En su obra De Oratore (obra que critica y propone la formación del orador de su época –siglo I a.c.–), Cicerón, quien fue político toda su vida e incluso durante un año, en el 62 a.c., fue Cónsul de la República de Roma –con el ejercicio de poder omnímodo que ello implicaba–, le recordaba a los jóvenes que el hecho de no saber (o peor aun, no querer saber), lo que ocurrió antes de que ellos nacieran, significaba que siempre seguirían siendo unos niños, con la inmadurez que eso conlleva y, sobre todo, la irresponsabilidad.
Es increíble que esta arenga –hecha hace más de dos mil años–, siga tan vigente en países con una estructura educativa tan dependiente, tan pobre y tan comprometida como la que tiene México.
Un problema de deficiencia
El conocimiento de la historia es un aspecto de cultura general básico, no se trata de un asunto de ornato o de lucimiento donde la opacidad meridiana es lo que predomina. En lo general es un tema muy serio. Su conocimiento nos ayuda, sin duda en evitar la repetición de errores.
En la industria de la comunicación –que es la que ahora nos ocupa–, ya venga por parte del personal de las agencias o de los mismos clientes, la incultura es una cuestión que destaca escabrosamente.
En nuestra profesión, tener una amplia dosis de cultura general es un apoyo fundamental en –cuando menos–, contextualizar el análisis que hacemos de los destinatarios de nuestros mensajes y, al tiempo, relacionar estos mensajes para que tengan un mayor impacto entre el público a quienes nos estamos dirigiendo. Eso no sólo determinará la estrategia, sino también –en gran medida–, la creatividad.
Los hechos
El pasado 3 de julio, se realizaron votaciones para gobernador en tres estados de la república: México, Coahuila y Nayarit. La victoria del PRI fue contundente en los dos primeros, en el Estado de México, prácticamente arrolló.
En este último estado, hay varios datos que sugieren un análisis interesante: El primero de ellos es que, independientemente de la abstención (casi el 60%), los que votaron por el candidato del PRI fueron en su gran mayoría jóvenes de entre 18 y 25 años. Otros datos publicados por el CIDAC: sólo el 33 por ciento de quienes votaron en ese estado tienen acceso a internet; el 54 por ciento dijeron estar "poco" o "nada" interesados en política; y quienes votaron por el PRI, fueron los de menores recursos y menor nivel de escolaridad.
Estos datos, además de revelar que sigue existiendo la (para algunos) conveniente relación pobreza-ignorancia-participación social, destaca que, al menos en el sentido electoral, se siguen aprovechando de una juventud cada vez menos preparada para que ésta represente un factor de regresión y no de cambio.
Comunicación política
Las estrategias del PRI las conocemos todos. En lo estructural, preservar el estatus quo para que la relación ya descrita continúe, es lo esencial; en lo político, comprometerse a objetivos fáciles de cumplir, cumplirlos y divulgarlos es lo suyo (lo elemental, como combatir al crimen organizado, elevar el nivel educativo o combatir la pobreza no deja votos).
Pero, ¿y los demás contendientes? ¿Qué no tienen equipos lo suficientemente preparados para no saber qué comunicar y cómo hacerlo para convencer, pese a la ley electoral vigente? Que un país entero siga como está no sólo es culpa del PRI, es culpa también de quienes o no dejan que sus expertos trabajen o sus expertos no lo son tanto.
Comunicar la historia ayudaría mucho. La actual ley electoral (que parece que los partidos prepararon a modo para limitar ataques personales o diatribas en contra de ellos mismos), no prohíbe en parte alguna divulgar documentos históricos como elementos de su campaña de comunicación, ya que una cosa es la utilización de calificativos que –con o sin fundamento–, son sólo aposiciones, que documentos que, por verdaderos, hablen por sí solos. Cuando menos una etapa (hacer una campaña sin propuestas no es campaña), de toda su estrategia de comunicación, sería de gran utilidad no sólo para no reincidir en dejar las cosas como están, sino que podría tener en adición, el efecto de ilustrar, e incluso optimistamente hacer que la parte más numerosa de la población, los jóvenes, se interesen en conocer la historia política de su país.