Como sociedad, hemos permitido (y nos
estamos acostumbrando a) que la frivolidad se profesionalice.
Estas últimas semanas hemos visto cómo
lo banal es lo que se vuelve tendencia: en las pláticas, en el intercambio
social con sus diferentes herramientas para expresarse; desde los medios
tradicionales de comunicación –electrónicos e impresos–, hasta todos aquellos
que inundan un ciberespacio cada vez más bipolar.
La prelación de las agendas es cada vez
más diversa y la abundancia de sofismas hacen que la confusión crezca
exponencialmente dejando asomar la verdadera naturaleza del perfil de quienes
(por lo general, al menos) poblamos el planeta en esta época.
Nietzsche, completo irracionalista que
creía que el hombre fundamental subordinaba la razón a la voluntad, instinto o
sentimiento, plasmó en La Gaya Ciencia
al ser humano como una entidad que podría soportar más fácilmente la
inconsciencia que la mala reputación, y si la interpretación que de los
símbolos describe en una de sus obras más famosas fuera la acertada (no veo
otra opción), en México el orgullo viviría matando a la inteligencia*, lo cual ya es de por sí elocuente
sobre lo que nos dice del inconsciente colectivo.
Más allá de los actores (que en este
caso son lo de menos), los que quedamos a merced de no tener otro remedio que
ser espectadores de eventualidades le damos preferencia a la conjetura que al
análisis; al prejuicio que nos dan nuestras propias filias y fobias que al
opinar siguiendo nuestra propia conciencia independientemente de la acción o
del actor; le damos prioridad al debate baladí de un tema (que generalmente
está de moda) y olvidamos el fondo y la sustancia –o con el ánimo de
sobresalir, creamos ese fondo y sustancia con más especulaciones y sofismas–,
quedando atrapados normalmente a dos fuegos sin que cualquiera de los que tira,
sepa exactamente por qué lo hace.
En estas semanas, decía, vimos cómo
asuntos como el de Carmen Aristegui y Laura Bozzo (por citar un ejemplo), se
hicieron famosos más por el escarnio que en redes sociales hicieron tanto los
admiradores como los detractores de ambos lados, que por haber descubierto (por
decir lo menos), los ilícitos en que incurrió el gobierno del estado de México.
No está mal que cada quien haga públicas
sus filias y fobias –cada quien tiene el derecho a expresar lo que siente y
hacerlo sin el menor esbozo de censura–, pero es sano que ahí no quede. Todo
elogio y denuesto deberían ir acompañados de muchos tratamientos no superficiales
del asunto. De lo contrario sólo seremos capaces de quedarnos en una especie de
“etapa anal” del razonamiento.
Curiosamente, el crecimiento del rating
es inversamente proporcional al de la objetividad. Vende más ese enfrentamiento
que deviene en exhibición, que los motivos y contexto de ese hecho que se
vuelve espectáculo. Esa “etapa anal” del razonamiento es la masificación de lo
superfluo.
Y todo eso, justamente por su calidad de
“masivo”, paradójicamente nulifica cualquier esfuerzo individual de aportación.
Y el hombre-masa –como lo describe Ortega y Gasset–, cree que sólo tiene
derechos sin creer que tiene obligaciones. Y ahí coincido completamente con el
madrileño en que una sociedad no se construye por acuerdo de las voluntades
sino precisamente al revés: es el acuerdo de voluntades el que presupone la
existencia de una sociedad; acuerdo que precisa la forma en que esa sociedad va
a convivir, el tipo de gobierno que tendrá y la manera de que pueda haber una
oposición al mismo. Cuando Ortega y Gasset escribió en 1929 “La Rebelión de las
Masas”, el mundo no estaba hiper comunicado como lo está ahora. España sufría
el fracaso de la dictadura en la que tanto se empeñó Primo de Ribera y Alfonso
XIII, fracaso que devendría dos años después en la II República.
Los temas eran los mismos, la forma de
actuar de la sociedad era diferente. No estoy incitando a otra revolución que
no sea la del involucramiento del individuo en las decisiones de su gobierno y
con ello ganarse su respeto, dejando de lado el limitarse a criticar porque
está de moda hacerlo y con ello seguir masificando(se) y banalizándose. Hablo
de buscar la mejor manera de formarse un criterio propio y actuar en
consecuencia. Cuestionarlo todo, de todos, es un buen principio.
Cierto, los medios han contribuido
eficaz y eficientemente a que la frivolidad impere y a que la conciencia se
masifique, pero todo en esta vida es corresponsabilidad: La sociedad que culpa
a los medios por lo que no sabe resolver como sociedad, tiene los medios, la
oposición y el gobierno que se merece.
*”Dos animales simbólicos: el águila, que representa el orgullo, y la
serpiente, la inteligencia”. Así Habló Zaratustra (Parte III). 1884.
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