Por años –probablemente desde que era estudiante de preparatoria–, he abandonado términos absolutos que sólo han servido, en el discurso público (religioso, político, incluso social), para estigmatizar al individuo: juicios como bueno y malo, por ejemplo.
Quizá por haber crecido en medio de una familia laica, desechar ese tipo de calificaciones se me hizo más fácil, entre otras cosas, porque para esgrimirlas lo primero que se hace es generalizar, ese detalle, de entrada, siempre lo relacioné con alguna incorrección lógica. Más adelante me di cuenta de su gran capacidad de dividir.
Decía Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad (donde para mostrar el punto, generaliza), que “para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o ser chingado. Es decir, de humillar, castigar y ofender. O a la inversa. Esta concepción de la vida social como combate engendra fatalmente la división de la sociedad [...]”.
Cuando a lo que parece ser la patente de nuestra sociedad, su autoridad máxima –siendo ignorante de esto o no–, se empeña en dividirnos en buenos y malos, en conservadores y liberales, en el “pueblo bueno” y “lo otro”, resulta algo muy perverso.
Sin embargo, lo que provoca que la división que promueve cada mañana el presidente tenga éxito y se agudice, depende completamente de nosotros. Muchas veces nos hemos preguntado ¿por qué fulano, tan bien preparado, tan inteligente, votó por ese candidato? (Algo que se hace de ida y vuelta).
La psicología social le ha aportado muchas áreas de estudio e investigación a la comunicación. En la década de los 60, el psicólogo cognitivo Peter Cathcart Wason realizó una serie de experimentos con los que demostró que los individuos tendemos de forma natural a buscar información que confirme nuestras creencias. Desafortunadamente, este sesgo nos impide mirar las situaciones en forma objetiva e influye en nuestras decisiones llevándonos a elegir en forma deficiente.
Esto se llama Sesgo de Confirmación y no es otra cosa que privilegiar, buscar, interpretar y recordar toda información que tiende a confirmar nuestras creencias o hipótesis, prácticamente invalidando otras opciones. Es decir que, aunque preferimos pensar que nuestras opiniones son objetivas, lógicas y racionales, la verdad es que muchos de nuestros pensamientos, frecuentemente están basados en el hecho de que atendemos de forma selectiva la información que defiende nuestras ideas e ignoramos en forma inconsciente esa parte de la información que no va con nosotros. Es decir: vemos, leemos y escuchamos lo que queremos, a lo demás, estamos prácticamente ciegos.
Lo que en un principio podría verse como una variante de la Disonancia Cognoscitiva, el Sesgo de Confirmación es una especie de sesgo cognitivo y un error sistemático en el razonamiento inductivo.
En términos prácticos, alguien que votó por López Obrador, por ejemplo, tiende a favorecer todas las lecturas, entrevistas, reportajes y videos que hablan bien de él y, por el contrario, demeritan, critican e incluso insultan (hasta con falacias lógicas de todo tipo), todo aquello que no habla bien de él o de su equipo de trabajo.
Y lo mismo sucede en el otro bando cuando el tema también se radicaliza.
El Sesgo Confirmatorio ha invocado tanto la búsqueda sesgada, como la interpretación y la memoria para explicar la polarización de las actitudes (cuando un desacuerdo se vuelve más radical o polarizado a pesar de que ambas partes se exponen al mismo tipo de pruebas); la perseverancia de las creencias (cuando las creencias de los individuos persisten pese a que se tiene evidencia de su falsedad), y la correlación ilusoria (cuando se percibe falsamente –como en una teoría de la conspiración–, una asociación entre dos acontecimientos o situaciones). La gama que nos permite su estudio es muy amplia.
Así pues, lo que para muchos –como quien escribe–, pueden ser evidencias irrefutables de irregularidad las declaraciones patrimoniales donde los secretarios de Gobernación y de Seguridad Pública (Olga Sánchez Cordero y Alfonso Durazo) vieron crecer y hasta triplicar en el segundo caso sus bienes e ingresos; que los homicidios del crimen organizado el fin de semana pasado y el atentado contra el secretario de Seguridad Pública de la Ciudad de México, Omar García Harfuch –nieto de Marcelino García Barragán e hijo de Javier García Paniagua (información sólo para el contexto)–, son también evidencia de, cuando menos, seguir la tendencia que comenzó con Felipe Calderón y continuó con Peña Nieto; que las declaraciones del día de ayer del Embajador de Estados Unidos en México sobre el miedo de la IED por el cambio de reglas pactadas son más una advertencia que una invitación formal a reflexionar; que el presidente miente en materia económica pues niega que 2019 haya sido un mal año y esa inercia que continuó con los pésimos desempeños de enero, febrero y marzo de este año, hará que el decrecimiento en 2020 año sea de dos cifras; que el presidente miente al culpar de todos los males al neoliberalismo cuando firma un acuerdo comercial para América del Norte que, más neoliberal, no se podría; y por ahí podemos seguir con las críticas que, insisto, para muchos que pensamos así cuentan con evidencia sobrada.
Pero resulta que lo mismo sucede con quienes están a favor de las decisiones y dichos del presidente: ellos también creen tener la evidencia suficiente de que con sus políticas, López Obrador ha logrado que personajes como Ricardo Salinas Pliego, Carlos Slim, Emilio Azcárraga, Alberto Bailleres, Daniel Servitje o Lorenzo Zambrano, hayan ya perdido sus privilegios y ahora sean menos ricos; o tienen evidencia de que las críticas a la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval y su marido, John Ackerman, sean obra de una conjura de la derecha nacional para desprestigiar a López Obrador; dicen tener evidencia documental y de conjura aún mayor de esa derecha que, junto con empresarios (mexicanos y extranjeros), avalados por Estados Unidos, crearon el famoso BOA –es cosa de ver cualquier video de Epigmenio Ibarra–; aseguran evidencias de que medir el PIB no sólo es neoliberal sino que deja de lado la medición más importante: la felicidad. En fin, también sus partidarios creen tener y hacer las lecturas correctas y mantenerse mejor informados.
Ambos lados, insisto, se informan con lo que refuerzan sus creencias. Aunque aquí resulta una competencia muy dispareja, porque si hablamos de medios nacionales (incluida televisión y radio con repetición informativa nacional), casi el 90% está siendo crítica al presidente. Aunque también para eso, sus defensores tienen una respuesta.
Un caso digno de análisis, sería la revista Proceso, cuya constante de existencia fue ser crítico del poder. Ahora, los lopezobradoristas se asombran de que lo siga siendo pues es más sencillo seguir cultivando la falsa creencia (emulando al presidente), de que un medio debe ser activista y que si no están con él, están en su contra. Por otro lado, los detractores a López Obrador también se asombran y curiosamente también critican el cambio.
En fin, seguimos reforzando creencias y, mientras menos veamos los argumentos y evidencias reales del otro, seguiremos en esta división acentuada desde el poder.
Hasta la próxima semana.
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