diciembre 29, 2013

Alimentos Transgénicos

No podemos negar –por más que nos empeñemos en ello–, que todo avance de la ciencia se debe principalmente a que el ser humano posee una imaginación muy audaz y un espíritu de aventura realmente indómito. Pensar siquiera que el avance científico –por sí mismo–, tiene propósitos aviesos es caer en los mismos errores en los que cayó, por ejemplo, la Santa Inquisición.

Un siglo antes de Platón, Heráclito –el jónico–, decía que la salud humana es un reflejo de la salud de la tierra. Nada más profético y nada más cierto. La salud del hombre (la social, la psicológica y la fisiólogica) han dependido de los beneficios que la tierra le ha dado o de cómo el hombre la ha modificado para poder servirse de ella. Desde que el hombre es sedentario (en el Neolítico) ha modificado la naturaleza para ponerla a su servicio.

Diez mil años después, nos encontramos discutiendo sobre los posibles daños que los alimentos transgénicos –u organismos genéticamente modificados– podrían hacerle a la naturaleza, al ser humano y (no se ría), a la “soberanía” de las naciones. Diez mil años después de que el hombre modificó la primer espiga de trigo para cultivarla manualmente y cuando menos dos mil trescientos años después de que la Gran Triaca fuera creada y utilizada por Galeno, para comenzar ese gran viaje de modificaciones genéticas que ha sufrido el cuerpo humano, se sigue privilegiando en el debate el posible (y seguramente temporal) perjuicio, por encima de los enormes beneficios que la ciencia nos ha legado.

El ser humano es una pequeña muestra del ser modificado genéticamente. Todos los medicamentos a lo largo de la historia han cumplido una misión: preservar la salud y predisponer el ataque a cualquier enfermedad, desde una vacuna hasta una quimioterapia. No veo a nadie que no quiera vacunar a sus hijos contra la influenza, por citar sólo un ejemplo, debido a que esa vacuna va a generarle las defensas apropiadas a su cuerpo para no enfermar, es decir, va a modificar la química del cuerpo con un propósito claro: preservar su salud.

Es preciso reconocer que en todo este camino la ciencia se ha enfrentado a tres enemigos muy poderosos: la metodología de prueba y error (enemigo que ha sorteado con mucho éxito tomando en consideración un balance general); las personas que abiertamente y con propósitos fundamentalistas se han interpuesto en su desarrollo (y que han generado los episodios más tristes en la evolución humana); y la política, que en forma indirecta genera (y a veces patrocina) tantas teorías de la conspiración como hechos registrados. Nadie encuentra una historia truculenta (o nadie se ha empeñado en sacarla) tras el descubrimiento del Bosón de Higgs aunque su investigación la patrocine Intel (un verdadero monopolio), entre otros.

Adicional a la visión estrictamente científica, otros puntos de análisis son el económico e, irremediablemente, el ideológico. En México, a finales de la década de los 70 y debido a un largo proceso de industrialización del país, así como al retraimiento tan fuerte ocasionado por una política económica errática durante el sexenio de Luis Echeverría, el agro mexicano dejó simplemente de producir granos básicos y se volvió un gran importador de alimentos. No obstante que la dependencia alimentaria del país la tenemos instalada en México desde hace cuando menos 50 años, actualmente hay quienes se siguen envolviendo en la bandera de un nacionalismo que, históricamente, ha sido más un estorbo que un motor de desarrollo. Muchos recordamos cuando, en 1980, López Portillo instaura como parte de su programa de gobierno el Sistema Alimentario Mexicano como la gran solución a la autosuficiencia alimentaria y muchos seguimos recordando cómo fracasa rotundamente.

Después de un repunte en los años anteriores a 1983 –específicamente entre 1979 y 1982–, repunte artificial dado que el SAM se caracterizó por el subsidio a insumos, con tasas de interés preferenciales así como créditos, además de un consumo garantizado gracias a los subsidios a la población, la situación se volvió insostenible. Por un lado, la baja de los precios del petróleo no podían seguir manteniendo el gasto del Estado, no al menos como lo venía realizando y, por otro y como consecuencia de lo anterior, la declaratoria de la suspensión del pago de la deuda, hicieron que el país ya no fuera considerado como agente crediticio por las instancias internacionales.

De acuerdo con datos proporcionados por el Centro de Análisis Macroeconómico (CAMACRO), la importación de granos –especialmente de maíz amarillo–, aumenta gradualmente cada año; en los últimos 20 años, señala CAMACRO (fluctuaciones de por medio), las importaciones de maíz han pasado de 7.7 millones de dólares en 1993 a 180.2 millones en 2013. Más evidencia sobre la dependencia que ya existe en México en el terreno alimentario, no es posible.

Sin embargo, el pasado mes de octubre el juzgado federal Décimo Segundo de Distrito en Materia civil del D.F. emitió una medida precautoria en la que ordena a la Secretaría de Agricultura (Sagarpa) y a la Secretaría de Medio Ambiente (Semarnat) no otorgar permisos a transnacionales como Monsanto, Pioneer, Syngenta, PHI México y Dow AgroSciences para la siembra de maíz transgénico a escala experimental, piloto y comercial en el país. De acuerdo con esto, no sólo se trata de una empresa (Monsanto) la que tiene la exclusiva para generar una dependencia económica, son varias.

De acuerdo también con esto, la experimentación (que podría perfectamente involucrar a centros de investigación de la UNAM y del IPN para su arbitrio), también queda cancelada por un activismo que parece no medir las consecuencias de frenar esa etapa experimental que tanta utilidad tendría.

Un activismo que, al parecer, prefiere que el agro mexicano siga estancado y que el precio del maíz siga en aumento antes de “entregar a intereses extranjeros” “nuestro” maíz (algo que ha ocurrido en los últimos 50 años y que parece haber pasado inadvertido).

Sobre si generan un daño o un beneficio a la salud, cada quien maneja su versión: por cada video viral en contra de los transgénicos, me he topado con cuando menos 3 posiciones de sociedades científicas que avalan que no hay daño alguno en su consumo/utilización. En lo personal, creo que a la larga serán muy benéficos.

Al final y ante la negación de una historia que viene del Neolítico, parece que el activismo es resultado de la fe y de la esperanza, pero como decía San Agustín, la fe se refiere a cosas que no se ven y la esperanza a cosas que no están al alcance de la mano.

Así, para que la cuña apriete.

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