diciembre 26, 2012

Sabia Virtud


Una de las citas más memorables de Benjamin Franklin es aquella que dice que las tres cosas más difíciles de la vida son: guardar un secreto, perdonar un agravio y aprovechar el tiempo.

Cuando este artículo llegue a sus manos, habrá acabado un ciclo de gobierno y estará comenzando uno nuevo, con la zozobra que ello implica y la esperanza de que la historia cambie.

Ello nos lleva –también–, a hacer un balance de la comunicación de gobierno en los últimos seis años y que tiene una referencia directa con la cita de Franklin.

No nos meteremos en honduras dándole contexto a lo que el gobierno saliente dejó de hacer (por incapacidad u omisión, para el caso es lo mismo) y lo que hizo mal (y muy mal, por cierto). Centrémonos mejor en su comunicación y en el manejo de las percepciones que pretendió generar.

Desde que el sexenio comenzó, los publicistas de Calderón quisieron “pintar su raya” con respecto al sexenio de Fox: Rehicieron prácticamente toda la identidad gráfica del gobierno federal (restituyeron, por ejemplo, la parte de abajo del escudo nacional con un águila completa) y le construyeron una imagen a la primera dama –Margarita Zavala–, muy ajena al boato de Martha Sahagún y su vestuario de diseñador. En esos dos aspectos considero que el sexenio comenzó bien.

El problema se inició (y creció y creció), con los contenidos. Hubo tres factores que hicieron que la comunicación del gobierno durante el sexenio anterior fuera todo menos efectiva: el contraste con la realidad, que llevó al gobierno finalmente al descrédito; la descoordinación de voceros, que llevó diversas dependencias a hacer hasta cuatro declaraciones en un solo día sobre el mismo tema; y la más grave, llevar los agravios personales al terreno de los medios hasta muy avanzado el sexenio.

Los asesores en comunicación de Felipe Calderón nunca le dijeron (entiendo que, de hecho, le dijeron exactamente lo contrario), que las promesas de campaña no se olvidan y que todavía a mediados del sexenio gran parte de la opinión publica estaba esperando que apareciera el “presidente del empleo”, en lugar de un presidente que veía con azoro cómo aumentaba el número de muertos y la violencia con la que eran ejecutados, debido a una guerra que no estaba preparado para afrontar.

Lejos de buscar construirle una buena reputación a un presidente con una legitimación tan baja (dado el pequeñísimo margen por el cual ganó las elecciones), sus publicistas buscaron durante todo el sexenio dar golpes efectistas en su comunicación. A la PGR le autorizaron, por ejemplo, hasta una serie de televisión –“El Equipo”–, con la cual quiso no sólo reestablecer la imagen de la policía federal sino, en un intento francamente burdo, demostrar que la lucha contra el crimen organizado era tan efectiva que todos los malos eran capturados (y sin escape posible, como con el “Chapo”).

El control de imagen que los encargados de la relaciones públicas del gobierno intentaron fue fallido durante casi todo el tiempo. Muchos casos (me viene a la memoria como ejemplo el de los agentes baleados de Estados Unidos en el poblado de Tres Marías), tuvieron hasta cuatro intervenciones de voceros el mismo día para contradecir la versión anterior, eso sin contar las diferentes versiones de los hechos entre la SEMAR y la PGR.

Otro aspecto a destacar fueron las filtraciones. A lo largo del sexenio de Calderón, no hubo dique que contuviera tanta información alterna a la oficial proveniente de hasta dos o tres fuentes diferentes y que, como gota de agua, provocó una profunda erosión en la credibilidad hacia el gobierno y sus instituciones. El caso de la salida de Carmen Aristegui de MVS noticias en febrero de 2011, es sólo un ejemplo de cómo quedó la reputación del gobierno por su incontinencia.

Ese mismo ejemplo, el de la banda de 2.5 Ghz., refleja también el cómo los agravios se llevaron también al terreno de la comunicación. Y no me refiero aquí al ámbito de las telecomunicaciones (tan incapacitado durante el sexenio que termina), sino a la forma en que, asuntos de interés nacional, se llevaron a terrenos personales buscando, entre otras cosas, el descrédito de un periodista o de un medio de comunicación.

La comunicación de un gobierno no debe responder a los intereses personales del gobernante y debe, en consecuencia, ser factor de concordia e invitación constante a la unificación de criterios (veamos el ejemplo que en esa materia nos pone Obama ya electo). Lo que se hizo con la comunicación del sexenio de Calderón fue precisamente lo contrario: dividió, confrontó y avergonzó.

La Revolución

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