Una simple pieza de
escándalo mediático le puede dar al traste a seis años de un gobierno estable y
hasta cierto punto con buenas cuentas.
No, no se hagan bolas.
Hablo de Harold Macmillan, Primer Ministro británico (de 1957 a 1963) quien,
después de un gobierno de auténtica reconstrucción por la postguerra y
partidario de “desenfriar” la Guerra Fría por su diálogo constante con el oeste
–especialmente con Nikita Jruschov–, pudo controlar todo menos la doble moral
de sus correligionarios del Partido Conservador, especialmente de su Ministro
de Defensa, John Profumo, a quien tuvo que sacrificar (y con él al prestigio de
todo su gabinete), debido al affaire que éste tuvo con Christine Keeler, una showgirl quien a su vez era amante del
agregado naval soviético en Londres, Yevgeny Ivanov, quien actuaba como espía
con la típica coartada de ser diplomático. Este affaire lo llevó magistralmente
al cine Michael Caton-Jones en 1989 en una película llamada “Scandal” (por si
gustan).
Todo esto sale a colación
por una frase que –ya retirado–, acuñó Macmillan y que se adapta perfectamente
a nosotros los mexicanos: “Deberíamos usar el pasado como trampolín y no como
sofá”. Frase que nuestros ex presidentes utilizan exactamente al revés.
Desde hace un par de
semanas (en algunos casos como pretexto del vigésimo aniversario de ese funesto
1994; en otros búsqueda de reflectores ante el descrédito), han desfilado por
los medios de comunicación los cuatro ex presidentes más recientes (el otro que
queda vivo, LEA, debe estar ya embalsamado –o al menos debería–), y se han
aparecido difundiendo sus verdades, refutando las de otros, dando puntos de
vista que jamás les pidieron y anunciando fundaciones con objetivos –lo menos–,
sospechosos.
A partir de que el
presidente Cárdenas exiliara a su antecesor por excederse en sus derechos como
ex presidente, se hizo una regla no escrita por la cual estos no podían
aparecer públicamente a opinar sobre cualquier asunto público. No podían,
simplemente, aparecer. Las cosas marcharon medianamente bien con esta fórmula
hasta que Luis Echeverría habló de algunas acciones del gobierno de López
Portillo y lo mandaron como embajador plenipotenciario a las Islas Fidji. A eso
se sumó por esa época el dicho de Díaz Ordaz sobre Echeverría, donde reconoció
públicamente que cada cada vez que se veía al espejo se llamaba a sí mismo
“pendejo” por haber nombrado a LEA su sucesor.
Pasaron los sexenios de
Miguel de la Madrid y de Salinas sin que sus antecesores aparecieran. Todo
empezó de nuevo con la presidencia de Zedillo cuando, como presidente en
funciones, culpó a su antecesor por la crisis financiera y además metió a su
hermano a la cárcel donde lo hizo permanecer con la siempre recordada ayuda de
una vidente mejor conocida como “La Paca” (en lo que se recuerda como el inicio
del CSI a la mexicana). La reacción de Salinas pasó de una huelga de hambre con
su agüita Evián que duró sólo unas horas, a un cabildeo internacional constante
contra su sucesor.
A partir de entonces ni el
contenido ni el tono han cambiado. Vicente Fox se siente con la autoridad
intelectual (y moral) de opinar sobre todos los temas que dejó fuera de su
agenda mientras fue presidente; Salinas sale ahora a darnos una tras otra su
versión de los hechos de lo ocurrido en el último año de su sexenio
(explicación que parece que sólo El Universal le pidió) y ante la falta de un
interlocutor de fiar con derecho de réplica, sale dando maromas (como lo ha
hecho desde que dejó el gabinete de Salinas) un Manuel Camacho que tendrá
también de todo, menos confiabilidad.
Zedillo se suma a vitorear
las reformas de Peña Nieto sin que nadie se lo haya solicitado y ni se toma la
molestia de contestarle a Salinas mientras que todos los cercanos a ellos en
esa época no dejan de comentar lo que desde entonces era evidente: esos dos no
se soportan.
Y bueno (éramos muchos y
parió la perra, decía mi abuela), regresa Calderón de Harvard sin conocer a
bien su destino pero con el objetivo bien puesto en abrir una fundación sobre
desarrollo humano sustentable que seguramente buscará el sustento para
desarrollar una o varias candidaturas (entre ellas la de la dirigencia nacional
de su partido entre algunos de sus cercanos y, ¿por qué no? las que permitirán
relanzar a su mujer).
En México, los ex
presidentes son una especie de parásitos que siguen teniendo unos sueldos y
prestaciones fabulosos; servicio de ayuda personal; miembros del ejército
apostados al cuidado de sus propiedades; viajes todo pagado por cualquier lugar
del mundo y todo a cargo del erario, es decir, de nuestros impuestos. ¿O no me
diga Usted, querido lector, que los ex presidentes le parecen de gran utilidad?
Ni para dar consejos.
Como decía Moliere: “Las
personas no están jamás tan cerca de la estupidez como cuando se creen sabias”.