Ronald
Reagan aseguró que en su vida había presenciado dos avistamientos de OVNIs –ambos
anteriores a sus periodos presidenciales–. Uno de ellos, cuando iba con Nancy
su mujer a una fiesta y, el otro, viajando a bordo de un avión ya como
gobernador de California (en este último, se cuenta, le pidió al piloto del avión
que lo siguiera –¡De atar!–).
El
asunto es que, ya como presidente, Reagan se dedicó a comentar con todo el
mundo estos avistamientos y a discutir seriamente sobre la posibilidad de una
invasión extraterrestre. Este asunto traspasó lo privado y fue llevado por el
propio presidente al ámbito público: incluso, ya al final de sus dos periodos,
en pláticas con el ex presidente de la URSS Mikhail Gorbachev, le llegó a decir
que en caso de una invasión alienígena, las dos potencias deberían abandonar
sus diferencias para luchar juntos contra la supuesta amenaza de seres de otros
planetas. Antes, en la Cumbre Norte-Sur organizada por López Portillo en Cancún
en 1981, también ya le había comentado el asunto a diferentes Jefes de Estado.
Edmund
Morris –uno de los varios biógrafos que tuvo Reagan–, decía que ya al final de
su mandato, el 40º presidente de Estados Unidos iniciaba una conversación y en
poco tiempo perdía el hilo de la misma. Entonces cambiaba de tema para no verse
sorprendido.
Si
hubiera vivido en su tiempo como presidente, Martin Luther King lo hubiera
descrito de cuerpo entero con una de sus mejores frases: “Nada en el mundo es más
peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda”.
Y
cuando pensábamos que con George W. Bush ya había tenido suficiente esa parte
de la sociedad norteamericana que se siente desposeída; esa nueva derecha que
piensa que le han quitado América de la manos; a esa población rural y semi
rural que alimenta su optimismo con teorías de la conspiración; que busca su
ilustración con los pocos libros de Huntington o Revere, de Kazin o Hofstadter,
esa Norteamérica que interpreta a su modo esa “Mente Conservadora” que con
tanto encono les entregó Russell Kirk; llega un bufón sensacionalmente mediático
que les llama nuevamente a “recuperar” para sí esa América que les ha sido
arrebatada por inmigrantes y liberales, provocando ese nuevo miedo por lo que
Huntington llama una “América bilingüe, bicultural”.
Seguramente
Donald Trump ha abrevado de varios modelos: George Wallace podría ser uno de
ellos. Era un ejemplo de ese populismo que emigró a la derecha más conservadora
en los años 40 y que tuvo sus expresiones más claras y consecuentes en la represión por la lucha de los derechos
civiles de los años 60. Wallace, gobernador secesionista y demócrata (aunque
hoy parezca contradictorio, así era), azuzó los miedos y resentimientos de esa
clase trabajadora blanca contra lo que llamaba las minorías criminales porque públicamente
se manifestaban en favor de los derechos de la población negra.
Otra
posible fuente de Trump es sin duda el senador republicano por Wisconsin de los
años 50, Joe McCarthy, quien lanzó una cruzada contra lo que el llamó el
comunismo infiltrado, cebando en escritores, guionistas, productores, músicos,
actores y periodistas, su sospecha de que por llevar un apellido judío o
europeo del Este, o la sospecha de que su obra fuese una incitación a convertir
a Estados Unidos en un Estado proclive a la Unión Soviética, merecían ser
clasificados como criminales.
McCarthy
(quien tiene el “privilegio” de haberle dado al mundo un adjetivo con su
apellido que evoca justamente la persecución y la censura), y en esa época
apoyado por un timorato Richard Nixon, al igual que ahora Trump, hacía del ridículo
algo a ser tomado en serio por lo peligroso de sus consecuencias.
Decía
Jean de la Fontaine que todos los cerebros del mundo se vuelven impotentes ante
cualquier estupidez que esté de moda, y Trump lo está entre la derecha más
conservadora e ignorante de Estados Unidos, que no son pocos.
Trump
no tiene posibilidad alguna de ganar la presidencia de Estados Unidos, aún
cuando pudiera confirmar su posible nominación por los
republicanos; pero lo que está haciendo es –como todo populista (y miren que en
este país de eso sabemos un rato)–, incrementar la división y el radicalismo
que, aunque existe en la sociedad estadounidense, aún no entra en una etapa de
exacerbación que lleve a una violencia generalizada.
Pero el
Partido Republicano no sólo no tiene oportunidad por quien los representará en
la contienda presidencial, sea Trump, Rubio o Cruz; no la tiene porque la cúpula de ese partido no está entendiendo
correctamente a sus votantes: los líderes de ese partido insisten en la
ortodoxia y están siendo sumamente tolerantes a la incompetencia.
Sin
embargo, atentos a los ejemplos que la democracia norteamericana nos ha dado,
cualquiera puede ser presidente: Richard Nixon, Ronald Reagan y George W. Bush
dan testimonio de esto.
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