octubre 31, 2020

Semejanzas

Por Manuel Moreno Rebolledo

Por muchos años, nos acostumbramos en México a observar figuras políticas –algunos de ellos comenzaban el periodo como legisladores–, que iban avanzando en la preferencia del gran elector para formar parte de su gabinete y luego sucederlo.

Esa costumbre termina en el año 2000 cuando el presidente Zedillo deja de intervenir desde y con recursos del gobierno en favor del candidato de su partido (el PRI), Francisco Labastida, y deja la votación al libre mercado electoral para darle el triunfo al candidato del PAN Vicente Fox. Con Vicente Fox tuvimos las primeras señales de cómo operaba el nuevo mercado electoral mexicano.

A partir de ahí, la observación –a veces muy de cerca, a veces no tanto–, que hemos hecho del comportamiento de las figuras públicas cambió con respecto al que veníamos haciendo por décadas. Se volvió un ejercicio de análisis que, dada la notoria inexperiencia administrativa de los nuevos jugadores, tuvo que prescindir de la vigilancia en el desempeño previo (ya sólo se adivina) y dio paso a la inspección del día a día.

Antes, los elementos de análisis nos permitían elaborar hipótesis de desempeños futuros; hoy, el futuro al que nos someten los funcionarios públicos con su desempeño es cada vez más incierto.

Supongo que eso también comenzó a suceder en Estados Unidos con la llegada de Donald Trump al poder. Supongo también que ese funcionamiento del día a día –más basado en las ocurrencias que en la costumbre de circunscribirse a un plan (en ambos lados de la frontera)–, hizo que nuestra prensa se volviera tan aguda como la norteamericana, que ya nos lleva tanto tiempo de ventaja en eso.

Muchas veces se ha caído en la falacia de aseverar que la prensa es sólo el reflejo de las sociedades que las acunan. Nada más lejos de una realidad cuando las sociedades son pobres, con carencias y, sobre todo, tan poco ilustradas como la nuestra. La prensa de cualquier país –y régimen–, siempre será el reflejo de sus clases medias. Incluso Pravda –el viejo órgano oficial del PCUS en la extinta Unión Soviética–, respondía al sentir de ese porcentaje de la alta burocracia del Kremlin. No a sus bases, pero tampoco exclusivamente a sus líderes. Lo mismo sucede con Granma e incluso con el Diario del Pueblo.

El pasado viernes 30, Donald Trump respondió a un cuestionario enviado por El Universal donde tocó temas concernientes a ambos países, no obstante estar en campaña para su reelección. En dicha entrevista, Trump presumió su amistad con López Obrador “nos agradamos y respetamos, nadie lo esperaba”, resume.

También destacó en sus respuestas que hay algo que –a su parecer– los une: “Quiero hacer grande a Estados Unidos otra vez y el presidente López Obrador quiere hacer grande a México de nuevo”. Más allá de lo que esto signifique en hacerle más empinado el camino a las relaciones México-Estados Unidos en caso de que ganen los demócratas (eso sería motivo de otro análisis), y que sabríamos a finales de la primera semana de noviembre, si bien nos va, el tema es que ninguno de los presidentes ha conseguido para su país esa grandeza que, al menos en intenciones, dicen tener semejanza.

Similitudes hay muchas: el enfrentamiento que ambos mandatarios han hecho a la pandemia y que tiene a los dos países con las cifras de defunciones y contagios que actualmente tienen, no revela otra cosa que una serie de acciones poco científicas e irresponsables tanto en la Casa Blanca como en Palacio Nacional.

Esas semejanzas también se ven reflejadas en el desdén que ambos presidentes han mostrado por las energías limpias y por el desprecio a sus respectivas comunidades científicas. Donald Trump dejó el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático negando prácticamente su existencia y diciendo –literalmente– que se trata de un cuento chino. De este lado, vemos cómo se han dejado de respetar los acuerdos (recién firmados en el T-MEC), donde se deben impulsar las inversiones para conseguir más y mejores energías limpias en lo que se ha convertido en la primera gran necedad de este gobierno: devolverle la productividad a Pemex al costo que sea y haciéndolo sin el apoyo privado. Otro reflejo del desprecio por la comunidad científica, se hizo evidente con la supresión de todos lo fideicomisos (incluso aquellos que daban completo sentido al Conacyt), relativos a ciencia y tecnología.

Ambos presidentes parecen provenir de una era muy remota.

Pero donde más se parecen (y donde quizá hasta se escriban para consolarse mutuamente), es en la victimización que se hacen de la prensa. Ambos se han quejado, en reiteradas ocasiones, de ser el blanco favorito de sus respectivos periodistas; ambos han querido ver una conspiración mediática en su contra y ambos se han puesto, ante sus electores, como los presidentes más atacados de la historia de sus respectivos países.

Uno se ha comparado con Lincoln, el otro con Juárez. Ambos se han visto a sí mismos como la encarnación de sus respectivos pueblos.

De lo que sí no son culpables es de que hayan sido elegidos presidentes. Esa culpa, completa, es de quien les creyó el cuento de que vendrían a corregirlo todo, a acabar con las injusticias y a hacer a sus países grandes de nuevo. No teníamos, como antes con los demás actores políticos, antecedentes de desempeño público, pero sí lo teníamos de sus personalidades megalómanas. Eso debió dar un aviso. 

Nos leemos la semana entrante y los invito a seguirme en Twitter: @ManuelMR. 

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