diciembre 29, 2013

Reformas Fallidas

No hace falta un gobierno perfecto sino uno que sea práctico.

Como principio aristotélico suena formativo aunque cada vez –al menos en nuestro país–, se vuelve cada vez más utópico. Además, nadie mejor que nosotros los mexicanos para decir que no siempre el pragmatismo trae una inteligencia implícita en las acciones.

Con el regreso del PRI al poder, muchos se frotaron las manos esperando ese pragmatismo que nos sacara de la inamovilidad que por dos sexenios –cuando menos, seguro es bastante más–, ha demorado ya el desarrollo económico y ese estancamiento que en general se ha tenido y que ha dado crecimientos económicos cada vez menores desde las épocas en que Antonio Ortiz Mena conducía la economía de este país.

Van a ser ya veinte años cuando Ernesto Zedillo pudo medio sortear la crisis que entre él y Carlos Salinas desencadenaron en 1994, pero fueron acciones más urgentes que un pragmatismo real, planeado e ideado por y desde del gobierno del propio Zedillo. No fue así, fueron medidas emergentes que contaron con la condición de cumplimiento de organismos financieros internacionales y una gran actividad a favor de México gestionada en ese entonces por Bill Clinton (a muchos se les olvida la ayuda y el compromiso que mostró con México).

Es cierto, muchos podrán argumentar en favor de los gobiernos de Zedillo y el PAN que los indicadores macroeconómicos se han mantenido con cierta estabilidad (la inflación, por ejemplo, se ha mantenido en cifras no superiores al 5% anual) pero, a final de cuentas, ¿a quién le sirve eso si no hay crecimiento y por lo tanto desarrollo? (Ojo, comparar esto con el pasado tampoco ayuda).

La apertura de México a una competencia económica global en el sexenio de Carlos Salinas, formando EL TLC con Canadá y Estados Unidos ha traído buenos resultados pero han sido completamente exiguos ante las necesidades de un país que ha visto crecer, sexenio tras sexenio, su número de pobres (en términos generales, por supuesto). De la administración de la riqueza que prometió hace casi 35 años López Portillo, hemos venido administrando el crecimiento de la pobreza que comenzó con Luis Echeverría y no termina por acabarse.

Mucho se ha escrito sobre la propuesta fiscal del actual gobierno. No he leído a nadie sensato que se atreva a llamarle “reforma”, simplemente porque no lo es. Luis Videgaray, el secretario de Hacienda insiste en que esta nueva miscelánea estará aprobada antes del domingo. Va a depender mucho, desde luego, de si se logra aplazar la fecha que tiene el congreso de Estados Unidos para terminar el shutdown y que vence este viernes ya que, de no lograrlo no habrá reforma (menos aún una miscelánea) que nos salve: la interdependencia entre México, Estados Unidos y Canadá puede llegar a ser bendición y maldición al mismo tiempo.

Esta miscelánea fiscal es sólo un ejemplo de los “Frankenstein” que ya están armados y de los que nos esperan. Ya vimos una reforma laboral que no toca al apartado B del artículo 123 de la Constitución y que cuando lo toca (con el gremio del magisterio), le quiere llamar “Reforma Educativa” que, al no serlo, tiene al gobierno negociando grandes cantidades de dinero (al SME, por ejemplo, para que ya no le dé su apoyo a la CNTE), y a los ciudadanos del Distrito Federal dándonos el campeonato mundial de la paciencia.

Ya vimos también una reforma en telecomunicaciones que tampoco termina por convencer, en tanto no promete una accesibilidad real a la población a los servicios de banda ancha e incentivando que este pastel se reparta en dos manos, y que propone que una institución, sufragada y emanada del gobierno sea quien regule el actuar de los diferentes concesionarios multinivel que tiene el Estado para explotar radiofrecuencias. Esta reforma no contempla, desde luego y ni por equivocación, un Ombudsman que vigile los contenidos de las concesiones, no para censurarlos ojo, sino simplemente para que den cumplimiento a las temáticas ofrecidas en los títulos de concesión que ganaron y sus debidos porcentajes.

Si la reforma energética va a ser como lo que hemos visto hasta ahora, esperemos como hace casi seis años y también doce y también dieciocho, sólo “una Reforma Posible” que, en términos prácticos, querrá decir que todo sigue igual.

Este es el pragmatismo del nuevo PRI. Finta con un Pacto por México que al único que le sirve es al viejo (y ya muy rancio) sistema político mexicano, donde parece que los grandes partidos de oposición regresan a ser aquellos PARM y PPS que hacían como que se oponían y el PRI jugaba a que era demócrata. De los extremos como MORENA mejor ni hablar. Paradójicamente –por el discurso–, parecen representar un conservadurismo que, por necesidades reales del país, dejó de aplicar hace mucho tiempo y que, aún mandando al diablo a las instituciones prefieren sumarse a ellas porque es mejor estar del lado del presupuesto aunque eso también implique un costo (y muy alto) para los ciudadanos.

El problema es de fondo y es estructural. No en vano el PRI convoca al Pacto por México en momentos en que gran parte de la sociedad (pesa decirlo pero, sobre todo la ilustrada), demuestra cada vez un mayor desprecio por este sistema que ha empoderado a los partidos y sobajado al ciudadano.


Ya no es el tiempo en que los ciudadanos no reclamábamos o permanecíamos callados ante un sistema tan pernicioso como el que tenemos: la conciencia y las nuevas tecnologías lo están permitiendo y cada vez somos más aunque, como decía Moravia, curiosamente los votantes siguen sin sentirse responsables de los fracasos del gobierno por el cual han votado.

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