Will Durant, el célebre escritor y
filosofo (que legó once maravillosos libros sobre la historia de la
civilización), decía que la educación es el descubrimiento de nuestra propia
ignorancia, refiriéndose a la ambición que el ser humano debiera tener por el
conocimiento y a la inconformidad obsesiva por entender, siendo la educación
una simple herramienta para seguir conociendo.
Enseñar no es una tarea fácil,
sobre todo cuando quienes deben aprender tienen la idea de que lo saben todo.
¿Debiera una agencia –de cualquier especialidad, eso es lo de menos–, continuar
con la instrucción (metodológica, sistemática) de sus recursos humanos o
debiera dejarlos con su propio background,
que fueran aprendiendo en el camino, con sus propios yerros y con una voz (no
interior pero sí chocante) que les dijera “se los dije”?
Valores
Más allá de la educación “formal”
o la actualización en nuevas técnicas o teorías que enriquezcan su especialidad
–condición sine qua non para una
operatividad mínima–, una empresa que se dedica a la comunicación debe
desarrollar, a través de una formación sistemática entre su personal, seis
valores esenciales por los cuales será apreciada y sin duda destacará muy por
encima de las demás:
1) Ceñir la creatividad –no
coartarla, no limitarla, simplemente darle orden, método y estructura–; ponerle
ese corsé intelectual que distingue a los creativos de los genios.
2) Contextualizar la comunicación
(entender perfectamente toda la circunstancia que rodea el mensaje o conjunto
de mensajes que se van a emitir: lo social, lo político, lo económico, lo
cultural, lo legal). La investigación es fundamental en este paso. Una
formación cultural sólida es tan importante como los conocimientos técnicos adquiridos
en la educación formal.
3) Ver cada cuenta como un caso
independiente y único (la fórmula que funcionó con un cliente, puede no aplicar
para otro, aun y cuando tengan muchas semejanzas en su giro o tengan
aparentemente las mismas necesidades), cada cliente es como un individuo y cada
individuo es único e irrepetible. Hay que hacer la historia clínica de cada
cliente y diagnosticar sus necesidades de acuerdo con sus antecedentes y
necesidades reales frente a su mercado.
4) Sentir en común (justo lo que
da significado al famoso sentido común) sin perder la esencia de nuestro
criterio; buscar la mejor manera en la que nuestra idea pueda permear y ponerse
en los zapatos de los destinatarios de nuestros mensajes (hay gente tan llena
de sentido común, decía Unamuno, que no les queda el más pequeño rincón para el
sentido propio).
5) Discutir cada idea, cada
mensaje y ganar en autocrítica: aprender que el mejor de los proyectos siempre
tendrá como base haberlo hecho en forma colegiada, permitiendo la aportación
libre y estructurada de cada miembro del equipo quien, con los mejores
conocimientos y actitud de que dispone pueda convencer con argumentos sólidos y
bien documentados sobre lo que es mejor para el cliente, aprendiendo que la
autocrítica es la mejor vía para sustentar dichos argumentos. Obsesionarse con
la perfección de cada proyecto.
6) Tener el atrevimiento de ver
más allá de lo ortodoxo. Cada profesión y cada especialidad tiene sus dogmas y
verdades establecidas: hay que romperlas y buscar qué es lo que no nos dicen
esos parámetros para buscar una respuesta más allá de lo instaurado, para hacer
algo efectiva y eficientemente nuevo; la revolución rompe con lo establecido y
es, y será siempre, re-evolución.
Adaptación
Estos valores que responden más a
un carácter individual, trascienden la educación profesional y deben ser
inculcados (si es que no lo hizo la familia), por el ámbito del cual este
personal ahora forma parte y por un esfuerzo particular que tendría como
resultado sólo dos opciones: la adaptación –en el mejor de los casos–, o la
segregación del grupo que ya está embalado en esta dinámica.
Este modelo de agencia no sólo
será útil para la firma en la que prestamos nuestros servicios o para nuestros
clientes, sino para la sociedad en general. Mientras más personas estén
formadas e involucradas en este tipo de esquema de trabajo, mejor podrán
contribuir a cambiar ese “chip” que
tanta falta hace restaurar para ganar en competitividad, productividad,
honestidad personal y profesional, haciendo que, desde nuestra posición
–cualquiera que ésta sea– nuestra sociedad sea vista con respeto y dignidad,
tanto por otras sociedades como por nuestras propias autoridades.
La meta
principal de este tipo de formación no es el enseñarnos a ganar el pan –de eso
se seguirán encargando las escuelas–, sino capacitarnos para hacer agradable
cada pedazo de ese pan que nos llevemos a la boca.
Hasta el próximo mes.
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