Por Manuel Moreno Rebolledo
Al igual que hace un año y para la celebración de sus simpatizantes, Andrés Manuel López Obrador repitió este primero de julio uno de los varios eventos que seguramente quiere instaurar como parte de sus rituales de cambio –siempre más simbólicos que eficientes–: emitió un comunicado más.
Hace dos años, 30.1 millones de votantes (con una participación del 66% del padrón electoral activo), emitieron su voto en favor del hoy mandatario contra los 12.1 millones de votantes de Ricardo Anaya y casi 9.3 millones que apoyaron a José Antonio Meade. Cierto: ni juntos, ambos candidatos, tanto del PAN como del PRI –el ‘hubiera’ es una conjugación imaginativa–, pudieron acercarse siquiera.
Más allá de cierta incomprensibilidad por hacer un recuento de actividades tomando como base la fecha en que ganó la presidencia y no desde que asumió formalmente el Poder Ejecutivo (ese también es otro informe y deja en evidencia su enorme necesidad de tomar el templete a la menor provocación), el Presidente señaló en líneas generales que no habrá cambio alguno en sus programas sociales ni en las políticas públicas para combatir la corrupción y la desigualdad, temas insignia de su campaña.
Por momentos, el miércoles pasado pareció hacerle un guiño a las clases medias cuando, por primera vez en dos años, abrió los beneficios de los programas sociales también a ellos, pero al señalar que ahora sus ganancias y negocios serían lícitos, hizo nuevamente uso de una generalidad no sólo poco atenta sino empáticamente nula.
Se quejó –como ya lo viene haciendo de un tiempo para acá–, de ser el presidente más insultado en más de un siglo, a lo que ha respondido, según él, dando una respuesta tolerante y sin censura (sic). Como candidato perenne no olvidó advertir que las elecciones en México han sido fraudulentas y que en él se tiene al garante de sufragios limpios, golpeando nuevamente –como lo que ya se esboza como una campaña–, a un Instituto Nacional Electoral cuyo resguardo de la evolución democrática del país, apenas data de 23 años a la fecha y cuyo último trabajo fue justamente la elección de la que él salió presidente. Probablemente lo más grave de su personalísima agenda sea este punto: debilitar al órgano electoral mexicano para velar por los intereses de su –también personalísimo– proyecto personal de gobierno y volver a ese viejo autoritarismo electoral cuyo ejemplo más depurado lo tiene ahora colaborando con él en su gabinete ampliado.
Medio ambiente, mujeres y jóvenes quedaron fuera de su discurso; el tema de los feminicidios parece aún flotar como el tema al que no sabe cómo darle la vuelta. En su lugar, ocupó tiempo para decir que nunca en sus dos años –el uso de sus adverbios es, lo menos, sintomático–, se ha reprimido al pueblo ni se han tolerado masacres; que la tortura fue eliminada y que otras violaciones a los derechos humanos que eran prácticas comunes en otros gobiernos, no existen más.
Y luego vinieron las cifras. Esos otros datos cuyo parámetro de acomodo se hace cada vez más incomprensible. Explicó que en materia de seguridad, su política comienza a dar resultados pues la tendencia a la alza en homicidios dolosos ya terminó, cuando todos sabemos que 2019 –junto con los subsecuentes tres meses–, habían sido los más violentos registrados hasta ahora (de acuerdo con las cifras que de Seguridad Pública emite la propia página del gobierno federal). Sobre delitos, dio información coyuntural acerca de robos a casa-habitación; a negocios; robos a transeúntes; vehículos; secuestros; robos en transporte público y privado. Todos ellos con bajas realmente sustanciales seguramente por dar cifras comparadas contra el último mes de abril cuando una gran parte de la población apenas comenzaba su confinamiento domiciliario por la pandemia.
Habló de los empleos que se han perdido. No hubo cálculo para los que se evaporaron dentro de la economía informal pero señaló los que formalmente se han perdido de enero a junio de este año: 983 mil empleos con cotización al IMSS. Dijo también que la pandemia precipitó la crisis económica (algo que ha sucedido en todo el mundo), pero aseguró que los mexicanos ya hemos tocado fondo y que nuestro país va en franca recuperación pues la recaudación del fisco se mantuvo igual que el mismo periodo del año anterior; hubo un aumento en las ventas de tiendas departamentales y ya empieza a haber un aumento en las remesas de los mexicanos que viven en el extranjero.
Dado a dar récords durante su gestión –como todos los presidentes que nos han tocado en este país–, López Obrador dijo que el monto destinado a “inversión” en programas sociales alcanzará los 650 mil millones de pesos en 2020 y prometió que para diciembre de este año quedarían establecidas las bases de la nueva forma de hacer política pues, para entonces, ya estarán las principales reformas legales y “quedarán asentadas en la conciencia ciudadana las ideas de justicia, honestidad, austeridad y democracia”. El estilo personal de discurrir.
Que la autoridad emita informes no es sinónimo de transparentar, rendir cuentas o dar la cara. No sólo debiera ser su obligación de tanto en tanto; sin embargo, cuando la información expuesta no tiene una respuesta de observación –o corrección como última instancia– que repercuta en forma rápida y directa en la audiencia a quien se informa, corre el riesgo de quedar sólo como un ejercicio demagógico de poder. Entre otras cosas, López Obrador se ha encargado desde que llegó (se pronunció dos veces el día que ganó las elecciones), de discursar de manera constante, regular y ahora ya en forma monótona. Ha buscado emplear estos dos años en convencer quiénes son los buenos, quiénes los malos y que ya muy pronto viene la restauración prometida.
Decía Beethoven que nunca debe romperse el silencio si no era para mejorarlo. López Obrador ha hecho un esfuerzo enorme por crear ruido. De los cuatro tipos de ruido que el Presidente le ha creado a su comunicación (los hay: físico, fisiológico, psicológico y semántico), es sin duda este último el que ha predominado:
Al dividir a los ciudadanos en pueblo y el resto, ha vuelto muy difícil un significado compartido no sólo de sus verdaderas intenciones sino de la intención por ganar apoyos. En este último año no ha sumado y eso debiera bastarle para entender.
Hasta la próxima semana. Los invito a seguirme en Facebook o por Twitter: @ManuelMR.
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