septiembre 04, 2020

Los Otros Datos

 Por Manuel Moreno Rebolledo

Escribir sobre el tono de triunfo y los datos engañosos que el presidente utilizó en su Segundo Informe de Gobierno con respecto a dos años de gestión, resulta inútil porque quien está en contra de López Obrador ya sabe (y comparte) la falsedad de esos datos y la preocupación por el tipo de gobierno que está administrando; y quien está a favor se niega a ver las evidencias, aunque la realidad les golpee la cara todos los días.

Decía Demóstenes que no hay nada más fácil que el autoengaño, porque lo que desea cada hombre es en lo primero que cree y, el país color de rosa y único en el mundo por sus logros que AMLO pintó en su discurso, contrasta dramáticamente con una realidad sanitaria y económica –de entrada–, que le está pegando cada vez más duro a este país. Quiero pensar que quienes votaron por él, mantuvieron la creencia de que era posible que un solo individuo, emanado de un sistema político que casi siempre arroja presidentes muy poco inteligentes, pero siempre corruptos, podría hacer el cambio que deseaban, y aunque los que en todos estos años de campaña advertimos sobre las falacias de su discurso, los resentimientos que portaba y la impreparación de la que hacía gala, no fuimos lo suficientemente efectivos en convencerlos del error.

Y así sumaron 30 millones; y así él sigue sumando una cifra de popularidad, con todo y pandemia y crisis económica, que –de acuerdo con Oraculus–, ronda el 58% de aprobación y sólo el 38% de lo contrario (consideraciones de desaprobación por programa, aparte).

Y aunque haya dichos populares muy arraigados que exacerban falsas creencias (Vox populi, vox Dei, etc.), la realidad es que muchas veces los pueblos se equivocan, sobre todo cuando dejan de ser ‘pueblo’ para volverse ‘masa’; cuando –como en prácticamente toda América Latina–, el caudillismo es fervor popular y la esperanza un acto de fe; cuando la creencia en un salvador es más fuerte que el raciocinio; y más evidentemente, cuando esa ‘masa’ no cuenta con los elementos suficientes para hacer una diferencia y compran cualquier promesa, la que sea, con tal de cambiar las cosas a su favor.

Nadie duda de los problemas estructurales de este país. Nadie pone en tela de juicio la enorme brecha que existe entre el 1 y el 50 por ciento de la población. Pero de eso a pensar que la respuesta está en manos de un político cuyo único talento ha sido arengar a la ‘masa’ haciéndola oír lo que quiere oír; que un solo hombre puede ser el depositario de la fe del ciudadano, sólo es comprensible por la ingenuidad política del analista o el deterioro educativo de la ‘masa’. Ejemplos de ello los vemos, reflejados en el extremo de las consecuencias, en las décadas de los años 30s y 40s del siglo pasado en Europa.

Una de las enfermedades más nocivas y con un altísimo nivel de popularidad, es la enfermedad de la credulidad. Si hay personas que creen en los milagros, es hasta cierto punto fácil de explicar la creencia en el caudillo quien, además, es portador de ese milagro que me/nos va a salvar de un amplio rango de necesidades que van desde la pobreza hasta el castigo a los malos gobernantes: no es de extrañar, pues, que sea por eso que personajes como Leónidas Trujillo o Idi Amín Dada hayan sido legitimados y vitoreados por sus respectivos ‘pueblos’ al inicio de sus respectivas dictaduras. En ambos casos, cuando ese ‘pueblo’ se dio cuenta de lo que había perdido sin haber ganado nada, ya era demasiado tarde. Habían quedado atrapados en el autoritarismo más salvaje.

Por eso es que a dos años –apenas–, con todo y la pandemia y la crisis que ya muchos sienten en el bolsillo (porque se quedaron sin empleo o simplemente porque les bajaron el sueldo sin ley de por medio, justo como se hace en forma dictatorial), hay un grupo muy amplio de la población que sigue siendo seducido por sus palabras; hay mucha gente que le sigue creyendo: si un Santo puede tardar una vida en hacer un milagro ¿por qué no darle más tiempo a él, que es sólo un mortal? 

Por eso es que hasta lógico resulta que las pamplinas del presidente las crea su gran grupo de seguidores y se traguen bulos del tamaño de aceptar que las remesas que los trabajadores mexicanos envían de Estados Unidos son un logro de su gestión. Por eso se siente cómodo y con la libertad de platicar su versión de la historia nacional; por eso deleita a su audiencia con lo que ellos consideran ‘sabiduría’; por eso se da el lujo de mentirnos a todos en lo que debería ser el ejercicio de un Jefe de Estado rindiéndole cuentas a la ciudadanía, sobre todo si quiere ser consecuente con el cambio que tanto pregonó.

Como dice Hugo Gambini en el libro que publicó el año pasado sobre Juan Domingo Perón: “inventó otra historia; Perón lo inventó todo”, recordando las mentiras del populista argentino cuando dijo que había conocido personalmente a Mussolini.

Uno quisiera lo mejor para su país. Pero querer lo mejor no es girar en torno de una figura que, con evidencias, todos los días nos prueba su incapacidad. Por el contrario, buscar lo mejor para el país es contrastar cuando la autoridad miente y la labor de quienes opinamos, desde un medio o sin él, es cuestionar al poder, pero cuestionarlo todo, porque los otros datos –esos con los que nos mienten–, hacen más daño.

Nos leemos la semana entrante y los invito a seguirme en Twitter: @ManuelMR.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La Revolución

  por Manuel Moreno Rebolledo Con 110 años de edad, la Revolución Mexicana –impulsada por la pequeña burguesía de la época y con un ideario...