El enorme poeta inglés (por cierto, uno
de mis favoritos), William Blake, escribió en The Marriage of Heaven and Hell, que si las puertas de la
percepción se depuraran, todo aparecería a los ojos del hombre como realmente
es: infinito. Ya que –escribió–, el hombre se ha encerrado en sí mismo hasta
ver todas las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna.
Nada más duro cuando uno de los pilares
fundamentales de las relaciones públicas es precisamente la construcción de
reputaciones bajo el manejo indiscriminado de las percepciones, sobre todo
cuando se trata de generar confianza (tal y como lo expusimos en nuestra
entrega anterior).
Mas duro aún,
cuando todo un equipo de comunicación nada ha podido hacer para cambiar una
percepción negativa, porque no ha sabido cómo presentarle a sus diferentes
públicos, la contundencia de los hechos.
Por muchos años
se ha creído que parte de la perversidad de muchos gobiernos (sobre todo los
que ha tenido este país), ha sido fomentar la ignorancia de la gente o, cuando
menos, incentivar la distracción hacia temas intrascendentes.
Lo menciono
porque si a alguien debemos responsabilizar de que el mexicano sea un pésimo
lector, es precisamente a aquellos que han promovido la sustitución de un buen
libro por una telenovela (por citar un ejemplo), porque no se han encargado de
una obligación insoslayable: vigilar que los medios –sobre todo los
electrónicos–, cumplan con la oferta de sus títulos de concesión.
Ahora que
nuevamente se presenta la oportunidad de dar un salto fundamental de desarrollo
(estamos viviendo un momento realmente crucial para todos nosotros), el
gobierno, aquel que ha inducido esa ignorancia, está siendo víctima de sus propios
yerros pretéritos: muy pocos le entienden, muchos se dejan engatusar por
“apóstoles” del nacionalismo y una gran mayoría está siendo manipulada por
quienes les dicen justamente lo que quieren escuchar.
Muchas veces he
escrito en este espacio que la cultura forma parte absolutamente necesaria para
desarrollar un trabajo de comunicación (de cualquier disciplina). Entender este
y muchos otros contextos históricos es imprescindible para quien se dedica a
esto.
La mayoría, les
aseguro, lo pasan por alto. Prefieren medio entender nuevas tecnologías y
difundir términos de moda (que todos, absolutamente
todos, se encuentran en la cultura base) que ilustrarse para entender mejor
a dónde vamos como consumidores y como país.
Todo esto viene
a colación por la difusión (que debiera desencadenar en entendimiento), de las
campañas que el gobierno ha hecho en favor de sus reformas y que tanto han
incrementado la polarización.
No es una
generalidad pero sí un botón de muestra: en una encuesta que realizaron en un
importante diario, varias personas se referían a que las reformas (que aún no habían sido siquiera discutidas)
no les estaban trayendo ningún beneficio –refiriéndose en concreto a la reforma
energética y la promesa explícita de bajar los precios de energía eléctrica,
gasolina y gas–, porque sus recibos seguían al alza.
De entrada (y
dejando a un lado la posible ignorancia de estos entrevistados), lo más obvio
es que no han entendido a cabalidad tres hechos por su deficiente difusión en
cuanto a contenidos: 1) Las propuestas aún eran sólo eso; 2) Los beneficios no
serán tangibles sino a mediano y largo plazo y, 3) No son propuestas aisladas:
cuando menos la energética está forzosamente ligada a la hacendaria (que es
donde posiblemente se empiecen a ver beneficios en 2014).
Primero, el
gobierno federal tiene que desarrollar una mucho mejor estrategia de
contenidos. Hasta ahora, no sólo no ha sido contundente sino que ha dejado un
enorme margen a la crítica y a la especulación.
Segundo, tiene
que ser mucho más claro y efectivo en lo que comunica: no debe perder el tiempo
y la atención de la gente en figuras retóricas (como la del águila que devora a
la serpiente), ni debe descontextualizar los hechos –como decir que, por
ejemplo, las reformas constitucionales para la reforma energética son
exactamente como las dejó Lázaro Cárdenas–: el contexto era completamente
diferente.
Y tercero, debe
hacer un manejo mucho más eficiente (gráfico) de cifras. Cifras que pongan en
contexto muchas cosas (sólo como ejemplo: cuántos maestros son de la CNTE y
cuántos del SNTE), con el objeto de que se dimensionen los temas que más
pudieran polarizar a la opinión pública.
Decía otro
clásico, el psicólogo francés del siglo XIX Alfred Binet: “La experiencia y el
razonamiento nos prueban que en toda percepción hay trabajo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario