enero 09, 2020

Nosotros los Pobres


“Los pobres tenemos la riqueza del corazón”
La Hija de la Otra, Vicente Orona, 1951



El año pasado antes de las elecciones, en una de las tantas mesas de análisis electoral que las televisoras nos prodigaron (digamos –por ser bondadosos con ellos–, que lo han hecho como una tarea de cumplimiento informativo), uno de los múltiples voceros de los que echó mano la campaña de Andrés Manuel López Obrador, le dijo a su increpante: “Es que Andrés Manuel habla como el pueblo”, dándole contexto a la crítica de que el candidato del PRI, José Antonio Meade, sólo se sabía expresar técnicamente, por lo cual no conectaba con la mayoría de los votantes.

“¿Cómo habla el pueblo?” le preguntaron en seguida un par de veces, y no quiso (o sospecho que no supo) responder.

Nuestro cine, desde la época de oro hasta nuestros días, ha tratado la pobreza como el receptáculo de todas las calamidades; si eso se apega a la vida real es otra historia, pero la percepción de que los pobres siempre son víctimas de algo, ha penetrado fuerte y ha sabido perdurar porque no ha habido otro tándem comunicación/cultura que cambie esa percepción.

La tradición del sufrimiento fomentada por el cine (y luego por las telenovelas), nos han mostrado –casi pedagógicamente– que al pobre siempre le pasa lo peor: les roban, mueren seres queridos o pierden lo poco que tienen por accidentes desafortunados, la autoridad abusa de ellos, son los olvidados, los últimos en el reparto de cualquier cosa. Aún así cantan y ríen. Es el pueblo bueno. “Viva mi desgracia” escribiría en una conocida canción Francisco Cárdenas.

Por otro lado, a los ricos nos los han mostrado como malvados, mezquinos, aquellos que no se cansan de explotar al pobre, que humillan, sobajan y que, además, siempre están por encima de la ley o, en muchos casos son además de ricos, la propia ley. El binomio Empresarios-Autoridad se muestra siempre como la gran conspiración en contra del pueblo. Aún así, nos han vendido la idea de que el rico también llora y que, sólo una vez que se acerca al pobre y entiende sus problemas, es redimido.

El lenguaje que ha utilizado López Obrador a lo largo de sus participaciones en La Mañanera, está muy apegado a este guion. Si analizamos muy someramente su discurso desde el punto de vista semiótico, las metáforas, prosopopeyas, el lenguaje gesticular y la interrogación retórica las ha utilizado para darle un mayor significado a un planteamiento que pareciera simplista pero no lo es: Los ricos abusan de los pobres. Luego entonces, los empresarios y el pueblo bueno son incompatibles, los empresarios son el enemigo, “la Patria es primero” y el empresario que quiera ser perdonado tiene que redimirse conmigo –nos dice AMLO no diciéndolo–.

Ese lenguaje, que ha sido plasmado –insisto–, en la tragicomedia mexicana multimedia a la que históricamente hemos sido sometidos el promedio de los mexicanos porque nos es coloquial nos es íntimo y nos es familiar, ha permeado en todos los niveles: es un discurso tan poderoso (porque culturalmente tiene sustento en la percepción de la mayoría), que ricos y pobres, profesionistas y desempleados, jóvenes estudiantes y gente mayor pensionada, lo han tomado como suyo y, en una contradicción enorme –pues no deja de ser una construcción emotiva del discurso–, le han dado la razón (de ahí que no obstante los enormes yerros de este año y las mentiras que dice cada día en el púlpito matutino, su nivel de aprobación siga tan alto). Mucha gente le cree porque no tiene en quién más creer; nadie le está dando a la masa una prédica diaria además de él.

Esto nos lleva a otro asunto. Mientras esto ocurre con López Obrador, la oposición parece no haberse dado cuenta de que el tiempo se les acabó hace dos años y que pudieran tener una ligera oportunidad en 2021. Parecen no haber podido conectar emotivamente con la gente. No se ha medido aún, pero de haber un sondeo sobre cómo percibimos a la oposición al día de hoy, seguro saldría muy lastimada. Hasta ahora –y si tomamos a las encuestas como escenarios al día–, las tendencias indican que la toma de una narrativa que esa masa toma como propia, es lo que va predominando.

Los discursos de la oposición siguen siendo más racionales que emotivos y eso, en un proceso de recomposición y curación de heridas, es el preludio a un nuevo fracaso. Si a esto le sumamos la andanada de dinero que recibirán las clientelas políticas de Morena (y la de los partidos nuevos que se sumen para mantener registro en la siguiente elección intermedia), el daño a ellos, no sólo al país, será enorme.

A estas alturas, ya cumplido el primer año, el tiempo comienza a no medirse en días sino en acciones, en comunicaciones y en presencia eficiente. Cualquier desperdicio puede significar la diferencia entre recomponerse o perder y tener una nueva oportunidad en el largo plazo. Aún hay muchas formas creativas de revertir tendencias, pero es importante que los equipos de comunicación involucrados con la oposición de este país no cometan más errores.

Pitágoras, cuando era preguntado sobre qué era el tiempo, respondía que era el alma de este mundo. Falta año y medio para refrendarle un poder absoluto a López Obrador… o no.

Tic, tac… Tic, tac.

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