marzo 14, 2016

Trump

Ronald Reagan aseguró que en su vida había presenciado dos avistamientos de OVNIs –ambos anteriores a sus periodos presidenciales–. Uno de ellos, cuando iba con Nancy su mujer a una fiesta y, el otro, viajando a bordo de un avión ya como gobernador de California (en este último, se cuenta, le pidió al piloto del avión que lo siguiera –¡De atar!–).

El asunto es que, ya como presidente, Reagan se dedicó a comentar con todo el mundo estos avistamientos y a discutir seriamente sobre la posibilidad de una invasión extraterrestre. Este asunto traspasó lo privado y fue llevado por el propio presidente al ámbito público: incluso, ya al final de sus dos periodos, en pláticas con el ex presidente de la URSS Mikhail Gorbachev, le llegó a decir que en caso de una invasión alienígena, las dos potencias deberían abandonar sus diferencias para luchar juntos contra la supuesta amenaza de seres de otros planetas. Antes, en la Cumbre Norte-Sur organizada por López Portillo en Cancún en 1981, también ya le había comentado el asunto a diferentes Jefes de Estado.

Edmund Morris –uno de los varios biógrafos que tuvo Reagan–, decía que ya al final de su mandato, el 40º presidente de Estados Unidos iniciaba una conversación y en poco tiempo perdía el hilo de la misma. Entonces cambiaba de tema para no verse sorprendido.

Si hubiera vivido en su tiempo como presidente, Martin Luther King lo hubiera descrito de cuerpo entero con una de sus mejores frases: “Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda”.

Y cuando pensábamos que con George W. Bush ya había tenido suficiente esa parte de la sociedad norteamericana que se siente desposeída; esa nueva derecha que piensa que le han quitado América de la manos; a esa población rural y semi rural que alimenta su optimismo con teorías de la conspiración; que busca su ilustración con los pocos libros de Huntington o Revere, de Kazin o Hofstadter, esa Norteamérica que interpreta a su modo esa “Mente Conservadora” que con tanto encono les entregó Russell Kirk; llega un bufón sensacionalmente mediático que les llama nuevamente a “recuperar” para sí esa América que les ha sido arrebatada por inmigrantes y liberales, provocando ese nuevo miedo por lo que Huntington llama una “América bilingüe, bicultural”.

Seguramente Donald Trump ha abrevado de varios modelos: George Wallace podría ser uno de ellos. Era un ejemplo de ese populismo que emigró a la derecha más conservadora en los años 40 y que tuvo sus expresiones más claras y consecuentes en la represión por la lucha de los derechos civiles de los años 60. Wallace, gobernador secesionista y demócrata (aunque hoy parezca contradictorio, así era), azuzó los miedos y resentimientos de esa clase trabajadora blanca contra lo que llamaba las minorías criminales porque públicamente se manifestaban en favor de los derechos de la población negra.

Otra posible fuente de Trump es sin duda el senador republicano por Wisconsin de los años 50, Joe McCarthy, quien lanzó una cruzada contra lo que el llamó el comunismo infiltrado, cebando en escritores, guionistas, productores, músicos, actores y periodistas, su sospecha de que por llevar un apellido judío o europeo del Este, o la sospecha de que su obra fuese una incitación a convertir a Estados Unidos en un Estado proclive a la Unión Soviética, merecían ser clasificados como criminales.

McCarthy (quien tiene el “privilegio” de haberle dado al mundo un adjetivo con su apellido que evoca justamente la persecución y la censura), y en esa época apoyado por un timorato Richard Nixon, al igual que ahora Trump, hacía del ridículo algo a ser tomado en serio por lo peligroso de sus consecuencias.

Decía Jean de la Fontaine que todos los cerebros del mundo se vuelven impotentes ante cualquier estupidez que esté de moda, y Trump lo está entre la derecha más conservadora e ignorante de Estados Unidos, que no son pocos.

Trump no tiene posibilidad alguna de ganar la presidencia de Estados Unidos, aún cuando pudiera confirmar su posible nominación por los republicanos; pero lo que está haciendo es –como todo populista (y miren que en este país de eso sabemos un rato)–, incrementar la división y el radicalismo que, aunque existe en la sociedad estadounidense, aún no entra en una etapa de exacerbación que lleve a una violencia generalizada.

Pero el Partido Republicano no sólo no tiene oportunidad por quien los representará en la contienda presidencial, sea Trump, Rubio o Cruz; no la tiene porque la cúpula de ese partido no está entendiendo correctamente a sus votantes: los líderes de ese partido insisten en la ortodoxia y están siendo sumamente tolerantes a la incompetencia.

Sin embargo, atentos a los ejemplos que la democracia norteamericana nos ha dado, cualquiera puede ser presidente: Richard Nixon, Ronald Reagan y George W. Bush dan testimonio de esto.

Las tiranías fomentan la estupidez, decía Borges. Sin embargo es en todo tipo de sociedad que logramos ver que no hay condición política que reclame para sí la exclusiva de la estulticia.

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