junio 19, 2020

INFODEMIA: OTROS DATOS

Por Manuel Moreno Rebolledo
El periodismo no sólo es un oficio lleno de anécdotas y frases que la emisión –y luego el uso–, hacen populares y sirven de lugar común para describir situaciones cotidianas. Esta disciplina (de ahí el enojo de López Obrador con casi toda la prensa), se conforma ahora como un cuarto poder –con todas las ponderaciones del caso–, exactamente en los términos en los que el autor de esta expresión, Edmund Burke, aludía a la prensa británica y la gran influencia que tenía en los años previos a la Revolución Francesa, de la cual él se hizo partidario más tarde.
Burke decía que la prensa era ya un poder independiente a los otros tres porque no se limitaba a reflejar la opinión pública en la que toda democracia debe estar fundamentada, sino que, al valorar por sí misma (y acomodar en ese orden de valoración en los diarios) cuál es la información más importante que el público debe leer y además opinar sobre esta información, estaba influyendo en forma determinante en el pensamiento y decisión de la población lectora (que creció sustancialmente debido justamente a los diarios y gacetas).
La paradoja de López Obrador es justamente esa: acusa a la prensa de no haberse constituido como un poder independiente, cuestionando al poder y de haber estado a su servicio por muchos años; ahora que lo cuestiona y que no está a su servicio, es cuando le molesta.
Ahora bien, directamente proporcional a la idea de Burke, está el valor de la credibilidad. Jack Fuller, el viejo periodista del Chicago Tribune y ganador del premio Pullitzer, solía decir como premisa –en las pláticas que daba en sus oficinas ya como presidente de la Tribune Publishing–, que si uno se equivocaba en las cosas pequeñas, los lectores no confiarían en uno para las cosas grandes, de ahí la enorme importancia de seguir los detalles y de cotejar siempre la información. La información se ejerce como el poder: si se dejan huecos, estos no tardan en llenarse.
Hace casi un par de meses en una de las conferencias matutinas del presidente, el encargado de coordinar los medios públicos del gobierno mexicano, Jenaro Villamil, llamó a frenar la infodemia sobre el Coronavirus. Quiero suponer que lo hizo basado en la hoja informativa que al respecto emitió la Organización Mundial de la Salud, donde se menciona que “[…] en esta situación aparecen en escena la desinformación y los rumores, junto con la manipulación de la información con intenciones dudosas. En la era de la información, este fenómeno se amplifica mediante las redes sociales, propagándose más lejos y más rápido, como un virus”; Villamil entonces apelaba a los medios a no difundir fake news.
Esto se trae porque en esta última semana la información que más se ventiló en medios –nuevamente–, fue el manejo que el gobierno hace, mediante el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, de la información sobre la pandemia en México: un número incierto de fallecidos; se especula sobre el número de contagiados; no sabe dar una fecha sobre el pico de la pandemia; sobre el costo de los médicos cubanos (que ya supimos, fue de 6 mdd); por qué los trajeron; si le hacemos caso a él o Claudia Sheinbaum en el uso del cubrebocas; si podemos o no salir de viaje como lo hace el presidente; si se le hace caso a él o al gobernador de cada entidad; datos, datos y demás datos que podrían eventualmente llevar a tener, en forma racional, un panorama lo más completo posible sobre la situación del Covid-19 en nuestro país.
El problema serio, sin embargo, es que el encargado de suministrar (y administrar) toda esta información a la población ya carece de credibilidad. Lo que en un principio fue una unificación en torno a la figura del subsecretario (incluso Acción Nacional no lo vio con malos ojos), hoy se ha vuelto insostenible. De hecho, para revertir lo que considera ya una total pérdida de credibilidad en las cifras y en la transparencia del estado que guarda la epidemia del Covid-19, la bancada del PAN en la Cámara de Diputados propuso que fuera el doctor Mario Molina, Premio Nobel de Química, quien se hiciera cargo de toda la operación y releve a López-Gatell.
Y esto no se trata de una campaña orquestada por la prensa conservadora –sabemos perfectamente que en este régimen cualquier atisbo de crítica es complot–. Son muchos los especialistas (incluidos los de la OMS, que mandan decir que haya seriedad en el manejo de las cifras), quienes consideran que por más que el gobierno se esfuerza en demostrar una supuesta estabilidad en el número de muertes y contagios, el pico en México (que ya es cordillera según palabras del mismo López-Gatell), no tiene para cuándo y mientras, la negligencia ha dejado más de 20 mil decesos al momento de escribir estas líneas.
Por otro lado, tenemos a un presidente que lejos de ser un ejemplo, sermonea. Un presidente que el fin de semana pasado, en lugar de anunciar un decálogo de acciones concretas en las que el gobierno se comprometiera a apoyar a quienes más daño han tenido dentro de esta pandemia –pacientes de coronavirus, por ejemplo–, nos da una muestra más de lo que es gobernar con ocurrencias (en este caso místicas). Esta misma semana, de plano dijo que la ruta de lo que él considera una transformación seguirá, pese a la críticas y posturas en contra. No hay vuelta atrás, dijo.
William Somerset, dramaturgo, novelista y cuentista, autor entre muchas obras de “Servidumbre Humana” y “Al Filo de la Navaja”, decía que en su lucha contra el individuo (aquel que mantiene esa individualidad como emblema de anarquía), la sociedad tiene tres armas: la ley, la conciencia y la opinión pública. Ante la ley, todos estamos obligados; la opinión pública está en disputa y sólo nos queda la conciencia –la propia–, para saber quién dice la verdad.
Hasta la próxima semana.
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