septiembre 25, 2020

El Derecho a Expresarse

 Por Manuel Moreno Rebolledo

El artículo 19 de la declaración de los Derechos Humanos aprobado por la Organización de Naciones Unidas la cual, por cierto, cumplió esta semana 75 años, contempla que todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión y que este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Esta libertad, es un elemento imprescindible de toda democracia para que pueda existir el debate y el libre intercambio de ideas.

No tuvo ni 48 horas de ver la luz el desplegado que 650 académicos, intelectuales, periodistas, científicos y políticos destinaron a la opinión pública acusando a la autoridad de este país de excesos que hacen peligrar la libertad de expresión en México cuando, desde la misma autoridad –esta vez a través del brazo ejecutor del director del Instituto de Formación y Capacitación Política de Morena (el caricaturista de La Jornada Rafael Barajas, mejor conocido como El Fisgón)–, se publicó un desmentido a los “privatizadores de la palabra”, diciendo, en resumen, que la sola difusión de dicho desplegado desmentía que hubiera censura y que, de lo que se trataba, era de la revisión general de los “vínculos corruptos e inmorales entre el poder público y empresas privadas que fueron distintivo del régimen anterior”.

Rafael Barajas no es nuevo en esto. Yo tampoco.

Ambos sabemos que en todas las épocas ha habido excesos en contra de la libertad de expresión. Ambos sabemos que a algunos medios se les beneficiaba más que a otros (la mayoría de las veces, justificado por el número de televidentes/lectores que dichos medios llegaban a tener). Ambos sabemos que, a un par de años de que acabara el sexenio de Peña Nieto –tan golpeado por La Jornada–, este medio estaba a punto de la bancarrota. Ambos sabemos que el gobierno les dio dinero para que, al final, ello no sucediera. Ambos sabemos que el día de hoy, La Jornada es el medio (no electrónico) que más dinero recibe del gobierno por publicidad gubernamental, sin que su impacto en número de lectores haya aumentado en lo más mínimo. Hasta aquí la ubicación a quien sólo sabe responder al ojo del amo.

Edmund Burke (creador del término ‘Cuarto Poder’ para referirse a la prensa), decía que esta era ya un poder independiente a los otros tres (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), porque no se limitaba a reflejar la opinión pública en la que toda democracia debe estar fundamentada, sino que, al valorar por sí misma (y acomodar en ese orden de valoración en los diarios) cuál es la información más importante que el público debe leer y además opinar sobre esta información, estaba influyendo en forma determinante en el pensamiento y decisión de la población lectora. 

Eso lo hacen La Jornada, Reforma, El Universal y el medio que Usted me diga, favorables o no a la administración en turno –como me decía un antiguo jefe, “el rating los juzgará”–. Ahora ya también lo hacen aquellos que, teniendo un gran cúmulo de seguidores en sus redes sociales, opinan y comentan sobre cualquier tema (algunos llevando una agenda de temas personalísima, otros –no obstante–, llevando la agenda de otro). En cualquier caso, ninguno merece ser limitado ni en el contenido ni en el tono de sus mensajes. La única figura que debe limitarse –por principios éticos, ni siquiera por cuestiones de limitación ciudadana–, es la autoridad. De ella se espera un tono conciliador pero, sobre todo, un repertorio de mensajes donde lo que se asevere sea demostrable con evidencias y no porque sea esta la que pomposamente se autoproclame como la gran autoridad moral del país.

La libertad de expresión, para que se entienda, sólo puede ser medida como un gradiente, que va desde la represión y muerte –por parte del Estado– de quien busca expresar libremente su opinión, hasta el hecho de ser insultado o descalificado por la autoridad. Cualquier acto que entre dentro de ese gradiente NO ES LIBERTAD DE EXPRESIÓN, es –como lo escribiera sobre la democracia uno de los 650 firmantes–, una libertad con adjetivos. No otra cosa.

Hasta ahora, la autoridad (López Obrador) no ha hecho otra cosa más que repetir los viejos vicios pero con formas diferentes, –’ahora es una nueva forma de tratarlos’, dice la misma autoridad–, que por nueva no oculta el mismo fondo del asunto: limitar por medio de la descalificación y de la acusación sin pruebas.

En el caso de la prensa, esta debe existir para confrontar a la autoridad, exhibirla y buscar la transparencia. Lo contrario implicaría un periodismo cómplice en la opacidad o un activismo en favor de un personaje (lo que de ninguna manera es periodismo). Como dice Ryszard Kapuscinski: “El trabajo de los periodistas no consiste en pisar las cucarachas, sino en prender la luz, para que la gente vea cómo las cucarachas corren a ocultarse”.

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septiembre 19, 2020

Ni las Ven Ni las Oyen

Por Manuel Moreno Rebolledo

“De aquí no nos vamos a mover y van a seguir llegando más madres de toda la República. Somos un chingo y somos de todo el país, y así tengamos que quemar las pinches fiscalías, lo vamos a hacer. ¡Hagan su maldito trabajo, fiscales y ministerios públicos! Y si no pueden, tenga tantita dignidad y renuncien”, exclamó el pasado 7 de septiembre Yesenia Zamudio, cuando tomaron las oficinas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) por la fuerza –fuerza que sólo da el sentimiento de frustración por la indiferencia–.

El Código Penal Federal señala que comete el delito de feminicidio quien priva de la vida a una mujer por razones de género y se determina cuando la víctima presenta signos de violencia sexual de cualquier tipo, se le hayan infligido lesiones o mutilaciones degradantes previas o posteriores a la privación de la vida o actos de necrofilia; si existen antecedentes o datos de violencia en el ámbito familiar, laboral o escolar. Es decir, se mata a una mujer por el sólo hecho de serlo.

El Modelo de Protocolo Latinoamericano de Investigación de las Muertes Violentas de Mujeres por Razones de Género nos ayuda con una definición: se entiende como feminicidio “la muerte violenta de mujeres por razones de género, ya sea que tenga lugar dentro de la familia, unidad doméstica o en cualquier otra relación interpersonal, en la comunidad, por parte de cualquier persona, o que sea perpetrada o tolerada por el Estado y sus agentes, por acción u omisión”.

De acuerdo con el informe del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, a julio del presente año (últimos datos actualizados), han habido 521 feminicidios, además de los 55,889 delitos relacionados contra mujeres y que van desde robo a mano armada, violación, secuestro, hasta trata de personas; peor aún, se sabe que durante la pandemia, la violencia doméstica contra las mujeres ha aumentado un 60%, de acuerdo con una alerta emitida por ONU Mujeres en México; es decir que son agredidas desde su propia casa, por su propia familia. El delito ha aumentado en los dos últimos años y lejos de hacer algo al respecto, este gobierno –como lo han hecho los anteriores–, hacen oídos sordos al reclamo.

Una de las salidas fáciles la da el propio secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo, quien, aunque reconoce que este delito es responsabilidad del ámbito federal, dice que las autoridades estatales de seguridad poco hacen dado que no en todos los estados está debidamente tipificado el delito. Los asesinatos de mujeres parecen tener el mismo pretexto que la pandemia, o que todo lo que a este gobierno le sale mal.

Ante la toma de la CNDH por parte de colectivos feministas y familiares de víctimas de desaparición forzada, violaciones y feminicidios, el presidente López Obrador lejos de mostrar algún gesto de empatía hacia ellas –ya no digamos de enviar a un funcionario de alto nivel que tratara con ellas para darles solución (o cuando menos esperanza) a sus reclamos–, se quejó de que en la toma de las instalaciones “hayan ultrajado a Madero” (por una pinta sobre un cuadro del citado personaje).

Para López Obrador, todo el movimiento feminista –con los reclamos perfectamente justificados que lo han provocado–, se le ha atragantado en todo lo que va del sexenio al grado de ni siquiera nombrarlo en sus mañaneras o haber valido siquiera una mención mínima en su segundo informe de gobierno (donde seguramente no cabía más por ser parte de esa otra realidad en la que él vive), y aunque el gobierno ha reconocido por voz de Alfonso Durazo que es necesaria una estrategia específica para el tema, el hecho es que no han emprendido una sola acción directa para prevenir o disminuir el delito; es más, López Obrador ha dicho que “como fueron 36 años de dominio neoliberal, neoporfirista, en donde no importaba lo que le sucedía a la gente”, el proceso para atender esta problemática, sería lento.

Lo único que ha buscado el movimiento de las mujeres es que se de cumplimiento a las leyes que se han creado en la materia para su protección y tratamiento paritario, y aunque no se han propuesto ser o ubicarse como una oposición a López Obrador, lo han logrado. Ante estos reclamos, López Obrador, cuando se le ha logrado sacar alguna respuesta a este tema, ha minimizado y desacreditado el asunto. El hecho de no recibir a las madres que han hecho plantones afuera de Palacio Nacional, ha sido tomado como un desprecio de su parte.

La unión y combatividad de los grupos que conforman el conglomerado feminista, es lo que parece molestar al presidente, al igual que salir a hablar y dar su punto de vista después de que el presidente haya declarado algo que incumba a este grupo, dijo en entrevista con Latinus María Salguero, creadora del Mapa Nacional de Feminicidios y quien se había pronunciado como partidaria de López Obrador; aunque él diga que detrás de ese movimiento están los conservadores o la derecha.

Las políticas públicas que se generen para disminuir los delitos y atacar en forma seria la violencia de género, debe comprender un aparato de inteligencia que permita el conocimiento –o reconocimiento– de los comportamientos sociales y familiares locales, dado que todas las regiones del país son diferentes, con patrones de comportamiento diferentes y grados de acción diversos. Esto ya se le ha advertido a Olga Sánchez Cordero, Secretaria de Gobernación, y a Nadine Gasman, titular del Instituto Nacional de las Mujeres, pero no han hecho nada al respecto (lo que confirma probablemente su bien ganado apodo de “floreros”).

A la sociedad –toda–, nos corresponde reconocer que hay leyes que dan un tratamiento diferenciado al delito contra las mujeres por el simple hecho de que el delito, en sí, es diferente. Nos corresponde, de igual forma, educar a nuestros hijos y reeducarnos (de ser esto posible), en el respeto irrestricto al genero opuesto y a la paridad de ambos.

Por su parte, al presidente le corresponde actuar y comprender que no generar políticas públicas que ayuden al cumplimiento de la ley en esta materia, también es corrupción. En principio, el presidente debe escuchar los reclamos, en lugar de quejarse de la mala conducta de quienes tomaron las instalaciones de la CNDH.

Eleanor Roosevelt, conocida quizás por ser la primer Primera Dama de Estados Unidos en mostrarse mucho más activa hacia los asuntos de Estado en su país que cualquiera de sus predecesoras, decía que las mujeres con buen comportamiento rara vez hacen historia.

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septiembre 11, 2020

Los Enanos del Circo

Por Manuel Moreno Rebolledo

La oración que pronunciara John F. Kennedy el 20 de enero de 1961, cuando juró por la investidura como el presidente número 35 de Estados Unidos, –“no preguntes lo que tu país puede hacer por ti… pregunta lo que tú puedes hacer por tu país”–, de haberse dirigido a los mexicanos, nos habría quedado, históricamente como sociedad, muy grande.

Sé que habrá muchos que no se ofenderán porque no se han sentido aludidos. Han sabido llevar una vida plena de civilidad, han sido ciudadanos en toda la palabra y han sabido hacer algo más que cruzar una boleta en cada elección; o no hacerlo porque también se han dado cuenta de que, en este país, la oferta política se ha vuelto cada vez más sombría y como lo suyo no es votar por el menos peor terminan, en el mejor de los casos, anulando su boleta. No obstante, cuando han votado por alguien, han sabido que el paso siguiente es la vigilancia al cumplimiento de los compromisos y, de no darse dicho cumplimiento, a la exigencia para su consecución. Siempre con autocrítica. Pero sabemos que han sido los menos, los significativamente menos.

Mucho nos falta avanzar como sociedad para tener mejores contendientes por el poder en México; bien nos valdría saber qué hemos hecho mal. De entrada, preguntar cómo pretendemos que nos traten como ciudadanos si seguimos permitiendo que nos traten como pueblo. Seguimos siendo responsables, como sociedad, de los excesos sin vigilancia. Una relación nutricia es aquella que hace a cada miembro querer ser mejor. Entre partidos y ciudadanos, ha sucedido justo lo contrario.

Muchos partidos se crean no para ser relevantes con sus votantes sino con otros partidos políticos (y nosotros lo permitimos); nacen para ser utilizados como palanca para mover posiciones, para ganar puestos, no adeptos. El PES, por ejemplo, –junto con los que querían crear Elba Esther Gordillo o Pedro Haces–, nacen como partidos-clientela que buscan desde su origen la alianza que les permita sobrevivir y seguir alquilando al mejor postor sus activos. Muchos de ellos, como el Partido Verde o el Partido del Trabajo, resultan también negocios familiares muy rentables. Posiblemente México Libreentraría en esa categoría salvo por una diferencia: ellos sí intentarían plantarse como contendientes. Conocedor del proceso migratorio que tuvo el PRD con Morena, Felipe Calderón seguramente estaría tratando de imitar la fórmula con el PAN, conociendo además que la debilidad de ese partido no sólo radica en el ‘donnadieismo’ de quien lo dirige sino en la ausencia de ideas que hoy como principal oposición padece.

Pero escribo de los pretendientes, no de quienes ya viven de nuestros impuestos. Los descritos son a los que el INE les negó el registro el pasado viernes –negativa que aún está por verse pues es el Tribunal Electoral quien tiene la última palabra–. Dos de ellos nacen con toda la intención de servir como comparsas al actual partido en el poder: el de Elba Esther Gordillo –Redes Sociales Progresistas–, que tendría como propósito servir de brazo político del SNTE aliándose con Morena cuando fuera requerido, a condición de que todo lo referente a la educación pública del país (presupuesto incluido), pasara por su supervisión y aprobación.

Por otra parte, Grupo Social Promotor de México, cuya cabeza más visible es Pedro Haces –líder de la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México (pretendida sucesora de la CTM por el actual gobierno) y senador suplente de Germán Martínez por Morena–, que representaría al sector obrero del gobierno sin tener la necesidad de formar parte del partido en el poder, lo que le redituaría cierto margen de autonomía, sobre todo presupuestal. Afortunadamente para nosotros, ambas agrupaciones –la de Gordillo y la de Haces–, estarían violando el criterio cuatro (referente a la intervención gremial), lo que hará que eventualmente el Tribunal ratifique su negativa de registro.

¿Qué pasa, sin embargo, con los partidos que asumimos sí funcionan como oposición? 

¿Qué pasa con el PAN, con el PRI, con Movimiento Ciudadano o con el PRD? Nada. No pasa absolutamente nada: unos por falta de imaginación, otro por haber pactado su entrega pasiva al presidente en turno, y uno más porque su autoestima es tan baja, que optó por volver a dejarse dirigir por quien, en el nombre, labró el camino de su desgracia. Los cuatro son los grandes enanos del circo. Son quienes, tal y como están, terminarían por dañarnos aún más. Los cuatro han olvidado que los liderazgos se construyen, no se dan por generación espontánea (ojo, escribo liderazgos, no caudillismos).

He leído en los últimos días, sobre todo en redes sociales, un fuerte reclamo por unificar votos en contra de Morena (y en favor de cualquiera de los antes mencionados) para que ese partido no siga con la mayoría en la Cámara de Diputados y no comience a tener la mayoría de las gubernaturas; y me pregunto: unificar votos ¿en torno de cuál? ¿Cuál me ha atendido para apoyar (o no) alguna decisión que afecte (o no) mis intereses? ¿Cuál me ha tomado en consideración para la legislación de una ley, o para la formación de un presupuesto? En resumidas cuentas ¿Cuál me ha respetado como ciudadano?

La oposición no crece no por falta de liderazgos; no crece por falta de respeto al elector. Hace dos años llegó un engaña-incautos diciendo que con él las cosas serían diferentes y muchos terminaron creyéndole. Ya demostró que es exactamente igual y ahora son muchos quienes también quieren quitarle el poder que le dieron.

Y regreso al inicio. ¿Me he dado yo a respetar si pasan los años –y las elecciones–, y sigo dándole mi confianza a una organización política que reiteradamente sólo me ha volteado a ver cuando ha necesitado mi voto? En esto también incluyo al más nuevo pues es justamente el que se ha nutrido de todos los demás, probando con ello lo endogámico de este sistema.

Uno debe hacer cosas diferentes si busca resultados diferentes. Debemos empezar por vender mucho más caro nuestro voto y hacer algo por nuestro país, no sentarnos a esperar a que sea otro quien lo haga.

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septiembre 04, 2020

Los Otros Datos

 Por Manuel Moreno Rebolledo

Escribir sobre el tono de triunfo y los datos engañosos que el presidente utilizó en su Segundo Informe de Gobierno con respecto a dos años de gestión, resulta inútil porque quien está en contra de López Obrador ya sabe (y comparte) la falsedad de esos datos y la preocupación por el tipo de gobierno que está administrando; y quien está a favor se niega a ver las evidencias, aunque la realidad les golpee la cara todos los días.

Decía Demóstenes que no hay nada más fácil que el autoengaño, porque lo que desea cada hombre es en lo primero que cree y, el país color de rosa y único en el mundo por sus logros que AMLO pintó en su discurso, contrasta dramáticamente con una realidad sanitaria y económica –de entrada–, que le está pegando cada vez más duro a este país. Quiero pensar que quienes votaron por él, mantuvieron la creencia de que era posible que un solo individuo, emanado de un sistema político que casi siempre arroja presidentes muy poco inteligentes, pero siempre corruptos, podría hacer el cambio que deseaban, y aunque los que en todos estos años de campaña advertimos sobre las falacias de su discurso, los resentimientos que portaba y la impreparación de la que hacía gala, no fuimos lo suficientemente efectivos en convencerlos del error.

Y así sumaron 30 millones; y así él sigue sumando una cifra de popularidad, con todo y pandemia y crisis económica, que –de acuerdo con Oraculus–, ronda el 58% de aprobación y sólo el 38% de lo contrario (consideraciones de desaprobación por programa, aparte).

Y aunque haya dichos populares muy arraigados que exacerban falsas creencias (Vox populi, vox Dei, etc.), la realidad es que muchas veces los pueblos se equivocan, sobre todo cuando dejan de ser ‘pueblo’ para volverse ‘masa’; cuando –como en prácticamente toda América Latina–, el caudillismo es fervor popular y la esperanza un acto de fe; cuando la creencia en un salvador es más fuerte que el raciocinio; y más evidentemente, cuando esa ‘masa’ no cuenta con los elementos suficientes para hacer una diferencia y compran cualquier promesa, la que sea, con tal de cambiar las cosas a su favor.

Nadie duda de los problemas estructurales de este país. Nadie pone en tela de juicio la enorme brecha que existe entre el 1 y el 50 por ciento de la población. Pero de eso a pensar que la respuesta está en manos de un político cuyo único talento ha sido arengar a la ‘masa’ haciéndola oír lo que quiere oír; que un solo hombre puede ser el depositario de la fe del ciudadano, sólo es comprensible por la ingenuidad política del analista o el deterioro educativo de la ‘masa’. Ejemplos de ello los vemos, reflejados en el extremo de las consecuencias, en las décadas de los años 30s y 40s del siglo pasado en Europa.

Una de las enfermedades más nocivas y con un altísimo nivel de popularidad, es la enfermedad de la credulidad. Si hay personas que creen en los milagros, es hasta cierto punto fácil de explicar la creencia en el caudillo quien, además, es portador de ese milagro que me/nos va a salvar de un amplio rango de necesidades que van desde la pobreza hasta el castigo a los malos gobernantes: no es de extrañar, pues, que sea por eso que personajes como Leónidas Trujillo o Idi Amín Dada hayan sido legitimados y vitoreados por sus respectivos ‘pueblos’ al inicio de sus respectivas dictaduras. En ambos casos, cuando ese ‘pueblo’ se dio cuenta de lo que había perdido sin haber ganado nada, ya era demasiado tarde. Habían quedado atrapados en el autoritarismo más salvaje.

Por eso es que a dos años –apenas–, con todo y la pandemia y la crisis que ya muchos sienten en el bolsillo (porque se quedaron sin empleo o simplemente porque les bajaron el sueldo sin ley de por medio, justo como se hace en forma dictatorial), hay un grupo muy amplio de la población que sigue siendo seducido por sus palabras; hay mucha gente que le sigue creyendo: si un Santo puede tardar una vida en hacer un milagro ¿por qué no darle más tiempo a él, que es sólo un mortal? 

Por eso es que hasta lógico resulta que las pamplinas del presidente las crea su gran grupo de seguidores y se traguen bulos del tamaño de aceptar que las remesas que los trabajadores mexicanos envían de Estados Unidos son un logro de su gestión. Por eso se siente cómodo y con la libertad de platicar su versión de la historia nacional; por eso deleita a su audiencia con lo que ellos consideran ‘sabiduría’; por eso se da el lujo de mentirnos a todos en lo que debería ser el ejercicio de un Jefe de Estado rindiéndole cuentas a la ciudadanía, sobre todo si quiere ser consecuente con el cambio que tanto pregonó.

Como dice Hugo Gambini en el libro que publicó el año pasado sobre Juan Domingo Perón: “inventó otra historia; Perón lo inventó todo”, recordando las mentiras del populista argentino cuando dijo que había conocido personalmente a Mussolini.

Uno quisiera lo mejor para su país. Pero querer lo mejor no es girar en torno de una figura que, con evidencias, todos los días nos prueba su incapacidad. Por el contrario, buscar lo mejor para el país es contrastar cuando la autoridad miente y la labor de quienes opinamos, desde un medio o sin él, es cuestionar al poder, pero cuestionarlo todo, porque los otros datos –esos con los que nos mienten–, hacen más daño.

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La Revolución

  por Manuel Moreno Rebolledo Con 110 años de edad, la Revolución Mexicana –impulsada por la pequeña burguesía de la época y con un ideario...