No podemos negar –por más que nos
empeñemos en ello–, que todo avance de la ciencia se debe principalmente a que
el ser humano posee una imaginación muy audaz y un espíritu de aventura realmente
indómito. Pensar siquiera que el avance científico –por sí mismo–, tiene
propósitos aviesos es caer en los mismos errores en los que cayó, por ejemplo,
la Santa Inquisición.
Un siglo antes de Platón, Heráclito
–el jónico–, decía que la salud humana es un reflejo de la salud de la tierra.
Nada más profético y nada más cierto. La salud del hombre (la social, la
psicológica y la fisiólogica) han dependido de los beneficios que la tierra le
ha dado o de cómo el hombre la ha modificado para poder servirse de ella. Desde
que el hombre es sedentario (en el Neolítico)
ha modificado la naturaleza para ponerla a su servicio.
Diez mil años después, nos
encontramos discutiendo sobre los posibles daños que los alimentos transgénicos
–u organismos genéticamente modificados– podrían hacerle a la naturaleza, al
ser humano y (no se ría), a la “soberanía” de las naciones. Diez mil años
después de que el hombre modificó la primer espiga de trigo para cultivarla
manualmente y cuando menos dos mil trescientos años después de que la Gran Triaca fuera creada y utilizada
por Galeno, para comenzar ese gran viaje de modificaciones genéticas que ha
sufrido el cuerpo humano, se sigue privilegiando en el debate el posible (y
seguramente temporal) perjuicio, por encima de los enormes beneficios que la
ciencia nos ha legado.
El ser humano es una pequeña
muestra del ser modificado genéticamente. Todos los medicamentos a lo largo de
la historia han cumplido una misión: preservar la salud y predisponer el ataque
a cualquier enfermedad, desde una vacuna hasta una quimioterapia. No veo a
nadie que no quiera vacunar a sus hijos contra la influenza, por citar sólo un
ejemplo, debido a que esa vacuna va a generarle las defensas apropiadas a su
cuerpo para no enfermar, es decir, va a modificar la química del cuerpo con un
propósito claro: preservar su salud.
Es preciso reconocer que en todo
este camino la ciencia se ha enfrentado a tres enemigos muy poderosos: la
metodología de prueba y error (enemigo que ha sorteado con mucho éxito tomando
en consideración un balance general); las personas que abiertamente y con
propósitos fundamentalistas se han interpuesto en su desarrollo (y que han
generado los episodios más tristes en la evolución humana); y la política, que
en forma indirecta genera (y a veces patrocina) tantas teorías de la
conspiración como hechos registrados. Nadie encuentra una historia truculenta
(o nadie se ha empeñado en sacarla) tras el descubrimiento del Bosón de Higgs
aunque su investigación la patrocine Intel (un verdadero monopolio), entre
otros.
Adicional a la visión estrictamente
científica, otros puntos de análisis son el económico e, irremediablemente, el
ideológico. En México, a finales de la década de los 70 y debido a un largo
proceso de industrialización del país, así como al retraimiento tan fuerte
ocasionado por una política económica errática durante el sexenio de Luis
Echeverría, el agro mexicano dejó simplemente de producir granos básicos y se
volvió un gran importador de alimentos. No obstante que la dependencia alimentaria
del país la tenemos instalada en México desde hace cuando menos 50 años,
actualmente hay quienes se siguen envolviendo en la bandera de un nacionalismo
que, históricamente, ha sido más un estorbo que un motor de desarrollo. Muchos
recordamos cuando, en 1980, López Portillo instaura como parte de su programa
de gobierno el Sistema Alimentario Mexicano como la gran solución a la
autosuficiencia alimentaria y muchos seguimos recordando cómo fracasa
rotundamente.
Después de un repunte en los
años anteriores a 1983 –específicamente entre 1979 y 1982–, repunte artificial
dado que el SAM se caracterizó por el subsidio a insumos, con tasas de interés
preferenciales así como créditos, además de un consumo garantizado gracias a
los subsidios a la población, la situación se volvió insostenible. Por un lado,
la baja de los precios del petróleo no podían seguir manteniendo el gasto del
Estado, no al menos como lo venía realizando y, por otro y como consecuencia de
lo anterior, la declaratoria de la suspensión del pago de la deuda, hicieron
que el país ya no fuera considerado como agente crediticio por las instancias
internacionales.
De acuerdo con datos
proporcionados por el Centro de Análisis Macroeconómico (CAMACRO), la
importación de granos –especialmente de maíz amarillo–, aumenta gradualmente
cada año; en los últimos 20 años, señala CAMACRO (fluctuaciones de por medio),
las importaciones de maíz han pasado de 7.7 millones de dólares en 1993 a 180.2
millones en 2013. Más evidencia sobre la dependencia que ya existe en México en
el terreno alimentario, no es posible.
Sin embargo, el pasado mes
de octubre el
juzgado federal Décimo Segundo de Distrito en Materia civil del D.F. emitió una medida precautoria en la que
ordena a la Secretaría de
Agricultura (Sagarpa) y a la Secretaría de Medio Ambiente (Semarnat) no otorgar permisos a transnacionales
como Monsanto, Pioneer, Syngenta, PHI México y Dow AgroSciences para la siembra de maíz transgénico a escala
experimental, piloto y comercial en el país. De acuerdo con esto, no sólo se
trata de una empresa (Monsanto) la que tiene la exclusiva para generar una
dependencia económica, son varias.
De acuerdo también con esto, la experimentación (que
podría perfectamente involucrar a centros de investigación de la UNAM y del IPN
para su arbitrio), también queda cancelada por un activismo que parece no medir
las consecuencias de frenar esa etapa experimental que tanta utilidad tendría.
Un activismo que, al parecer, prefiere que el agro
mexicano siga estancado y que el precio del maíz siga en aumento antes de
“entregar a intereses extranjeros” “nuestro” maíz (algo que ha ocurrido en los
últimos 50 años y que parece haber pasado inadvertido).
Sobre si generan un daño o un beneficio a la salud,
cada quien maneja su versión: por cada video viral en contra de los
transgénicos, me he topado con cuando menos 3 posiciones de sociedades
científicas que avalan que no hay daño alguno en su consumo/utilización. En lo
personal, creo que a la larga serán muy benéficos.
Al
final y ante la negación de una historia que viene del Neolítico, parece que el activismo es resultado de la fe y de la
esperanza, pero como decía San Agustín, la fe se refiere a cosas que no se ven
y la esperanza a cosas que no están al alcance de la mano.
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