diciembre 29, 2013

La Izquierda en su Laberinto

Como evolución natural del Humanismo, la izquierda –por definición–, debiera estar motu proprio siempre en revisión y buscando tener la más intensa de las autocríticas. Ese simple precepto es el que determina su acción y su importancia. Todo aquel que tenga el mínimo conocimiento de teorías sociales reconoce la importancia del pensamiento humanista.

La izquierda de partidos en México –y creo que podría extenderlo a gran parte de América Latina–, está siendo víctima de su propia confusión, de no avanzar en los términos en los que el mundo se mueve y pasa por un caos ideológico que, irónicamente, la ha vuelto antidemocrática (los ejemplos de Cuba, Venezuela y recientemente la búsqueda frustrada de reelección indefinida en Argentina pero con posible éxito en Nicaragua lo demuestran).

No pocos fuimos los que testificamos y celebramos in situ la revolución por derrocar una dictadura en Nicaragua y azorados (y claro, desilusionados), estamos viendo como algunos líderes de ese mismo movimiento ahora buscan la perennidad que combatieron. Síndrome que se repite en seis de nueve países latinoamericanos.

En México, hay una enorme confusión provocada por quienes, desde la política, se han autoproclamado de izquierda y que ha creado paradigmas completamente erróneos, me explico:

La formación cívica mexicana ha sido propuesta no con una ideología de izquierda sino con un llamado “nacionalismo revolucionario”, que podría eventualmente tener alguna conexión con una percepción de izquierda pero que –definitivamente y yendo más al fondo de esa idea–, alienta una cultura terriblemente conservadora y en muchos sentidos hasta reaccionaria.

Sería contradictorio asociar cualquier discurso nacionalista con una tradición de izquierda y, con respecto al discurso revolucionario, que sí tiene una obvia afinidad, se encuentra varado en formas de ver esta ideología que nada tienen que ver con el ritmo de los tiempos aunque esto dé pauta para decir una obviedad: hay tantas izquierdas en nuestro país que lo que podría juzgarse es cuál de ellas puede insertarse en un mundo como el que estamos viviendo. Esa realidad no permite romanticismos inviables ni nostalgias de lo absurdo.

La izquierda –por definición también–, debe buscar la veracidad sobre toda realidad y no tratar de engañar prometiendo paraísos que nunca fueron posibles y que se han ido cayendo llevando consigo miseria, represión y haciendo evidentes los peores lastres sociales. Parte de incentivar la justicia social que persigue esta ideología es precisamente fomentar nuevas ideas para alcanzarla.

Sin embargo y en buena medida debido a tanta infiltración de tránsfugas del sistema madre de la política mexicana, la izquierda en nuestro país (en términos muy generales), está atrapada en una cultura y una ideología que conjuga elementos del autoritarismo con argumentos octogenarios que no acaba de resolver.

Por un lado, la izquierda (de ahí su falta de revisión y autocrítica), se sigue viendo a sí misma como oposición cuando es desde hace década y media también gobierno. Nunca la izquierda mexicana había tenido tanta presencia en los poderes de la República como el día de hoy. La izquierda (cuando menos la de partidos) está en las instituciones del Estado pero se sigue diciendo a sí misma que el Estado es el Ejecutivo, y que mientras no consiga la presidencia sigue creyendo que no tiene nada. Eso no sólo la paraliza sino que termina por paralizar al país completo.

Su obsesión por identificarse con los más añejos símbolos de la historia oficial raya en lo absurdo pues las decisiones más importantes, aquellas que pueden definir el futuro de generaciones, las siguen sustentando en decisiones que respondieron a contextos muy particulares que ya nada tienen que ver con la época que nos está tocando vivir. Por eso es que la izquierda de partidos resulta una fuerza política que se ancla para oponerse al cambio creyendo que la negativa a todo lo que venga del gobierno es una alternativa real de transformación.

En ese sentido, debe reivindicar una práctica que nadie mejor que la izquierda puede reclamar como propia: el ejercicio de la razón y de la deliberación. Desde la izquierda es necesario recuperar también el sustento y la construcción de la democracia liberal y un imprescindible anhelo de modernización. Algo con lo que sus liderazgos (todos) parecen estar peleados.

Un acercamiento serio con la academia no le vendría nada mal. La izquierda que por tradición ha tenido ideólogos hoy no tiene intelectuales que le den sustento al debate sobre el rumbo que debe tomar. López Obrador (por hablar de una personificación que acumula un número importante de votos), vuelve explícita la desnudez cultural y la inmadurez civil de esa izquierda que no deja de ser clientelar.

Esta izquierda debe aprender a vivir en el presente y el presente necesita ser interpretado. Los intelectuales son (al menos desde mi perspectiva) esa conciencia que obliga a reconocer dónde están los problemas, a revisar los errores del pasado con verdadero sentido autocrítico y a proponer opciones. Los intelectuales no ensalzan: cuestionan.

En México, López Obrador junto con toda la izquierda partidista –sin reflexión de por medio y sin rubor–, hizo suyas las ideas de un populismo conservador y comenzó a enarbolar las banderas del nacionalismo priísta.

Así, sin la vergüenza propia del conocimiento.

Perspectiva

Pensando en un año como fue 2013, decía Françoise Sagan (escritora y cineasta fallecida hace apenas nueve años e integrante de la llamada Nouvelle Vague) en su novela Golpes en el Alma, que sólo cerrando las puertas que quedan detrás de uno, se pueden abrir ventanas hacia el futuro. Preocuparse por los tiempos que vienen es –en legítima defensa–, una ocupación adicional a las muchas que debemos tener para concretar acciones que nos permitan vaticinar que “ese” futuro siempre puede ser mejor.

Hace tiempo, Merca2.0 me invitó a participar en una encuesta sobre algunos aspectos que en nuestro ámbito de acción se preveían para el siguiente año. Me aventuro a vaticinarlos para este año:

Cinco características que debe tener un mercadólogo:
a) Conocimiento profundo del entorno y su impacto en los mercados.
b) Propuestas que apoyen el crecimiento del país.
c) Más conocimiento sobre las posibilidades que las IMC’s le ofrecen.
d) No tener en mente premios de publicidad: los premios no generan consumidores ni hacen ganar dinero.

Jerarquización de disciplinas de mercadotecnia (en función de resultados):
1. Comunicaciones Integradas
2. Relaciones Públicas
3. Promociones y otras actividades BTL
4. Investigación
5. Publicidad

¿Por qué?
Se ha demostrado que una adecuada combinación de disciplinas bajo una misma estructura de trabajo creativo y operativo, aportan mayores beneficios para los clientes y un esquema mucho más rápido de recuperación de la inversión; esto sólo es posible lograrlo a través de un esquema de integración. Por otra parte, y dado que el consumo no tendrá un crecimiento óptimo, el trabajo comunicativo deberá enfocarse más en el awareness y en el acercamiento directo con el consumidor o usuario, que centrarse en una sola disciplina.

¿En qué consistirá un buen mix de medios? ¿Cuáles son los medios que más ayudarán a una marca y por qué?
Es difícil definirlo pues depende mucho de cada marca y del sector al que vaya dirigida. Por ejemplo, las marcas de lujo deberán considerar un mayor impacto a través de Internet, de medios escritos especializados, así como con presencia, patrocinio y organización de eventos donde la marca sea protagonista. Por otro lado, si se trata de marcas de consumo masivo, los canales de distribución ofrecerán mayores posibilidades de acercamiento con el consumidor, lo que seguramente los convertirá en el medio más buscado; aparte de éstos, una buena mezcla se lograría utilizando además, en ese orden, medios exteriores, participación en eventos públicos masivos y medios electrónicos –principalmente radio–. Ahora que, si de lo que se trata es de un lanzamiento, la mejor opción sería la publicidad televisiva, siempre acompañada de publicities, radio, medios impresos, exteriores e Internet.

Es imprescindible recordar que es un año con Mundial de Futbol, eso ofrece –aunque a tarifas muy altas–, grandes posibilidades de exposición a través de la TV abierta.

Cinco aspectos que una agencia de publicidad deba tener para ofrecer un mejor servicio al anunciante:
1) Entender que la creatividad debe responder a una metodología de trabajo que forzosamente debe incluir conocimiento y cultura. Una organización de comunicación, sin un parámetro adecuado de cultura general entre su personal, no tiene segundas oportunidades.
2) Debe reconocer las limitaciones propias de su trabajo y tener la honestidad necesaria para decirle a un cliente sólo lo que la publicidad puede hacer por él.
3) Debe prepararse, desde la cabeza de la organización, para enfrentar los nuevos retos de calidad comunicativa contra presupuesto.
4) Debe preparar cuadros para ser capacitados en la integración de disciplinas de comunicación, para ser competitivos a largo plazo.
5) Su trabajo creativo debe enfocarse a la transmisión de emociones.

Tres cosas para las que no sirven las redes sociales:
1. Para establecer relaciones duraderas (tanto personales, como marca-cliente).
2. Para el diseño de comunicaciones formales.
3. Para manejar información estática. La dinámica de sus contenidos será esencial.

El gran escritor científico Arthur C. Clarke, autor de 2001 (llevada magistralmente al cine por Stanley Kubrick), decía irónicamente que el futuro ya no es lo que era, y tenía razón. Hasta hace relativamente poco, existía la falsa creencia de que la publicidad era condición para una comunicación comercial exitosa. Las opciones que tanto las nuevas tecnologías como la imaginación de comunicólogos y mercadólogos, así como la investigación social, e incluso las crisis nos han traído, refuerzan la idea de que la publicidad es sólo una disciplina más (igual de importante pero igual de prescindible), dentro de una estrategia de comunicación integral.

TLCAN a 20 años

El próximo 17 de diciembre, se cumplen 20 años de la firma oficial del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN), que entraría en vigor el primero de enero de 1994 y que al día de hoy –y no obstante la incredulidad de muchos y la necedad del nacionalismo revolucionario más radical y su tenencia permanente de “otras cifras”–, le ha arrojado mejores dividendos a México que a sus otros dos socios comerciales.

El camino de este acuerdo fue muy largo y no empezó con Carlos Salinas como muchos piensan.
Desde que Reagan anuncia su candidatura presidencial en noviembre de 1979, ya propone un acuerdo norteamericano que toma forma hasta que él ya es presidente, en enero de 1981, cuando propone la conformación de un “mercado común norteamericano” y que comienza su concreción hasta 1984, cuando el Primer Ministro canadiense, Brian Mulroney se entrevista con Reagan y promete estrechar los lazos (comerciales) con Estados Unidos.

Para octubre de ese año, el Congreso de Estados Unidos adopta el Trade and Tariff Act, una ley comercial que habilita al presidente a conceder beneficios comerciales y establecer acuerdos bilaterales de libre comercio por la libre, es decir, sin pedir permiso.

En 1985, Mulroney anuncia que Canadá negocia un acuerdo de libre intercambio con Estados Unidos mientras que Reagan le informa oficialmente al Congreso su intención de negociar un tratado de libre comercio con Canadá vía Fast Track, (autoridad de promoción comercial) que es un proceso legislativo acelerado que obliga al Senado a pronunciarse durante un plazo no mayor a 90 días sobre la ley de un acuerdo comercial negociado por el Presidente.

Estas negociaciones comienzan en 1986. En los años siguientes se concluye el Acuerdo de Libre Comercio entre Canadá y Estados Unidos en Washington; se firma el Acuerdo y finalmente entra en vigencia en enero de 1989.

Prácticamente al mismo tiempo (1987), Estados Unidos firma un acuerdo económico con México y en 1990, George Bush y Carlos Salinas respectivamente, informan que habrá negociaciones bilaterales a fin de liberalizar el comercio entre México y su vecino. Un mes después, Salinas le propone formalmente a Estados Unidos la negociación de un Acuerdo de Libre Comercio. Las negociaciones por este tratado, a pedido de Canadá, se vuelven trilaterales en 1991.

En abril de 1992 Canadá y México firman un protocolo de acuerdo sobre proyectos de cooperación laboral.

En agosto de 1993, se firma un acuerdo de inicio sobre el TLCAN. El 7 de octubre, el ministro canadiense Michaël Wilson, la embajadora estadounidense Carla Hills y el secretario mexicano Jaime Serra Puche realizan una segunda firma en San Antonio, Texas. Sin embargo, es hasta el 17 de diciembre de ese año cuando se realiza la firma oficial por los dos presidentes –México y Estados Unidos– y el Primer Ministro de Canadá.

A mediados de los 90 y debido a la crisis económica en México, los países del Tratado elaboran una serie de acuerdos para ayudar financieramente a México con una colaboración en el pago de garantía a los ingresos de las exportaciones de petróleo.

Sin embargo, hace 20 años como ahora, las críticas del nacionalismo revolucionario mexicano iban en torno a preservar un proteccionismo comercial que en nada beneficiaba al consumidor y sí a aquellas empresas indispuestas a instalar en sus procesos de trabajo, controles de calidad que las llevaran a ser competitivas en un marco global. Quienes estaban en contra del acuerdo –además de manifestarse en las calles casi como lo hacen ahora con la Reforma Energética–, generaron una expectativa muy diferente a su propósito original: difundieron la idea de que el gobierno había prometido que con este Tratado, la población mexicana igualaría su calidad de vida con la de Canadá o Estados Unidos; nada más ridículo.

En realidad no había muchas opciones. O México entraba al ámbito global de competencia o estaría condenado a ser una ínsula donde el eslabón más importante –el consumidor de productos y servicios–, estaría sujeto a la oferta y no al revés, como en todo el mundo.
Al día de hoy, el TLCAN ha representado un enorme beneficio para México, ha generado un superávit comercial constante sobre Estados Unidos y Canadá, al grado que al término de 2012 (con recesión norteamericana incluida), México obtuvo un superávit comercial sobre Estados Unidos de 61,322 millones de dólares, el tercero más alto del mundo después de China y Japón, y superior al de Canadá, que se ubicó en 31,803 millones de dólares.

Esto nos arroja varias conclusiones, una de ellas sin embargo, es de resaltar: Estados Unidos no es el enemigo (pese a lo que nos han hecho creer tanto ayer como hoy), el enemigo –comercialmente hablando, por supuesto– es China, quien ha ido incrementando sus exportaciones a Estados Unidos en mucho mayor número que México. Créanlo o no, así está la competencia; palabra con la que no se quieren involucrar quienes quieren que el Estado siga como el gran proveedor, extendiendo la mano sólo para recibir.

Pero como decía el novelista y poeta inglés Aldous Huxley, en la mayoría de los casos la ignorancia es algo superable.

Así, clarito y sin prisa.

Alimentos Transgénicos

No podemos negar –por más que nos empeñemos en ello–, que todo avance de la ciencia se debe principalmente a que el ser humano posee una imaginación muy audaz y un espíritu de aventura realmente indómito. Pensar siquiera que el avance científico –por sí mismo–, tiene propósitos aviesos es caer en los mismos errores en los que cayó, por ejemplo, la Santa Inquisición.

Un siglo antes de Platón, Heráclito –el jónico–, decía que la salud humana es un reflejo de la salud de la tierra. Nada más profético y nada más cierto. La salud del hombre (la social, la psicológica y la fisiólogica) han dependido de los beneficios que la tierra le ha dado o de cómo el hombre la ha modificado para poder servirse de ella. Desde que el hombre es sedentario (en el Neolítico) ha modificado la naturaleza para ponerla a su servicio.

Diez mil años después, nos encontramos discutiendo sobre los posibles daños que los alimentos transgénicos –u organismos genéticamente modificados– podrían hacerle a la naturaleza, al ser humano y (no se ría), a la “soberanía” de las naciones. Diez mil años después de que el hombre modificó la primer espiga de trigo para cultivarla manualmente y cuando menos dos mil trescientos años después de que la Gran Triaca fuera creada y utilizada por Galeno, para comenzar ese gran viaje de modificaciones genéticas que ha sufrido el cuerpo humano, se sigue privilegiando en el debate el posible (y seguramente temporal) perjuicio, por encima de los enormes beneficios que la ciencia nos ha legado.

El ser humano es una pequeña muestra del ser modificado genéticamente. Todos los medicamentos a lo largo de la historia han cumplido una misión: preservar la salud y predisponer el ataque a cualquier enfermedad, desde una vacuna hasta una quimioterapia. No veo a nadie que no quiera vacunar a sus hijos contra la influenza, por citar sólo un ejemplo, debido a que esa vacuna va a generarle las defensas apropiadas a su cuerpo para no enfermar, es decir, va a modificar la química del cuerpo con un propósito claro: preservar su salud.

Es preciso reconocer que en todo este camino la ciencia se ha enfrentado a tres enemigos muy poderosos: la metodología de prueba y error (enemigo que ha sorteado con mucho éxito tomando en consideración un balance general); las personas que abiertamente y con propósitos fundamentalistas se han interpuesto en su desarrollo (y que han generado los episodios más tristes en la evolución humana); y la política, que en forma indirecta genera (y a veces patrocina) tantas teorías de la conspiración como hechos registrados. Nadie encuentra una historia truculenta (o nadie se ha empeñado en sacarla) tras el descubrimiento del Bosón de Higgs aunque su investigación la patrocine Intel (un verdadero monopolio), entre otros.

Adicional a la visión estrictamente científica, otros puntos de análisis son el económico e, irremediablemente, el ideológico. En México, a finales de la década de los 70 y debido a un largo proceso de industrialización del país, así como al retraimiento tan fuerte ocasionado por una política económica errática durante el sexenio de Luis Echeverría, el agro mexicano dejó simplemente de producir granos básicos y se volvió un gran importador de alimentos. No obstante que la dependencia alimentaria del país la tenemos instalada en México desde hace cuando menos 50 años, actualmente hay quienes se siguen envolviendo en la bandera de un nacionalismo que, históricamente, ha sido más un estorbo que un motor de desarrollo. Muchos recordamos cuando, en 1980, López Portillo instaura como parte de su programa de gobierno el Sistema Alimentario Mexicano como la gran solución a la autosuficiencia alimentaria y muchos seguimos recordando cómo fracasa rotundamente.

Después de un repunte en los años anteriores a 1983 –específicamente entre 1979 y 1982–, repunte artificial dado que el SAM se caracterizó por el subsidio a insumos, con tasas de interés preferenciales así como créditos, además de un consumo garantizado gracias a los subsidios a la población, la situación se volvió insostenible. Por un lado, la baja de los precios del petróleo no podían seguir manteniendo el gasto del Estado, no al menos como lo venía realizando y, por otro y como consecuencia de lo anterior, la declaratoria de la suspensión del pago de la deuda, hicieron que el país ya no fuera considerado como agente crediticio por las instancias internacionales.

De acuerdo con datos proporcionados por el Centro de Análisis Macroeconómico (CAMACRO), la importación de granos –especialmente de maíz amarillo–, aumenta gradualmente cada año; en los últimos 20 años, señala CAMACRO (fluctuaciones de por medio), las importaciones de maíz han pasado de 7.7 millones de dólares en 1993 a 180.2 millones en 2013. Más evidencia sobre la dependencia que ya existe en México en el terreno alimentario, no es posible.

Sin embargo, el pasado mes de octubre el juzgado federal Décimo Segundo de Distrito en Materia civil del D.F. emitió una medida precautoria en la que ordena a la Secretaría de Agricultura (Sagarpa) y a la Secretaría de Medio Ambiente (Semarnat) no otorgar permisos a transnacionales como Monsanto, Pioneer, Syngenta, PHI México y Dow AgroSciences para la siembra de maíz transgénico a escala experimental, piloto y comercial en el país. De acuerdo con esto, no sólo se trata de una empresa (Monsanto) la que tiene la exclusiva para generar una dependencia económica, son varias.

De acuerdo también con esto, la experimentación (que podría perfectamente involucrar a centros de investigación de la UNAM y del IPN para su arbitrio), también queda cancelada por un activismo que parece no medir las consecuencias de frenar esa etapa experimental que tanta utilidad tendría.

Un activismo que, al parecer, prefiere que el agro mexicano siga estancado y que el precio del maíz siga en aumento antes de “entregar a intereses extranjeros” “nuestro” maíz (algo que ha ocurrido en los últimos 50 años y que parece haber pasado inadvertido).

Sobre si generan un daño o un beneficio a la salud, cada quien maneja su versión: por cada video viral en contra de los transgénicos, me he topado con cuando menos 3 posiciones de sociedades científicas que avalan que no hay daño alguno en su consumo/utilización. En lo personal, creo que a la larga serán muy benéficos.

Al final y ante la negación de una historia que viene del Neolítico, parece que el activismo es resultado de la fe y de la esperanza, pero como decía San Agustín, la fe se refiere a cosas que no se ven y la esperanza a cosas que no están al alcance de la mano.

Así, para que la cuña apriete.

La Mayoría

Discutir sobre el valor que la democracia puede o no tener (en un contexto como el que se vive en México), es algo cuestionable en muchos sentidos que van desde el costo que en nuestro país tiene ejercerla, la práctica que lejos de perfeccionarla parece retraerla y la corrupción que en términos políticos y económicos conlleva. Por ello –y en el entendido que señala Roosevelt (Theodore)–, una democracia debe progresar o pronto dejará de serlo.

Esto presupone que en un Estado civilizado, el acato a la voluntad de la mayoría debe traducirse en mandato y debe ser respetado por todos (vencidos y vencedores) con un elemento adicional que hace una gran diferencia con respecto a un escenario beligerante: tanto vencedores como vencidos deben trabajar juntos. Ni el vencido debe desconocer que fue el mandato de una mayoría el que lo dejó en esa condición, ni el vencedor debe desconocer a esa (muchas veces mayoría), que no le dio su confianza por medio del sufragio.

De las pocas (de las muy pocas, diría yo), cosas sensatas que dijo Fox cuando estuvo en la presidencia, fue aquella sentencia a la que no estábamos acostumbrados por el presidencialismo al que nos tuvo tanto tiempo acostumbrados el PRI. Con aquella oración (“El presidente propone y el congreso dispone”), Fox –seguramente sin saberlo–, más que defenderse porque su gobierno no se movía o sus propuestas no pasaban, estaba describiendo una nueva realidad: la de un presidencialismo acotado, un presidencialismo cuyo poder debe estar basado en la negociación.
Pero era la primera vez para ambos: la primera vez que una oposición más comparsa que productiva gobernaba y era también la primera vez que un gobierno más despótico que democrático se convertía en oposición. Ninguno sabía su papel –y a la fecha creo que siguen sin saberlo–.

El otro conglomerado (que se llama a sí mismo de izquierda más por descarte que por convicción), no ha sido gobierno federal. Sin embargo, por esa misma condición de confusión ideológica, ha dejado visos en los gobiernos locales que ha presidido de no ser una opción de desarrollo sino de retroceso (especial y precisamente en materia económica), ha sido una oposición más confrontadora y rijosa que propositiva. Contrario a lo que sugiere Chesterton, la mal llamada izquierda sigue pensando en que se debe hacer una revolución para conseguir la democracia, cuando es precisamente lo contrario.

El escenario empeora: ninguno de los tres partidos más votados ha sabido ser, ni un gobierno que entiende a las minorías ni una oposición que, en contra de la mayoría, toma como rehén al país para salirse con la suya (unos más ostensiblemente que otros pero los tres lo han hecho).

En abril de 2008 –entonces el PAN era gobierno y el PRI oposición–, Felipe Calderón hacía exactamente el mismo diagnóstico que de PEMEX hace ahora el gobierno de Peña Nieto y el PRI votaba (junto con el PRD) en contra de una gran reforma energética. Ahora el PRI necesitará al PAN para sacar esa gran reforma adelante y seguramente tendrá que cederle algunos puntos de su propuesta original (tal y como cedió ahora con el PRD para sacar la miscelánea fiscal para 2014).

¿A qué viene esto? A que ya sea por cinismo, sumisión o simplemente estulticia, nunca en la historia reciente de este país se ha dado un acuerdo consensuado para sacar una reforma de gran calado. Nunca, las tres fuerzas más importantes del país, que por sí solas no son mayoría, se han sentado a diseñar algo satisfactorio para las tres partes pero, sobre todo, algo satisfactorio para la población (y por satisfactorio no quiero decir popular, sino que realmente ayude a su desarrollo).

El PAN en el senado (el ala calderonista), está ahora negociando para que ni la miscelánea fiscal ni la Ley de Ingresos (y Egresos) para 2014 vea la luz en los términos en que fueron aprobados por la Cámara de Diputados. Tampoco cabe la ingenuidad de que lo están haciendo por el bien de México. Si algo le aprendió bien este grupo al PRI fue el ejercicio del quid pro quo; si fuera lo contrario, estarían pensando en un cambio mucho más profundo y estructural que el de quitar sólo algunos impuestos que podrían afectar a su clientela.

Pierden de vista que la democracia debe cuidarse de cometer dos grandes excesos: la desigualdad, que la conduciría a la anarquía, y la igualdad extrema, que la conduciría irremediablemente otra vez al despotismo.

No quisiera ser pesimista diciendo que a nuestros políticos se les dificulta pensar en la democracia. Simplemente pensar ya es un ejercicio extenuante para ellos. Decía Elbert Hubbard (ensayista y autor del famosísimo “Mensaje a García”), palabras más, palabras menos, que la democracia tiene por lo menos un merito: un gobernante o legislador por el que se ha votado, no puede ser más incompetente que quien votó por él.

Así las cosas, así de duro.

Reformas Fallidas

No hace falta un gobierno perfecto sino uno que sea práctico.

Como principio aristotélico suena formativo aunque cada vez –al menos en nuestro país–, se vuelve cada vez más utópico. Además, nadie mejor que nosotros los mexicanos para decir que no siempre el pragmatismo trae una inteligencia implícita en las acciones.

Con el regreso del PRI al poder, muchos se frotaron las manos esperando ese pragmatismo que nos sacara de la inamovilidad que por dos sexenios –cuando menos, seguro es bastante más–, ha demorado ya el desarrollo económico y ese estancamiento que en general se ha tenido y que ha dado crecimientos económicos cada vez menores desde las épocas en que Antonio Ortiz Mena conducía la economía de este país.

Van a ser ya veinte años cuando Ernesto Zedillo pudo medio sortear la crisis que entre él y Carlos Salinas desencadenaron en 1994, pero fueron acciones más urgentes que un pragmatismo real, planeado e ideado por y desde del gobierno del propio Zedillo. No fue así, fueron medidas emergentes que contaron con la condición de cumplimiento de organismos financieros internacionales y una gran actividad a favor de México gestionada en ese entonces por Bill Clinton (a muchos se les olvida la ayuda y el compromiso que mostró con México).

Es cierto, muchos podrán argumentar en favor de los gobiernos de Zedillo y el PAN que los indicadores macroeconómicos se han mantenido con cierta estabilidad (la inflación, por ejemplo, se ha mantenido en cifras no superiores al 5% anual) pero, a final de cuentas, ¿a quién le sirve eso si no hay crecimiento y por lo tanto desarrollo? (Ojo, comparar esto con el pasado tampoco ayuda).

La apertura de México a una competencia económica global en el sexenio de Carlos Salinas, formando EL TLC con Canadá y Estados Unidos ha traído buenos resultados pero han sido completamente exiguos ante las necesidades de un país que ha visto crecer, sexenio tras sexenio, su número de pobres (en términos generales, por supuesto). De la administración de la riqueza que prometió hace casi 35 años López Portillo, hemos venido administrando el crecimiento de la pobreza que comenzó con Luis Echeverría y no termina por acabarse.

Mucho se ha escrito sobre la propuesta fiscal del actual gobierno. No he leído a nadie sensato que se atreva a llamarle “reforma”, simplemente porque no lo es. Luis Videgaray, el secretario de Hacienda insiste en que esta nueva miscelánea estará aprobada antes del domingo. Va a depender mucho, desde luego, de si se logra aplazar la fecha que tiene el congreso de Estados Unidos para terminar el shutdown y que vence este viernes ya que, de no lograrlo no habrá reforma (menos aún una miscelánea) que nos salve: la interdependencia entre México, Estados Unidos y Canadá puede llegar a ser bendición y maldición al mismo tiempo.

Esta miscelánea fiscal es sólo un ejemplo de los “Frankenstein” que ya están armados y de los que nos esperan. Ya vimos una reforma laboral que no toca al apartado B del artículo 123 de la Constitución y que cuando lo toca (con el gremio del magisterio), le quiere llamar “Reforma Educativa” que, al no serlo, tiene al gobierno negociando grandes cantidades de dinero (al SME, por ejemplo, para que ya no le dé su apoyo a la CNTE), y a los ciudadanos del Distrito Federal dándonos el campeonato mundial de la paciencia.

Ya vimos también una reforma en telecomunicaciones que tampoco termina por convencer, en tanto no promete una accesibilidad real a la población a los servicios de banda ancha e incentivando que este pastel se reparta en dos manos, y que propone que una institución, sufragada y emanada del gobierno sea quien regule el actuar de los diferentes concesionarios multinivel que tiene el Estado para explotar radiofrecuencias. Esta reforma no contempla, desde luego y ni por equivocación, un Ombudsman que vigile los contenidos de las concesiones, no para censurarlos ojo, sino simplemente para que den cumplimiento a las temáticas ofrecidas en los títulos de concesión que ganaron y sus debidos porcentajes.

Si la reforma energética va a ser como lo que hemos visto hasta ahora, esperemos como hace casi seis años y también doce y también dieciocho, sólo “una Reforma Posible” que, en términos prácticos, querrá decir que todo sigue igual.

Este es el pragmatismo del nuevo PRI. Finta con un Pacto por México que al único que le sirve es al viejo (y ya muy rancio) sistema político mexicano, donde parece que los grandes partidos de oposición regresan a ser aquellos PARM y PPS que hacían como que se oponían y el PRI jugaba a que era demócrata. De los extremos como MORENA mejor ni hablar. Paradójicamente –por el discurso–, parecen representar un conservadurismo que, por necesidades reales del país, dejó de aplicar hace mucho tiempo y que, aún mandando al diablo a las instituciones prefieren sumarse a ellas porque es mejor estar del lado del presupuesto aunque eso también implique un costo (y muy alto) para los ciudadanos.

El problema es de fondo y es estructural. No en vano el PRI convoca al Pacto por México en momentos en que gran parte de la sociedad (pesa decirlo pero, sobre todo la ilustrada), demuestra cada vez un mayor desprecio por este sistema que ha empoderado a los partidos y sobajado al ciudadano.


Ya no es el tiempo en que los ciudadanos no reclamábamos o permanecíamos callados ante un sistema tan pernicioso como el que tenemos: la conciencia y las nuevas tecnologías lo están permitiendo y cada vez somos más aunque, como decía Moravia, curiosamente los votantes siguen sin sentirse responsables de los fracasos del gobierno por el cual han votado.

La Revolución

  por Manuel Moreno Rebolledo Con 110 años de edad, la Revolución Mexicana –impulsada por la pequeña burguesía de la época y con un ideario...