Sé que el tema de moda son los dislates de Enrique Peña Nieto quien, como cascada, ha demostrado una incontinencia verbal equiparable a su ignorancia y a la impreparación de un equipo de campaña bisoño y, a decir de muchos, testarudo.
Pero hay otros caminos que se deben observar antes de tomar la decisión sobre quién nos va a gobernar de 2012 a 2018 y no sólo el que parece ser el favorito en la encuestas (que, por lo que se ve, ya sólo podrá caer pues llegó a su pico demasiado antes de las elecciones).
Una de las opciones a analizar es Josefina Vázquez Mota. Economista de la Ibero y diplomada en ITAM e IPADE en formaciones más acordes con un corte empresarial que político o social, la puntera en las encuestas del PAN para contender como candidata de ese partido a la presidencia de México, ha sido también secretaria de Desarrollo Social, de Educación Pública y coordinadora del grupo parlamentario del PAN en la LXI Legislatura.
Es precisamente en esto último donde su equipo de campaña está centrando el capítulo de experiencia en su discurso, por eso vale la pena observar que en ninguna de las carteras mencionadas su trabajo ha sido relevante, ni como negociadora política con las diferentes fuerzas de oposición en la cámara de diputados se ha visto su mano.
Como secretaria de SEDESOL, en el sexenio de Vicente Fox, poco, muy poco fue lo que hizo en materia de apoyo sustentable a comunidades; lo que hizo fue fomentar la dádiva gubernamental que palia pero no ayuda. Como secretaria de educación, todos fuimos testigos de las diferencias con Elba Esther Gordillo que la llevaron a no poder desarrollar avance alguno en el rubro, diferencias que se aprecian pero que, estando en su posición, debieron ser negociadas en beneficio del nivel educativo del país.
Como negociadora política en la cámara de diputados, no logró sacar ninguna de las reformas que el presidente propuso. Lejos quedó de ello.
El problema con Vázquez Mota, sin embargo, no es su falta de logros en el terreno gubernamental o legislativo (sus contendientes dentro y fuera del PAN andan casi en las mismas), su problema radica en lo que perceptiblemente están construyendo sus asesores y equipo de campaña, me explico:
La inflexión y entonaciones de voz en los actos públicos en los que participa, son demasiado producidos. No parece una voz natural y se nota que se esfuerza por no demostrar emociones. Piensa (ella o su equipo de campaña), que el demostrar emociones es cosa de mujeres y que eso la pone en franca desventaja con cualquier contendiente (es importante ver cómo Cristina Fernández, Michelle Bachelet o Dilma Rousseff llevan la emoción a su discurso –y lo hicieron aún más en sus respectivas campañas–, para darse cuenta que la emoción es parte inherente a los diferentes públicos latinoamericanos).
Acompañando a esa casi inexpresión verbal, la dureza de su gesto también se percibe fabricada (de acuerdo con los sondeos de Marketing Workshop, más del 70% de la gente piensa que suavizar su expresión podría traerle más simpatías, ya que hasta su sonrisa se percibe como falsa). La figura que se percibe es elocuente: una mujer profesional con más apariencia de ama de casa que de mujer exitosa y con un conocimiento apenas suficiente para llevar un gobierno.
Esta similitud en cuestión de percepción con Margaret Thatcher (le decían la Dama de Hierro no por férrea en sus decisiones o convicciones, sino por represora), es una imagen que puede quedar subyacente en un amplio sector del electorado –sobre todo de un sector ilustrado–, cuando la relación entre mujer gobernante/derecha, se hace tan expresiva.
A todo esto habrá de sumar lo que viene: preguntas cada vez más serias que en lugar de tener un margen de memorización tengan uno de verdadera reflexión (no de los libros que lee o de cuánto es el salario mínimo o de cuánto cuesta un kilo de tortillas; de eso ya hay tiempo que los demás ensayen y se pongan al día); confrontación de logros y, sobre todo, un discurso mejor estructurado que le permita al elector saber (si hubiera la posibilidad) que no se trata de más de lo mismo.
Decía el poeta Horacio que todos somos engañados por la apariencia de la verdad. En un pequeño universo donde todos los que van a competir mienten, esta apariencia será una ganancia.