por Manuel Moreno Rebolledo
De 1934 a 1945, tuvo lugar en la Alemania nazi el Volksgerichtshof, es decir, el Tribunal o Corte del Pueblo, que tenía como propósito juzgar los “delitos políticos” cometidos contra la ideología y el modo de vida del Tercer Reich. Estos delitos, sometidos a un tribunal “popular” –seleccionado escrupulosamente por el mismo Hitler–, eran severamente castigados pues representaban delitos de sedición en contra del Führer.
Periodistas, sacerdotes y sobre todo, políticos contrarios al régimen, se cuentan entre sus sentenciados más famosos. La mayoría de las sentencias eran auténticas farsas en las que se sabía de antemano el veredicto.
Emanados de las propuestas de campaña, los juicios a los expresidentes siempre parecieron responder más a una venganza personal (originalmente sólo se hablaba del villano favorito de López Obrador –Carlos Salinas– y de su nuevo villano –Felipe Calderón–), que a propósitos racionales que albergaran cierto tipo de justicia retributiva. Luego, ya instalado como presidente y ante la evidencia de un pacto de no agresión con Enrique Peña Nieto, todo parecía haber tomado un curso diferente. De hecho, fueron varias las ocasiones en que nos dijo a todos que él no buscaba la venganza y que ya lo pasado, era pasado. Que él, ya no le movería más.
Sin embargo ahora, ante los más de 60 mil fallecidos por la pandemia, los pésimos números en la economía y la violencia que sube todos los días, parece que echar mano del recurso que seguramente le abonó algunos votos a sus muchas promesas de campaña, se le hace necesario, sobre todo porque no tiene claro el escenario electoral para 2021 y, con el video difundido donde su hermano Pío sale recibiendo dinero en efectivo para su campaña, proveniente del gobierno de Manuel Velasco en Chiapas, parece que las cosas con el tema anticorrupción, se le emparejaron.
Este viernes en Reynosa, Tamaulipas, López Obrador volvió a insistir en el tema del juicio a los expresidentes. Afirmó que por ser necesario, no descarta presentar una solicitud de consulta ciudadana para preguntarle a la población si se debe llevar a juicio a los últimos cinco expresidentes de México. Esto, dijo, en el escenario de que los ciudadanos o los legisladores –sus legisladores, por supuesto–, no logren presentar la solicitud antes del 15 de septiembre, cuando vence el plazo legal para pedir ese “ejercicio de participación ciudadana” donde, dijo, su gobierno “no torcerá la ley” para fabricar culpables.
Sin embargo, enmendar el discurso no sólo le sirve para seguir marcando la agenda y hacer que la mayoría de los medios –sobre todo aquellos donde ya se hace obvia su mano–, no dejen de publicar o hablar sobre el caso Lozoya y ahora de la “consulta ciudadana”, desviando la atención de lo que requiere atención urgente, sino que le sirve también para afianzar la fidelidad de sus seguidores.
Sin embargo, la sola voluntad del presidente de hacer la consulta en cuestión, resulta otro veneno para las instituciones. Me explico:
Esta consulta, de apegarse a la Constitución, tendrá que pasar por la Suprema Corte de Justicia (SCJN), la cual deberá calificar si cumple o no con el requisito de constitucionalidad; es decir, que la SCJN tendrá en sus manos tanto la fecha de aplicación (que podrá ser el primer domingo de agosto de 2021) y ver si no violenta los derechos humanos de los implicados. Y aquí es donde la cosa se pone difícil para la Corte: la consulta no puede ser constitucional pues entre los temas que le dan impedimento a este ejercicio, está justamente la restricción de los derechos humanos y esta los violenta.
Para ponerlo más claro: si hubiera delitos que perseguir, dicha consulta no sería necesaria; sin embargo, como los delitos de los que seguramente se acusará a los últimos cinco expresidentes ya prescribieron (a excepción de algunos con los que eventualmente podría acusarse a Peña Nieto), buscar enjuiciarlos sería anticonstitucional. No obstante, algunos simpatizantes del presidente, ya externaron el deseo de acusar a Calderón por delitos de lesa humanidad, pero eso también sería de uso propagandístico ya que difícilmente podrían comprobarle que los muertos y desaparecidos durante su sexenio, tuvieron la condición de haber sido ejecutados por la fuerza del Estado o del gobierno en cuestión.
Y esto (desafortunadamente), le serviría nuevamente a López Obrador para culpar al máximo órgano judicial del país y –de paso– al INE, pues no se nos olvide que el proceso electoral de julio de 2021 estaría inconcluso, con todo el trabajo que ello implica para el órgano electoral que sería el encargado de llevar al cabo la consulta, y que ello probablemente le daría más parque a López Obrador para agarrar de piñata a más de una institución (tal y como lo ha venido haciendo desde que comenzó su gobierno).
Aún le quedan a López Obrador muchas posibles enmiendas a su discurso que no deja de ser melodía para los oídos de sus seguidores. En ese sentido, cualquier intento por contrarrestarlo deberá ser acompañado de un discurso que rompa con tanta credulidad.
El publicista John Verdon decía: “Pasamos por alto las pruebas reales. Ese es el problema. Así es como funciona nuestra mente. Las historias nos encantan. Necesitamos creerlas y ¿sabes qué? La necesidad de creerlas puede ser nuestra perdición”.
Nos leemos la semana entrante y –mientras–, los invito a seguirme en Twitter: @ManuelMR.