Decía Víctor Hugo que quien siempre se la
pasaba insultándolo, en realidad no lo ofendía porque la repetición hace del
insulto una actividad cotidiana.
Puto es una palabra que puede llegar a
insultar pero no exactamente en el contexto que mucho puristas (purificados
puristas, añado), pretenden colocarlo.
Puto dejó hace muchos años de ser una
palabra que describía una preferencia sexual masculina o, en caso de su uso
femenino, un oficio –el más antiguo del mundo–, al que más de uno de los
purificados puristas que hoy emiten su queja sobre el uso del vocablo, han
acudido para saciar una que otra pasión (o calentura).
Por ejemplo, cuando digo “puto refrigerador,
se volvió a descomponer”, no me refiero a que el aparato tenga tendencias
homosexuales (muy respetables si mi refrigerador decide calentarse); me
refiero, ante todo, a que el méndigo aparato volvió a hacer de las suyas y dejó
de enfriar.
Otro ejemplo es cuando digo “ese puto le
sacó a la madriza”; tampoco me refiero a que el susodicho fuera homosexual. Me
refiero a que su cobardía le hizo recular y no entrarle a los golpes con otro
sujeto.
Puto es la nueva versión del verbo “chingar”
en muchas de sus acepciones: “puto clima, ya está lloviendo otra vez”. ¿Se
entiende el contexto o lo explico? Aquí, el clima no contiene una actividad
homosexual sino que nos jode con sus cambios abruptos en donde no sabemos si
salir con paraguas de la casa o no. de cualquier manera el puto clima hará de
las suyas.
La dinámica de simplificar el lenguaje y
tener un vocablo que sirva para dar significado a varias acepciones no sólo se
da entre los anglosajones, los de habla hispana, tanto en Europa como en Latinoamérica
entendemos, a veces mejor que aquellos, que la simplificación (no muy purista,
desde luego) de nuestro lenguaje nos da una posibilidad de comunicación más
directa, diga lo que diga la RAE. La palabra “verraco” de mucha utilización en Colombia es un ejemplo de ello, al igual que “coño” en Cuba y parte de Venezuela, y de igual forma que “concha” en Argentina y “leche” en España.
La palabra puto (y su femenino) dejaron,
pues, ese enfoque exclusivo que alude a una preferencia sexual o a un oficio para
implicar un sinnúmero de adjetivos que incluyen también otro insulto,
volviéndose un descarado sinónimo: Cobarde, tonto, desafortunado, desgraciado,
pendejo, cabrón, hijo de la chingada, pusilánime, inestable, y un gran número
de etcéteras.
“Puto peso, ya se volvió a devaluar”: Más allá
del desatino de culpar al peso por sí mismo, esta frase no encuentra que
nuestra moneda se enamore o tanga relaciones con otra moneda de su mismo género,
implica que el peso es un desgraciado por devaluarse a sí mismo (sic).
También, la palabra puto encuentra su
destino de acuerdo con el estado de ánimo de quien es proferido: si alguien
está de malas, seguramente lo calentará el insulto (porque seguramente se
refieren al susodicho como cobarde o apocado; como jodido o hijo de la
chingada); pero si el vocablo encuentra a su destinatario de buenas, este seguramente
se reirá porque se referirán a él (o ella) como un cabrón o un ojete o un hijo
de la chingada pero digno de envidia.
Los insultos son, en gran parte, un
paliativo para la violencia. Decía Freud que el primer humano que insultó a su
enemigo en lugar de tirarle una piedra, fue el fundador de la civilización. Son
también –los llamados insultos–, esa gran capacidad que tenemos los seres
humanos de reírnos de nosotros mismos. Son esa válvula de escape que permite no
agarrarnos a trompadas con quien nos hace un mal: “ese puto contador no pagó
mis impuestos”. No quiere decir que el Contador prefiera tener relaciones con
personas de su mismo género. Significa que es un ojete olvidadizo que no hizo
su trabajo.
De hecho, para describir en forma peyorativa a un homosexual, ya no se utiliza la palabra "puto" pues ya es políticamente incorrecta en un ámbito de apertura.
Ayer la FIFA volvió a multar a la FEMEXFUT
por gritarle “puto” al portero rival en sus partidos. Sería prudente extenderle
–a la FIFA–, una invitación para que se siente en los estadios de todo el mundo
y vea como diferentes grupos le gritan de todo a los jugadores del equipo
rival, y mejor aún, darles una paseada por México diciéndoles “puto el que se
raje” para que entiendan de qué estamos hablando.
Decía Jorge Luis
Borges (Borgues como dijo el puto –pendejo– de Fox), que lo que más admiraba en
los demás era la ironía; la capacidad de no tomarse en serio.
Así que, puto el que lo
lea.
Hasta la próxima.