agosto 08, 2020

No Perdono a la Vida Desatenta

 por Manuel Moreno Rebolledo

“Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano está rodando por el suelo. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada”, le escribiría (le cantaría) el poeta republicano Miguel Hernández a su amigo y joven compañero de armas Ramón Sijé.

Pocas son las cosas que causan más dolor que la partida inesperada de un ser querido. 

Esta semana, en México y por causa de la pandemia, se llegó a la cifra de 50 mil muertes. 50 mil personas que más que estadísticas, números o cifras que vienen a complementar un informe, son 50 mil dolores, 50 mil familias, 50 mil dramas de –en muchos casos–, ni siquiera haberse podido despedir.

Poco a poco fuimos pasando, sin darnos cuenta y sin una muestra mínima de empatía de quien nos ha proporcionado fallidamente, una y otra vez, los datos de la pandemia, del primer contagio “de importación” detectado el 28 de febrero, a la primera propagación del contagio (sin seguimiento alguno del paciente cero), hasta la primera defunción.

Después de eso se nos dio el primer cálculo (26 de mayo): “la estimación de personas que pueden morir en México por el Covid-19 podría llegar a entre 25 y 30 mil personas”.

Sabemos los casos de personas públicas: celebridades, empresarios, políticos. De ellos sabemos sus nombres y aunque no nos sean cercanos, también nos condolemos. Pero desconocemos al resto, a esos dolores anónimos cuyo drama personal va desde el aviso de que “su enfermo ya falleció” a recoger sus cenizas porque, en el trayecto, no se permitió siquiera el reconocimiento del cadáver.

Se nos dio a conocer la primera baja entre el personal médico; los enfermos, hospitalizados y fallecidos que –insisto–, como cifra, se acumulan cada día, permitiéndonos ser simples observadores de cómo se multiplican, sin una explicación satisfactoria del por qué, si tantas veces –siguiendo lo que la autoridad nos dice–, se ha “aplanado la curva” o se ha “domado a la pandemia”.

Ya habrá tiempo para condolernos con los deudos, nos dice una autoridad cada vez más lejana de mostrar algo de conexión, pero cada vez más activa por seguir en campaña política a través de los diferentes municipios del país. Una autoridad que se ha negado sistemáticamente a utilizar cualquier tipo de recomendación que le ha venido de autoridades científicas internacionales (más pruebas y el uso de cubrebocas), pero ha capturado al científico a cargo para que nos convenza de que la principal autoridad es “una fuerza moral” con la que el virus no puede. Esas autoridades –la presidencial y la científica–, que están sirviendo como ejemplo a muchos sectores de la población que o también se sienten una fuerza moral o creen que con traer unas estampitas religiosas en la cartera será suficiente y que por seguir estos ejemplos se contagian y en el peor de los casos, también mueren.

Por eso la autoridad científica también se bajó del escalón: arrinconado por su propio fracaso (o ego, no sabemos aún), ha cambiado cuando menos cuatro veces la forma de informar sobre la pandemia. Primero, poniendo los datos sustanciales de la evolución de la enfermedad, como colofón para asegurar no ser cuestionado; después pasó a un cuadro mucho más objetivo, donde ya se destacaba la información importante (número de contagios, número de decesos, contagios activos y casos sospechosos); después lo sustituyó por una gráfica con porcentajes que inducía a pensar que efectivamente la curva “se iba aplanando” (cuando claramente no era posible); hasta llegar al porcentaje de cambio diario de casos estimados, lo que impide ver no sólo el dramatismo de la curva, sino también le resta importancia al número de decesos.

Su siguiente paso fue responsabilizar de la información a los gobernadores de los estados, lo que ha vuelto lógica la reacción –incluso entre los gobernadores de su partido político–, de aversión. La carta enviada por nueve gobernadores a López Obrador, pidiendo la renuncia del científico, amén de la carga política contenida, es el reflejo del mal trabajo efectuado: no imagino hacer esa petición sobre alguien que no haya causado, lo menos, polémica. Al grado tal que tuvo que intervenir la secretaria de Gobernación para acordar nuevas normas con prácticamente toda la CONAGO.

Ante todo esto, el descuido continua; sólo una autoridad desatenta es capaz de no darse cuenta del dolor ocasionado por la forma en que esta pandemia ha sido manejada. A una autoridad que parece sólo haber sido capaz de protegerse políticamente no es posible pedirle identificación con el doliente, no es posible pedirle que se ponga en los zapatos de quien sufre porque sería sacarla de esa realidad que la autoridad se ha construido donde todo está muy bien.

“Que se prolongue la epidemia es una manifestación de éxito de las medidas de mitigación”, dijo López-Gatell en una de sus conferencias. Así, la visión de la autoridad de un mundo feliz. Así de ajenos al dolor de los deudos de los más de 50 mil fallecidos con nombre y apellido que se ha llevado esta pandemia.

A menudo, el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd, escribía el poeta francés Lamartine. Un poco de empatía –después del desastre ocasionado–, no le vendría nada mal a ese otro corazón que termina por encerrarse.

Los invito a seguirme en Twitter: @ManuelMR. 


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