diciembre 29, 2013

La Izquierda en su Laberinto

Como evolución natural del Humanismo, la izquierda –por definición–, debiera estar motu proprio siempre en revisión y buscando tener la más intensa de las autocríticas. Ese simple precepto es el que determina su acción y su importancia. Todo aquel que tenga el mínimo conocimiento de teorías sociales reconoce la importancia del pensamiento humanista.

La izquierda de partidos en México –y creo que podría extenderlo a gran parte de América Latina–, está siendo víctima de su propia confusión, de no avanzar en los términos en los que el mundo se mueve y pasa por un caos ideológico que, irónicamente, la ha vuelto antidemocrática (los ejemplos de Cuba, Venezuela y recientemente la búsqueda frustrada de reelección indefinida en Argentina pero con posible éxito en Nicaragua lo demuestran).

No pocos fuimos los que testificamos y celebramos in situ la revolución por derrocar una dictadura en Nicaragua y azorados (y claro, desilusionados), estamos viendo como algunos líderes de ese mismo movimiento ahora buscan la perennidad que combatieron. Síndrome que se repite en seis de nueve países latinoamericanos.

En México, hay una enorme confusión provocada por quienes, desde la política, se han autoproclamado de izquierda y que ha creado paradigmas completamente erróneos, me explico:

La formación cívica mexicana ha sido propuesta no con una ideología de izquierda sino con un llamado “nacionalismo revolucionario”, que podría eventualmente tener alguna conexión con una percepción de izquierda pero que –definitivamente y yendo más al fondo de esa idea–, alienta una cultura terriblemente conservadora y en muchos sentidos hasta reaccionaria.

Sería contradictorio asociar cualquier discurso nacionalista con una tradición de izquierda y, con respecto al discurso revolucionario, que sí tiene una obvia afinidad, se encuentra varado en formas de ver esta ideología que nada tienen que ver con el ritmo de los tiempos aunque esto dé pauta para decir una obviedad: hay tantas izquierdas en nuestro país que lo que podría juzgarse es cuál de ellas puede insertarse en un mundo como el que estamos viviendo. Esa realidad no permite romanticismos inviables ni nostalgias de lo absurdo.

La izquierda –por definición también–, debe buscar la veracidad sobre toda realidad y no tratar de engañar prometiendo paraísos que nunca fueron posibles y que se han ido cayendo llevando consigo miseria, represión y haciendo evidentes los peores lastres sociales. Parte de incentivar la justicia social que persigue esta ideología es precisamente fomentar nuevas ideas para alcanzarla.

Sin embargo y en buena medida debido a tanta infiltración de tránsfugas del sistema madre de la política mexicana, la izquierda en nuestro país (en términos muy generales), está atrapada en una cultura y una ideología que conjuga elementos del autoritarismo con argumentos octogenarios que no acaba de resolver.

Por un lado, la izquierda (de ahí su falta de revisión y autocrítica), se sigue viendo a sí misma como oposición cuando es desde hace década y media también gobierno. Nunca la izquierda mexicana había tenido tanta presencia en los poderes de la República como el día de hoy. La izquierda (cuando menos la de partidos) está en las instituciones del Estado pero se sigue diciendo a sí misma que el Estado es el Ejecutivo, y que mientras no consiga la presidencia sigue creyendo que no tiene nada. Eso no sólo la paraliza sino que termina por paralizar al país completo.

Su obsesión por identificarse con los más añejos símbolos de la historia oficial raya en lo absurdo pues las decisiones más importantes, aquellas que pueden definir el futuro de generaciones, las siguen sustentando en decisiones que respondieron a contextos muy particulares que ya nada tienen que ver con la época que nos está tocando vivir. Por eso es que la izquierda de partidos resulta una fuerza política que se ancla para oponerse al cambio creyendo que la negativa a todo lo que venga del gobierno es una alternativa real de transformación.

En ese sentido, debe reivindicar una práctica que nadie mejor que la izquierda puede reclamar como propia: el ejercicio de la razón y de la deliberación. Desde la izquierda es necesario recuperar también el sustento y la construcción de la democracia liberal y un imprescindible anhelo de modernización. Algo con lo que sus liderazgos (todos) parecen estar peleados.

Un acercamiento serio con la academia no le vendría nada mal. La izquierda que por tradición ha tenido ideólogos hoy no tiene intelectuales que le den sustento al debate sobre el rumbo que debe tomar. López Obrador (por hablar de una personificación que acumula un número importante de votos), vuelve explícita la desnudez cultural y la inmadurez civil de esa izquierda que no deja de ser clientelar.

Esta izquierda debe aprender a vivir en el presente y el presente necesita ser interpretado. Los intelectuales son (al menos desde mi perspectiva) esa conciencia que obliga a reconocer dónde están los problemas, a revisar los errores del pasado con verdadero sentido autocrítico y a proponer opciones. Los intelectuales no ensalzan: cuestionan.

En México, López Obrador junto con toda la izquierda partidista –sin reflexión de por medio y sin rubor–, hizo suyas las ideas de un populismo conservador y comenzó a enarbolar las banderas del nacionalismo priísta.

Así, sin la vergüenza propia del conocimiento.

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