas para frenar el conteo de votos; llama a unos votos legales y a otros no, cuando todos los legos le han dicho que no hay votos ilegales, que todos cuentan siempre y cuando hayan sido enviados el día de las elecciones. Pero él está en negación; insulta y culpa a todo el mundo, a la prensa, a los demócratas que en su muy recortada visión del mundo representan ahora al socialismo o, peor (mejor para él) aún, al comunismo.

Votantes cubanos de Miami –que muchos de ellos ni siquiera estuvieron en Cuba–, se meten al mundo según Trump y lo creen. Le dan todo el crédito a quien se comporta como un verdadero líder bananero, el fundador de la Internacional Populista, como lo calificara Silva Herzog-Márquez, describiendo que el gorila sudamericano de los sesentas y setentas había migrado para gobernar también Estados Unidos.

Aunque es prácticamente un hecho que la presidencia de Estados Unidos y la vicepresidencia la obtenga la fórmula Joe Biden – Kamala Harris, para cuando escribo el presente texto, aún se advierte la incertidumbre de que los abogados de Trump logren triunfos sobre las autoridades judiciales locales y logren llevar el asunto a la Suprema Corte de Justicia (que ahora considera suya por tener más representantes conservadores) y después de que el 6 de enero sea la Cámara de Representantes la que cante finalmente el nombre del presidente electo.

Para cuando escribo este texto, el conteo en los estados de Pensilvania, Georgia, Nevada y Arizona están pendientes porque, en algún momento, el equipo de campaña de Donald Trump logró frenarlos aludiendo la ley estatal en la materia, que dicta que si los resultados presentan una ventaja (para cualquiera), de menos del 1% –en Arizona es menos del 0.1%–, la contabilidad tiene que repetirse; en otro estados, como Pensilvania y Georgia, sólo lograron meter más observadores al conteo, sobre todo en estos momentos en que los votos por correo van llegando y se someten al proceso de valoración donde se establece su validez o invalidez.

Desde hace cuando menos un par de meses advertimos, en estas mismas líneas, lo que Trump estaba previendo de la votación vía correo y que estaba tratando de frenarla a toda costa. El primer movimiento fue cortarle todo el presupuesto y a partir de ese momento, comenzar una campaña de desprestigio al Servicio Postal de su país. Él sabía que quien vota por él usa su ejemplo; no prevé el contagio en medio de la pandemia y prefiere el voto presencial que el voto por correo (que ha sido utilizado desde hace ya muchas elecciones) pero que en esta ocasión, por la misma pandemia, sería en mucho mayor volumen y la mayor parte de ese voto –como el voto anticipado–, estarían a favor de Biden.

Ha sido el alcalde de Filadelfia, James Kenney quien, aprovechando las grandes vitrinas nacionales que el día de hoy tienen las entrevistas con todo tipo de autoridad estatal, le contestó a Donald Trump diciéndole que mientras él escupe estupideces, hay mucha gente trabajando para preservar la integridad de la democracia norteamericana.

Personalmente, no puedo calcular el daño que Trump en todo su actuar, desde que tomó posesión hasta estos últimos días, le ha infligido a su país, más que a las estructuras, a la gente, a su sociedad. Ha exacerbado todos los demonios del racismo, del sexismo; ha hecho presente el autoritarismo en un país que no lo conocía; ha vuelto al oscurantismo a un país de innovación; ha desmantelado un sistema de salud en marcha y ha provocado daños mayores por la pandemia que los que se podrían lógicamente esperar; ha traicionado la confianza de sus votantes de ocasión porque no les cumplió en casi cuatro años el bienestar que les hacía prometido; desconoció el compromiso por un medio ambiente mejor para su país y lo regresó a la era del carbón. Ha sido mucho el daño.

Por ahí decía un editorialista del New York Times que a lo que Trump más teme es a ser encarcelado por el daño que le ha hecho a su país. 

No sé que tan probable sea, pero creo que allá sí es posible. Quizá si lo acusaran de traición a la patria...

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octubre 31, 2020

Semejanzas

Por Manuel Moreno Rebolledo

Por muchos años, nos acostumbramos en México a observar figuras políticas –algunos de ellos comenzaban el periodo como legisladores–, que iban avanzando en la preferencia del gran elector para formar parte de su gabinete y luego sucederlo.

Esa costumbre termina en el año 2000 cuando el presidente Zedillo deja de intervenir desde y con recursos del gobierno en favor del candidato de su partido (el PRI), Francisco Labastida, y deja la votación al libre mercado electoral para darle el triunfo al candidato del PAN Vicente Fox. Con Vicente Fox tuvimos las primeras señales de cómo operaba el nuevo mercado electoral mexicano.

A partir de ahí, la observación –a veces muy de cerca, a veces no tanto–, que hemos hecho del comportamiento de las figuras públicas cambió con respecto al que veníamos haciendo por décadas. Se volvió un ejercicio de análisis que, dada la notoria inexperiencia administrativa de los nuevos jugadores, tuvo que prescindir de la vigilancia en el desempeño previo (ya sólo se adivina) y dio paso a la inspección del día a día.

Antes, los elementos de análisis nos permitían elaborar hipótesis de desempeños futuros; hoy, el futuro al que nos someten los funcionarios públicos con su desempeño es cada vez más incierto.

Supongo que eso también comenzó a suceder en Estados Unidos con la llegada de Donald Trump al poder. Supongo también que ese funcionamiento del día a día –más basado en las ocurrencias que en la costumbre de circunscribirse a un plan (en ambos lados de la frontera)–, hizo que nuestra prensa se volviera tan aguda como la norteamericana, que ya nos lleva tanto tiempo de ventaja en eso.

Muchas veces se ha caído en la falacia de aseverar que la prensa es sólo el reflejo de las sociedades que las acunan. Nada más lejos de una realidad cuando las sociedades son pobres, con carencias y, sobre todo, tan poco ilustradas como la nuestra. La prensa de cualquier país –y régimen–, siempre será el reflejo de sus clases medias. Incluso Pravda –el viejo órgano oficial del PCUS en la extinta Unión Soviética–, respondía al sentir de ese porcentaje de la alta burocracia del Kremlin. No a sus bases, pero tampoco exclusivamente a sus líderes. Lo mismo sucede con Granma e incluso con el Diario del Pueblo.

El pasado viernes 30, Donald Trump respondió a un cuestionario enviado por El Universal donde tocó temas concernientes a ambos países, no obstante estar en campaña para su reelección. En dicha entrevista, Trump presumió su amistad con López Obrador “nos agradamos y respetamos, nadie lo esperaba”, resume.

También destacó en sus respuestas que hay algo que –a su parecer– los une: “Quiero hacer grande a Estados Unidos otra vez y el presidente López Obrador quiere hacer grande a México de nuevo”. Más allá de lo que esto signifique en hacerle más empinado el camino a las relaciones México-Estados Unidos en caso de que ganen los demócratas (eso sería motivo de otro análisis), y que sabríamos a finales de la primera semana de noviembre, si bien nos va, el tema es que ninguno de los presidentes ha conseguido para su país esa grandeza que, al menos en intenciones, dicen tener semejanza.

Similitudes hay muchas: el enfrentamiento que ambos mandatarios han hecho a la pandemia y que tiene a los dos países con las cifras de defunciones y contagios que actualmente tienen, no revela otra cosa que una serie de acciones poco científicas e irresponsables tanto en la Casa Blanca como en Palacio Nacional.

Esas semejanzas también se ven reflejadas en el desdén que ambos presidentes han mostrado por las energías limpias y por el desprecio a sus respectivas comunidades científicas. Donald Trump dejó el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático negando prácticamente su existencia y diciendo –literalmente– que se trata de un cuento chino. De este lado, vemos cómo se han dejado de respetar los acuerdos (recién firmados en el T-MEC), donde se deben impulsar las inversiones para conseguir más y mejores energías limpias en lo que se ha convertido en la primera gran necedad de este gobierno: devolverle la productividad a Pemex al costo que sea y haciéndolo sin el apoyo privado. Otro reflejo del desprecio por la comunidad científica, se hizo evidente con la supresión de todos lo fideicomisos (incluso aquellos que daban completo sentido al Conacyt), relativos a ciencia y tecnología.

Ambos presidentes parecen provenir de una era muy remota.

Pero donde más se parecen (y donde quizá hasta se escriban para consolarse mutuamente), es en la victimización que se hacen de la prensa. Ambos se han quejado, en reiteradas ocasiones, de ser el blanco favorito de sus respectivos periodistas; ambos han querido ver una conspiración mediática en su contra y ambos se han puesto, ante sus electores, como los presidentes más atacados de la historia de sus respectivos países.

Uno se ha comparado con Lincoln, el otro con Juárez. Ambos se han visto a sí mismos como la encarnación de sus respectivos pueblos.

De lo que sí no son culpables es de que hayan sido elegidos presidentes. Esa culpa, completa, es de quien les creyó el cuento de que vendrían a corregirlo todo, a acabar con las injusticias y a hacer a sus países grandes de nuevo. No teníamos, como antes con los demás actores políticos, antecedentes de desempeño público, pero sí lo teníamos de sus personalidades megalómanas. Eso debió dar un aviso. 

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octubre 24, 2020

El Presidente en su Laberinto

 Por Manuel Moreno Rebolledo

El dramaturgo rumano Eugène Ionesco fue, quizá junto con Samuel Beckett, el padre de un género dramático llamado Teatro del Absurdo, cuyas tramas aparentemente carecen de significado. Con fuertes rasgos existenciales, se cuestiona al ser humano a través del sentido del humor (aparente, también) pues lo que se pretende es resaltar el drama en un marco de incoherencias y falta de lógica. Sirva lo anterior como marco introductorio:

PRIMER ACTO: GENERAL, YA NO OPINE

Era el día 34 de las campañas electorales para la Presidencia de la República y se conmemoraba el aniversario luctuoso de José María Morelos y Pavón. Salvador Cienfuegos, como secretario de Defensa en funciones, dio un discurso llamando a no dividir a los mexicanos, en un claro mensaje al candidato de Morena, diciendo que aquellos que aspiraran a dirigir este país, deberían seguir su ejemplo de unificación. López Obrador, aprovechó un acto de campaña para contestarle: “Yo le pediría al general, respetuosamente, que ya no opine”.

Hasta ese momento de su campaña –incluso ya casi al cierre–, se advertía en el discurso del entonces candidato López Obrador, un alejamiento de las Fuerzas Armadas del país, bajo la consigna de regresarlas a los cuarteles. Nadie imaginaba entonces –probablemente ni siquiera él–, que estas instituciones serían utilizadas para co-administrar el gobierno, siendo su principal socio con el grave riesgo que conlleva ponerlos a administrar aduanas, puertos, construir y gerenciar aeropuertos, trenes, construir caminos y hacerlos banqueros del Bienestar.

SEGUNDO ACTO: LA PRUEBA INEQUÍVOCA DE LA DESCOMPOSICIÓN DEL RÉGIMEN

Confundido, buscando palabras para no quedar como el marido engañado (siempre el último en enterarse), titubeante más de lo habitual, alcanzó a decir “lamentable, nunca nos informaron nada, no nos consultaron”. Sin embargo al final se contradijo (supongo que no sabía si revelarlo o no) “yo ya sabía porque hace unos 15 días la embajadora Bárcena me comentó que a su vez había escuchado sobre una indagatoria que involucraba al exsecretario de la Defensa, bueno pero a mí no me dijeron nada oficialmente, de gobierno a gobierno […] Cienfuegos es la prueba inequívoca de la descomposición del régimen; no podemos hablar de un narco-Estado, pero sí de un narco-gobierno”. 

Fue lo primero que atinó a decir. Quizá pensando que por qué tenía que haber sucedido justo en el aniversario de la liberación –ordenada por él–, de Ovidio Guzmán. El instinto fue el que probablemente lo ayudó a corregir refrendando la confianza en los actuales secretarios de Defensa y Marina “son incorruptibles”, dijo, intentando salvar también con su discurso a las fuerzas armadas a las que, no queriendo, las había embarrado en su acusación diaria a los neoliberales.

El caso de Salvador Cienfuegos lo había sacado de su zona de confort y no quería que lo notaran ¿cómo hacerle? “Todos los que resulten involucrados en el caso van a ser retirados, suspendidos, si es el caso puesto a disposición de la Fiscalía”. No paraba de hablar aunque nuevamente se estaba llevando entre las patas a una estructura militar cada vez más confundida con su comandante supremo.

TERCER ACTO: EL ÚNICO VOCERO DEL CASO CIENFUEGOS, SOY YO

Ha perdido el control del tema. No es lo mismo amedrentar e insultar a sus críticos que manejar públicamente la decisión de otro gobierno sobre su gobierno –aunque fuera la detención de un presunto delincuente al que él ya había condenado y con esa condena había descompuesto un poco (hasta lo que se ve), su relación con los altos mandos de las fuerzas armadas, esas a las que había consentido tanto y ahora había embarrado con su discurso anticorrupción–. 

¿Qué haría? ¿Se atrevería a insinuar que gracias a su gobierno estuvieran cayendo “peces gordos”, como ya se lo había sugerido Jesús? No. Era demasiado atrevido; además sus incondicionales ya lo daban por hecho, no era necesario repetirlo. Mejor hacer lo que mejor sabía hacer: tomar el micrófono y culpar a alguien.

“De ahora en adelante, el único vocero sobre el caso Cienfuegos seré yo; ni el canciller, ni el secretario de Seguridad, ni los mandos del ejército; sólo yo transmitiré información”. ¿Quién era el culpable? Pues la DEA: hacían lo que querían como lo hacían también Cienfuegos y García Luna –¿cómo se le ocurrió relacionarlos?–. Entraban y salían del país como se les daba la gana “ellos deberían informar sobre todos esos casos en México, seguro ellos convivían con García Luna y con el anterior secretario”.

Estaba confundido. Aunque ya tenía el micrófono y al nuevo culpable, no se sentía cómodo. Como si su pequeño auditorio –ese que lo acompaña ahora todos los días con preguntas aduladoras–, notara su ignorancia, el no saber qué decir ante un problema del que conocía tan poco. Estaba tan atribulado que incluso llegó –supongo que arrepentido–, a defender a García Luna y a Salvador Cienfuegos –eran víctimas de la DEA–; aunque después de ese lapsus se desdijo.

Estaba hecho bolas, más enredado que cuando tiene que explicar algún asunto económico o jurídico. No es lo suyo. Lo suyo es estar en campaña predicando como viejo maestro rural. Tenía hasta la compostura para parecerlo; no para meterse en un berenjenal como este cuando además, su gran amigo de la Casa Blanca, se iba y lo abandonaría a su suerte. Otro problema que se le viene. Otro problema que no sabrá manejar.

Si Cienfuegos pudiera revirarle lo dicho por López Obrador aquel día, seguramente le diría: “Yo le pediría al presidente, respetuosamente, que ya no opine”.

Gracias a Ionesco por la idea. Parece que esta tragicomedia tendrá bastante más futuro del esperado ya que, según sus propias palaras, “nadie es dueño de la multitud aunque crea tenerla dominada”, a final de cuentas, estimados lectores, nadie necesita juzgar la actitud del presidente: baste con decir que quien prefiere hablar del pasado para ocultar tan terrible presente, difícilmente tendrá un futuro.

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octubre 16, 2020

El Nuevo, el Malo y el Feo

Por Manuel Moreno Rebolledo

El escritor suizo Henri-Frédéric Amiel, fue en vida un pesimista irredento. Muy probablemente por el drama de su infancia. No obstante, de la escritura en su diario –que él mismo llamaba “la Farmacia del Alma”–, se sacarían algunos conceptos sobre política que dicen mucho. Uno de ellos, particularmente, señalaba que sin negar los hechos de la democracia, no se hacía ilusiones respecto al uso que se hacía de esos derechos cuando escaseaba la sabiduría y abundaba la bajeza.

La esencia de la democracia es, en principio, la pluralidad de voces, lo que haría suponer que la creación de nuevas instituciones políticas dentro del universo democrático de México, sería bueno. Desafortunadamente no es así. Sabemos muy bien cómo y para qué han sido utilizados los partidos políticos en nuestro país por quienes promueven su creación o, de plano, se convierten en sus dueños. Ejemplos sobran: el Partido Verde, el PT… tal como en su época lo fueron el PARM y el PPS (aunque sus fundaciones hayan sido muy diferentes, la realidad los acabó ubicando en la función que tendrían que desempeñar como parte de este sistema político).

El pasado miércoles 14 de octubre, la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) determinó, por una votación que se dividió a cuatro contra tres, que la agrupación del matrimonio Calderón/Zavala se quedará sólo en agrupación y no como partido político.

En una sesión que se prolongó por poco más de seis horas, respaldaron la decisión que había tomado el INE con respecto a la asociación civil Libertad y Responsabilidad Democrática, exactamente por los mismos motivos. En su proyecto, el magistrado José Luis Vargas defendió la propuesta a partir de que dicha asociación recibió de personas no identificadas aportaciones, tanto en efectivo como en especie, por casi $1.2 millones de pesos. El magistrado Vargas dijo que “no se puede permitir el incumplimiento de obligaciones en materia de rendición de cuentas bajo afirmaciones de que es la autoridad, en este caso electoral, la que tiene la obligación de investigar”.

No estuvo mal. Siempre es de celebrarse que se cumpla la ley hasta en el mínimo detalle. 

Sin embargo, a la hora de revisar a quiénes sí dejó pasar el máximo órgano jurídico electoral, vemos que la medición no fue hecha con la misma vara: Redes Sociales Progresistas, de la profesora Elba Esther Gordillo; Fuerza Social por México, del líder obrero Pedro Haces Barba –así son sus apellidos–; y la resucitación de lo que fue el Partido Encuentro Social (ahora Encuentro Solidario), perteneciente a la red de pastores evangelistas cercanos a la Presidencia de la República, obtuvieron su registro porque el Tribunal discrepó de las recomendaciones hechas por el INE, donde se señalaba que cada uno de ellos violaba la Ley Electoral en diferentes formas.

En los casos tanto de Redes Sociales Progresistas como de Fuerza Social por México, el INE consideró que había suficientes elementos para acreditar intervención gremial en la conformación de sus asambleas; en este último se demostró que algunos agremiados de la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México (CATEM) –que Haces quiere convertir en la nueva CTM al servicio de López Obrador–, tenían puestos y ayudaron en aportaciones, y donde también se aplicó el criterio de fondos no acreditables (como en el caso de México Libre), mismos que excedían el 20% previsto por ley.

También, para los magistrados del TEPJF, el caso de Encuentro Social (hoy Solidario), no tuvo problemas constitucionales –ya no digamos electorales–, de laicidad, no obstante que ya no es un secreto para nadie que Hugo Flores Cervantes, además de ser delegado de la 4T en Morelos, ha pertenecido y pertenece a congregaciones como La Casa de la Roca que –ironías de la vida–, dio en 2006 su apoyo a Felipe Calderón, y que no se deslinda de la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas (Confraternice).

Flores Cervantes, de origen priísta (llegó hasta la subsecretaría del CEN del PRI), rompió con el tricolor para enrolarse en la administración de Felipe Calderón como oficial mayor de la Semarnat, de donde se fue por conflictos con el secretario en turno y, cuando rompe con el PAN, entra al PRD para trabajar en el gobierno del entonces D.F. como director general de Gobierno de la Secretaría local del ramo, entre 2010 y 2012.

El caso de Redes Sociales Progresistas, que dirige Fernando González, yerno de Elba Esther Gordillo, es también muy particular. De acuerdo con lo que ya había acreditado el INE, este partido sólo contaba con tres asambleas válidas, resultado de varias irregularidades, así como haber sido detectadas muchas aportaciones de distintos agremiados del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). El 86% de quienes encabezaron asambleas constitutivas y el 66% de quienes afiliaron militantes son de dicho sindicato. Pero el Tribunal no lo vio (o no lo quiso ver).

Estos tres partidos (el nuevo, el malo y el feo), servirán –no está de más decirlo–, para construir mayorías con el partido en el gobierno al momento de apurar leyes que así convengan a los propósitos del presidente. Propósitos hasta los más indecibles.

Quizá por eso Lamartine decía que las democracias observan más cuidadosamente las manos que las mentes de quienes las gobiernan. 

Mientras, seguimos sin oír ni pío.

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octubre 10, 2020

La Nueva Opacidad

 Por Manuel Moreno Rebolledo

El presidente de la República dio la instrucción. Al no encontrar más recursos de los cuales echar mano para sus programas sociales, para contrarrestar la pandemia de Covid-19, y para algo más que aún no sabemos (y probablemente no sabremos como las campañas de Morena en 2021), los fideicomisos que daban sustentabilidad a los programas científicos, culturales y de asistencia más importantes del país –entre otros–, no existen más.

La gestión de su desaparición estuvo a cargo de Mario Delgado, líder de la bancada del partido en el gobierno quien, además, está buscando por medio de una encuesta, ser electo el nuevo presidente de Morena, lo que implicaría que como parte importante de su trabajo sería el de quedar bien con el presidente, no necesariamente con sus electores.

El razonamiento presidencial –como con todo– fue que los fideicomisos eran administrados en forma poco transparente, lo que acusaba un caso generalizado de corrupción.

Vayamos por partes. Los fideicomisos son contratos entre la administración pública y diferentes instituciones financieras para propósitos específicos, con recursos que pueden venir de diferentes lugares (el mismo gobierno, recursos autogenerados, fondos privados, etc.) y estos contratos salvaguardan el objetivo que parece no entender la 4T, que es asegurarse que los recursos estén disponibles en el tiempo y lugar en que sean requeridos, independientemente de la coyuntura económica. Por poner un ejemplo: la ayuda a pacientes con cáncer se hace llegar independientemente de que haya o no una crisis económica.

Los fideicomisos funcionan básicamente por tres razones: la primera, permiten conseguir los fines para los que existen sin depender de la normatividad gubernamental en materia de adquisiciones (siguiendo con el ejemplo anterior, si se requiere comprar un tanque de oxígeno en forma urgente, se hace); segunda, porque le permiten al gobierno la coparticipación privada en el suministro de recursos; y tercera, porque apoyan al Estado con el copatrocinio de actividades que podrían ser de su exclusividad.

Sobre su opacidad –que fue el pretexto socorrido–, la actual normatividad de los fideicomisos los hace organismos mucho más transparentes que, incluso, algunas dependencias de la administración pública federal actual, me explico.

Hasta antes de su desaparición, esta reglamentación implicaba que ya no hubiera secreto fiduciario, es decir, que ya se podía saber con entera precisión de dónde provenían los recursos y a cuánto ascendían; también, que eran sujetos de la ley de transparencia, es decir, se podía consultar a qué se destinaba cada peso que gastaban; también eran sujetos auditables, tanto por la Secretaría de la Función Pública como por la Auditoría Superior de la Federación; y que, gobernados por Comités Técnicos con representantes de este gobierno, reportaban trimestralmente ante Hacienda y el Congreso, tanto sus ingresos como sus gastos. La diferencia con algunas dependencias del gobierno, por ejemplo, es que en esta administración de cada diez pesos, cuatro se gastan en adjudicaciones directas, según advierte el Instituto Mexicano para la Competitividad, siendo quien más ejecuta esta práctica, la encargada del sector energético de este país y que, curiosamente, fue la administradora de los dineros de la campaña política que llevó a López Obrador a la presidencia.

Los recursos de los fideicomisos desaparecidos, en su conjunto, suman 68 mil 478 millones de pesos de los cuales no se tiene identificado aún qué cantidad es del gobierno, cuánto corresponde a recursos autogenerados y cuánto a donaciones o patrocinios privados. Se desconoce, además, cuánto de esos recursos está ya comprometido por contratos multianuales y cuánto finalmente queda. Eso no le importó al presdiente.

López Obrador, seguramente con el desconocimiento de causa que lo caracteriza, actuó a rajatabla cancelando la operatividad y el destino de los fideicomisos con el objeto de hacerse llegar recursos adicionales. Resulta por demás curioso que esta misma semana, el Ejecutivo anunciara también un acuerdo con un grupo de empresarios nacionales que invertirán en 39 obras de infraestructura (energía, comunicaciones y transportes, agua potable, saneamiento, medio ambiente y turismo), equivalentes a 297 mil millones de pesos. Curioso porque, de ser así, no tendría que utilizar los casi 68.5 mil millones de los fideicomisos a no ser que el destino de estos recursos fuera otro, sobre todo en momentos en que la inversión extranjera directa se ha contraído en forma muy severa.

Lo irónico es que esos recursos –que el pretexto indica que provienen de entidades poco transparentes–, serán suministrados discrecionalmente por el propio presidente quien, paradójicamente, no tiene sobre sí un organismo u oficina que controle esa discrecionalidad y, mucho menos, lo vigile. López Obrador seguramente está proyectando la etapa de cuando le daba “su domingo” a sus hijos dependiendo de cómo se comportaran. Un indicador del populismo es justamente ese: hacer actuar al gobernante como un padre de familia.

A final de cuentas, lo importante es que López Obrador se ha hecho de una cantidad bárbara de dinero que él mismo manejará. Lo hizo a la vista de todos y con el apoyo de sus diputados en el Congreso. La diferencia entre él y los anteriores gobernantes es que estos últimos eran, cuando menos, más discretos.

A la postre –decía Ortega y Gasset–, el engaño resulta ser un humilde parásito de la ingenuidad.

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octubre 03, 2020

No se Olvidará

por Manuel Moreno Rebolledo


Siendo presidente de la Radio Free Europe, una organización de radio auspiciada por el gobierno de Estados Unidos en épocas de la Guerra Fría para transmitir servicios informativos por onda corta a los países de Europa del Este, y en una de sus elocuentes participaciones, James L. Buckley alertó sobre lo que la gente no advierte en la política porque –decía– lo que la gente tarda en notar (si alguna vez lo hace), es que el instrumento de corrupción en la política no es el dinero, sino los votos. Parece, decía, que el tener más votos diera derecho a cometer ilícitos. Más tarde en su carrera se volvió juez federal propuesto por el presidente Ronald Reagan (1985), posición desde donde se opuso, en más de una ocasión a iniciativas del mismo Reagan, aduciendo siempre la independencia que tiene el Poder Judicial de los otros poderes de gobierno.

Esa muestra de independencia férrea, de incorruptibilidad es la que se espera en todo momento de los ministros que componen la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Desafortunadamente, en nuestro caso, no sucede. 

El pasado jueves 1º de octubre, la Corte falló en contra de un primer proyecto de inconstitucionalidad a la consulta popular propuesta por el presidente de la República para juzgar a todos los expresidentes –de Carlos Salinas a Peña Nieto (no hay otro vivo a excepción de Luis Echeverría, que no fue mencionado)–, para investigar y sancionar sobre su eventual comisión de delitos. 

Los magistrados Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena; José Luis González Alcántara Carrancá; Ana Margarita Ríos Farjat; Yasmín Esquivel Mossa y Alberto Pérez Dayán, junto con el ministro presidente, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, fueron quienes impusieron la mayoría de 6 a 5 para que la consulta se declarara constitucional, enviando al Senado un cambio sobre la pregunta hecha por López Obrador, quedando: “¿Estás de acuerdo o no en que se lleven a cabo las acciones pertinentes, con apego al marco constitucional y legal, para emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos encaminados a garantizar la justicia y los derechos de las posibles víctimas?”.

Esta pregunta, vagamente propone que los expresidentes le expliquen a la nación (o esclarezcan), las decisiones políticas que tomaron, dejando de lado las posibles repercusiones que en materia de seguridad nacional, cuando menos, les pudieron haber orillado a la toma de determinadas decisiones.

No es un secreto que los jueces que componen la el Pleno de la Corte sientan apego por el presidente que los nominó en una terna ante el Senado, de la cual resultaran electos. Es el caso de las ministras Ríos Farjat y Esquivel Mossa con López Obrador al igual que el presidente, Zaldívar Lelo de Larrea; así como Gutiérrez Ortiz Mena y Pérez Dayán con Peña Nieto, por ejemplo.

La sumisión al Poder Ejecutivo que mostraron estos jueces podría tener, de menos, un par de explicaciones. La primera deja bastante escozor pues presume –hipotéticamente–, que López Obrador a través de Zaldívar (su incondicional), amagó a los cinco jueces restantes sobre la posibilidad de tener información comprometedora en su poder –en poder del Ejecutivo–. Esta hipótesis se basa en el hecho de que al antiguo CISEN sólo le cambiaron las siglas por CNI (Centro Nacional de Inteligencia), pasándolo de reportar en la SEGOB a hacerlo en la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana que encabeza Alfonso Durazo, cuando quien la controla en forma directa es el propio presidente de la República. Todos saben el tamaño de su cola, pero no le dan importancia hasta que saben que alguien más se las está midiendo.

La segunda hipótesis, dice que los tres más apegados a López Obrador cabildearon con los demás para darle al presidente la consulta popular que tanto quería; es decir, sólo por cumplirle el capricho, para quedar bien y contener a priori la andanada de seguras criticas a la Corte inducidas por el presidente, dedicándose a redactar los suficientes cambios en la pregunta original, como para hacerla lo menos agresiva y comprometedora posible. Con ello, le podrían dar gusto al presidente sin comprometer su cercanía, le darían también un respiro a la Corte de someterse a la agresión política del Ejecutivo y sus ansiosos seguidores y le quitarían la palabra ‘delito’ a lo que quedaría posiblemente en ‘error político’ a juicio de nadie sabe hasta ahora quién.

En ninguno de los dos casos, los jueces estarían actuando conforme a lo que indican sus funciones que es defender y vigilar los medios de control constitucional, entre los que se encuentra la determinación sobre la materia de las consultas populares. Resulta muy extraño que la mayoría de los expertos constitucionalistas consultados por los diferentes medios, como Francisco Burgoa, Octavio Pérez Paz, Alberto Woolrich y Pedro Salazar –este último director del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM–, entre muchos otros, declaraban la consulta como inconstitucional, tal y como fue presentada al Pleno por el ministro Luis María Aguilar.

Es decir que, ya sea por miedo o por adulación, este fallo de la Corte será recordado por mucho tiempo y quedará archivado en nuestra memoria como el intento de hacernos regresar a aquellos tiempos en los que los tres poderes no eran más que damas de compañía del Ejecutivo y López Obrador será recordado también como el personaje que logró reunir los peores vicios de esos homólogos suyos que casi destruyen el país: el autoritarismo de Díaz Ordaz, el perjuicio sin brújula de Luis Echeverría y la torpeza supina de López Portillo. El actual presidente tiene, sin duda, tendencias imperiales.

Cuatro características corresponden al juez –decía Sócrates–: Escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente.

Nos leemos la semana entrante y los invito a seguirme en Twitter: @ManuelMR. 


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