mayo 08, 2014

Historias por Contar

La satírica y burlesca de Quevedo (Francisco), implicó una verdadera revolución dentro del Siglo de Oro español. Acostumbrado a hacer uso de todos los géneros, el Caballero de la Orden de Santiago enfocaba su mofa a todo aquél que se moviera sin importarle sexo, condición social o lugar en la corte de Felipe II (salvo el monarca, por supuesto).

Una de las premisas en las que fundamentaba su sátira, era el valor extremo que le daba a los mínimos detalles, sin los cuales –decía–, no habría averno que se justificara ya que “una sola piedra puede desmoronar un edificio” y como secretario de la hermana del rey, era un perfeccionista en cuidar cada detalle porque pensaba que la crítica (satírica o no), era la tumba de cualquier buen proyecto.

El consumidor de hoy
Los consumidores siempre se han compuesto de audiencias que han escuchado (todo el tiempo) diferentes tipos de mensajes que han buscado persuadirlos para el consumo o la compra. En ese sentido, han sido los contenidos los que han regulado la actividad de compra/venta de bienes y servicios en el mundo cuando menos a lo largo de los últimos siglos. En ese sentido –también–, han sido las audiencias quienes han escuchado pacientemente a las marcas (y a las empresas), pero ahora son ellas quienes quieren ser escuchadas.

El consumidor de hoy es crítico (muy crítico); retador; desobediente (en especial de todo aquello que parece ser obedecido); informado y con los medios suficientes (Twitter y Facebook, de entrada), para opinar, burlarse o hacer suyo un mensaje; reproducir los mensajes de las marcas y, en el mejor de los casos, complemetarlos.

Segmentación de actividades
Si uno observa con detenimiento la inmensa mayoría de mensajes publicitarios que (al menos en México) presenciamos todos los días –sobre todo a través de medios audiovisuales–, lo menos que provocan en las audiencias es burla y lo peor (que sucede en la mayoría de los casos), es indiferencia. Desde que los mercadólogos han sustituido a los sociólogos en la explicación y entendimiento del comportamiento social, se ha perdido el diagnóstico del contexto y, por ende, se han sacado conclusiones cada vez más erróneas que se traducen en mensajes deficientes.

Es por ello que las marcas que han actuado con mucha más inteligencia, han entendido este dictamen que se hace de la publicidad y han preferido invertir en actividades que fomenten las historias bien contadas, otorgando a las audiencias el beneficio de su conclusión. Esas marcas han entendido también que la viralidad sólo es una consecuencia de la calidad de la historia, no el detonante. En estos temas lo viral nace y muere en cuestión de minutos si la historia que se ofrece no cumple con el primer paso: despertar interés.

Tres pasos
La mayoría piensa que una historia debe tener un inicio, una trama central y un final. Pensar así no sólo es limitante sino torpe: todas las historias (hasta el somnífero sermón de un cura) tienen esa estructura, por lo tanto, simplificar de esa manera la forma en que una historia debe ser construida, nos puede llevar a crear los mensajes más aburridos. Otro error en el que se cae muy frecuentemente es creer que una historia tiene que ser contada exclusivamente en 140 caracteres. Nada de eso, todas son susceptibles a tener continuidad.

En su libro publicado en 2011 llamado insulsamente “Storytelling para el Éxito”, Peter Guber, presidente de Mandalay Entertainment, nos dice que hay tres elementos esenciales para que toda historia sea atractiva: el reto, la lucha y la resolución.

El guión
El reto tiene dos funciones principales: captar la atención y generar expectativas; por ello debe ser un reto creíble y lo más cercano posible al público al cual va dirigido, es decir, que haya un buen nivel de identificación (la clave está también en los detalles). Esta parte sirve también para generar las primeras expectativas sobre su resolución.

La lucha es una narración que debe ofrecerle a nuestra audiencia una experiencia emocional; es decir, debe hacerle vivir en su imaginación todas las vicisitudes que estemos narrando; debe llorar, reír, enamorarse o motivarse. Eso nos dirá que tan involucrada está nuestra audiencia con la historia.

Por último, la resolución debe contener ese factor sorpresa que justifique toda la atención brindada a nuestra historia y la clave para que la sorpresa exista es, precisamente, la violación de la expectativa que nos creamos desde un principio sobre la resolución.

La imaginación es más importante que la lógica porque nos provoca muchas más emociones, decía Alfred Hitchcock. Hay que aprovecharnos, pues, de la crisis que en materia de imaginación tiene la publicidad.

Hasta el próximo mes.

Los invito a seguirme en Facebook o por Twitter: @ManuelMR.

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