diciembre 29, 2013

TLCAN a 20 años

El próximo 17 de diciembre, se cumplen 20 años de la firma oficial del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN), que entraría en vigor el primero de enero de 1994 y que al día de hoy –y no obstante la incredulidad de muchos y la necedad del nacionalismo revolucionario más radical y su tenencia permanente de “otras cifras”–, le ha arrojado mejores dividendos a México que a sus otros dos socios comerciales.

El camino de este acuerdo fue muy largo y no empezó con Carlos Salinas como muchos piensan.
Desde que Reagan anuncia su candidatura presidencial en noviembre de 1979, ya propone un acuerdo norteamericano que toma forma hasta que él ya es presidente, en enero de 1981, cuando propone la conformación de un “mercado común norteamericano” y que comienza su concreción hasta 1984, cuando el Primer Ministro canadiense, Brian Mulroney se entrevista con Reagan y promete estrechar los lazos (comerciales) con Estados Unidos.

Para octubre de ese año, el Congreso de Estados Unidos adopta el Trade and Tariff Act, una ley comercial que habilita al presidente a conceder beneficios comerciales y establecer acuerdos bilaterales de libre comercio por la libre, es decir, sin pedir permiso.

En 1985, Mulroney anuncia que Canadá negocia un acuerdo de libre intercambio con Estados Unidos mientras que Reagan le informa oficialmente al Congreso su intención de negociar un tratado de libre comercio con Canadá vía Fast Track, (autoridad de promoción comercial) que es un proceso legislativo acelerado que obliga al Senado a pronunciarse durante un plazo no mayor a 90 días sobre la ley de un acuerdo comercial negociado por el Presidente.

Estas negociaciones comienzan en 1986. En los años siguientes se concluye el Acuerdo de Libre Comercio entre Canadá y Estados Unidos en Washington; se firma el Acuerdo y finalmente entra en vigencia en enero de 1989.

Prácticamente al mismo tiempo (1987), Estados Unidos firma un acuerdo económico con México y en 1990, George Bush y Carlos Salinas respectivamente, informan que habrá negociaciones bilaterales a fin de liberalizar el comercio entre México y su vecino. Un mes después, Salinas le propone formalmente a Estados Unidos la negociación de un Acuerdo de Libre Comercio. Las negociaciones por este tratado, a pedido de Canadá, se vuelven trilaterales en 1991.

En abril de 1992 Canadá y México firman un protocolo de acuerdo sobre proyectos de cooperación laboral.

En agosto de 1993, se firma un acuerdo de inicio sobre el TLCAN. El 7 de octubre, el ministro canadiense Michaël Wilson, la embajadora estadounidense Carla Hills y el secretario mexicano Jaime Serra Puche realizan una segunda firma en San Antonio, Texas. Sin embargo, es hasta el 17 de diciembre de ese año cuando se realiza la firma oficial por los dos presidentes –México y Estados Unidos– y el Primer Ministro de Canadá.

A mediados de los 90 y debido a la crisis económica en México, los países del Tratado elaboran una serie de acuerdos para ayudar financieramente a México con una colaboración en el pago de garantía a los ingresos de las exportaciones de petróleo.

Sin embargo, hace 20 años como ahora, las críticas del nacionalismo revolucionario mexicano iban en torno a preservar un proteccionismo comercial que en nada beneficiaba al consumidor y sí a aquellas empresas indispuestas a instalar en sus procesos de trabajo, controles de calidad que las llevaran a ser competitivas en un marco global. Quienes estaban en contra del acuerdo –además de manifestarse en las calles casi como lo hacen ahora con la Reforma Energética–, generaron una expectativa muy diferente a su propósito original: difundieron la idea de que el gobierno había prometido que con este Tratado, la población mexicana igualaría su calidad de vida con la de Canadá o Estados Unidos; nada más ridículo.

En realidad no había muchas opciones. O México entraba al ámbito global de competencia o estaría condenado a ser una ínsula donde el eslabón más importante –el consumidor de productos y servicios–, estaría sujeto a la oferta y no al revés, como en todo el mundo.
Al día de hoy, el TLCAN ha representado un enorme beneficio para México, ha generado un superávit comercial constante sobre Estados Unidos y Canadá, al grado que al término de 2012 (con recesión norteamericana incluida), México obtuvo un superávit comercial sobre Estados Unidos de 61,322 millones de dólares, el tercero más alto del mundo después de China y Japón, y superior al de Canadá, que se ubicó en 31,803 millones de dólares.

Esto nos arroja varias conclusiones, una de ellas sin embargo, es de resaltar: Estados Unidos no es el enemigo (pese a lo que nos han hecho creer tanto ayer como hoy), el enemigo –comercialmente hablando, por supuesto– es China, quien ha ido incrementando sus exportaciones a Estados Unidos en mucho mayor número que México. Créanlo o no, así está la competencia; palabra con la que no se quieren involucrar quienes quieren que el Estado siga como el gran proveedor, extendiendo la mano sólo para recibir.

Pero como decía el novelista y poeta inglés Aldous Huxley, en la mayoría de los casos la ignorancia es algo superable.

Así, clarito y sin prisa.

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