junio 13, 2020

NOMBRE Y APELLIDO

por Manuel Moreno Rebolledo
La “Mañanera” del martes 9 de junio estuvo marcada (una vez más) por la polémica. El presidente echó mano del espacio de gobierno (televisoras públicas enlazadas de por medio), para denunciar una supuesta campaña electoral en contra del partido gubernamental, impulsada por grupos empresariales, periodistas, gobernadores, alcaldes, medios de comunicación, partidos políticos y hasta miembros independientes de la sociedad: todo un complot.
El documento “Rescatemos México, Proyecto BOA”, que habría llegado a Palacio Nacional como “remitente anónimo” –y el cual AMLO pidió a su director de Comunicación Social, Jesús Ramírez Cuevas, leyera íntegro–, desprende como objetivos quitarle a Morena el control de la Cámara de Diputados en las elecciones de 2021 y, aprovechando que el mismo presidente gestionó su revocación de mandato, hacérsela efectiva para 2022.
Días antes, en el marco de su gira de trabajo por el sureste del país, López Obrador ya le había lanzado una advertencia al respetable: o conmigo o en mi contra. “Que se definan bien –decía–, no admitimos medias tintas” y sacó a colación, como cada vez se vuelve más costumbre, su muy particular estilo de contar la historia nacional. Adicionalmente, también el fin se semana pasado y todavía en los primeros días de esta semana, se presentaron las marchas en Guadalajara y Ciudad de México que lo pusieron en dimes y diretes con el gobernador Enrique Alfaro. Varios temas se juntaron para desembocar en el ya famoso BOA.
Ya hemos escrito suficiente en esta columna sobre lo que, a juicio de quien escribe, se trata de un mecanismo de compensación, de una gran inseguridad: su soberbia (el ‘pueblo’ me entrega muchas cosas para cuidarme, dijo nuevamente López Obrador sobre el documento de marras). Sin embargo, en esta ocasión, lo que a López Obrador le urgía era poner justamente en contexto lo que, supongo, le dicen todos los días: las encuestas de aprobación van cayendo fuerte y el descontento de varios sectores (clases medias incluidas), es cada vez mayor. Los resultados no han llegado y las prácticas siguen siendo las mismas, lo único que cambió del juego fueron la mesa y los cuates.
También hemos dicho aquí que al actual presidente le da mucho por gobernar con símbolos: crear héroes y villanos parece ser ya una de sus especialidades. 
Confirmar al “neoliberalismo” en el púlpito casi cada mañana; utilizar los términos “conservador” (en el entendido de que no entiende cuántas veces cae en el adjetivo) o atizarle a la prensa nacional de “fifí”, seguramente para él logra un efecto perturbador entre las audiencias a quienes dirige sus mensajes. Si ahora el gran enemigo –la suma de todos los males–, se llamará BOA, ya no habrá que describirle (de nuevo a sus audiencias), de qué trata esto: simplemente tendrá para sí que quienes no comulgan con él acusarán de recibo y quienes sí lo hacen ya tienen también un nuevo enemigo.
Otro punto que asumo nadie pondría en duda es sobre su experiencia electoral. Estar en forma permanente en campaña, tratando de ganar elecciones, es lo suyo. Es su arena. Por eso –supongo, también–, al presidente le entusiasman los antagonismos. Con esto, López Obrador inaugura oficialmente la contienda electoral de medio término dado que, al menos en Morena, ya se están organizando las brigadas para promover el voto a su favor, disfrazadas de “Defensa de la 4T”.
El documento que crea el BOA no plantea absolutamente nada ilegal. Fue un buscapiés que persiguió (y conseguirá tarde o temprano), la definición sobre las agrupaciones que veremos contender en las elecciones (sobre todo aquellas que determinarán la Cámara de Diputados Federal). Al presidente no le importó lo poco empática que una operación política de este tipo puede ser en momentos de contingencia sanitaria y retraimiento económico. Pareciera como que el urgido es él.
La oposición tiene, por su parte, varias ventajas en este asunto que debiera (si quiere tener éxito), capitalizar. La primera de ellas es justamente la oportunidad del documento presentado en Palacio Nacional: puede exhibir la poca conexión que tiene en estos momentos la urgencia política de López Obrador; la segunda, es que también puede tomarse mucho tiempo en negociar, cabildear, enlistar y palomear todas las opciones que tienen las oposiciones para ir juntas (o separadas –sería materia de otro análisis–); la tercera, tienen tiempo para construir un discurso común que las identifique, y la cuarta, parece que sólo tendrían que sentarse a esperar cómo, la suma de resultados negativos que en lo económico, sanitario y de seguridad está arrojando este gobierno, se suman a su causa.
Decía Gibrán que la tortuga puede hablar más del camino que la liebre. Veremos qué tan contraproducente le resulta esta prisa al presidente.
Hasta la próxima semana.
Los invito a seguirme en Facebook o por Twitter: @ManuelMR. 

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