julio 17, 2020

Actos de Corrupción


Por Manuel Moreno Rebolledo
Obvia decir que no se trata de un fenómeno nuevo ni en México, ni en el mundo. En nuestro país siguen causando molestias las aseveraciones de que se trata de un sistema de vida donde la gran mayoría se encuentra inmerso… y sin embargo se mueve. Desde el que busca sobornar a un policía (o el que se deja sobornar por uno, es lo mismo), hasta el que por conseguir dinero fácil se presta a fingir un servicio que nunca prestó o a inflar su precio para que todos salgan económicamente beneficiados menos el verdadero destinatario del servicio.
Por ello, son buenas las noticias de traer a cuentas casos flagrantes de corrupción, –y sin que dejen de llamar a reflexión o nos impidan levantar fuerte la voz para su justa sanción–, no debieran ni extrañarnos ni llevarnos a acusar de mayor o menor corrupción a uno u otro partido político que ha gobernado y gobierna (desde cualquier nivel: municipal, estatal, federal), cuando es el sistema completo el que está dañado. Mientras el voltear la vista, manipular la ley o utilizar estos actos con otros fines que no sean punitivos o ejemplares, sean la moneda de cambio de este sistema, pasarán autoridades y generaciones, y será un tema que quedará sin solución.
Hay otros factores como la desigualdad económica, la fragmentación étnica y la estabilidad democrática que también son variables de peso para distinguir un país con mayor o menor corrupción. México no está exento de esto, por el contrario. En nuestro país, la corrupción cuenta con tres ingredientes adicionales que siempre están en crecimiento exponencial: 
Uno, la falta de persecución del delito –la impunidad ha sido la peor parte de todos nuestros gobiernos (de cualquier color)–; dos, creer que la ley del mínimo esfuerzo es la que funciona (no me des, ponme donde hay); y tres, el cinismo con el que todas las autoridades (desde la más alta) acusan y pontifican sobre lo que, en privado, adolecen o –lo menos–, permiten.
En una de sus grandes novelas, Bajo el Sol de Satán, el escritor francés George Bernanos hizo exclamar a su personaje, el abad Donissan: “¡La primera señal de corrupción en una sociedad que aún está viva, es cuando el fin justifica los medios!”.
Y en lo que ahora nos atañe ese es el tema de fondo: ¿se va a castigar la corrupción o se utilizará con fines de exhibición? ¿Le servirá al gobierno para apuntalar fines electorales, por ejemplo?
Aunque el año electoral es 2021, todas las circunstancias se empeñan en apuntar que este será el año más movido en materia pre electoral del que posiblemente tengamos memoria. En primera, porque el empuje se ha hecho desde varios grupos de la sociedad civil (no sólo uno, como acusa el presidente), pero ha sido él quien ha levantado la ofrenda y la ha vuelto personal (–homo electorabilis, al fin; permítaseme el latinismo–).
Porque hay oportunidades que son únicas y Emilio Lozoya Austin es para López Obrador el pagote perfecto: porque significa Pemex; porque significa Reforma Energética; porque representa los ‘moches’. En Lozoya se encarna un guion cargado de los símbolos de la corrupción que desde su campaña se ha encargado de pregonar. Es la suma de su pequeña semiótica.
El pasado 15 de julio, bastó la publicación de un desplegado llamando a una alianza ciudadana, conformada como frente opositor único para las elecciones federales del año entrante, firmado por treinta personas con visiones variopintas del país, para que el Ejecutivo –emotivo como es–, volviera al ataque:

 “¡¿Qué acaso no se han enterado que está por llegar extraditado de España, Emilio Lozoya, exdirector de Pemex, quien al parecer presentará pruebas y explicará cómo se lograba el ‘contrapeso’ que pretenden ‘recobrar’ los abajofirmantes?!”. Lo dijo con todas sus letras una vez que les leyó puntualmente la respuesta al desplegado titulada “Bendito Coraje”.

Ya comentábamos en mi entrega anterior lo que en mi opinión fueron los motivos del viaje de López Obrador a Washington: seguir ganando elecciones para no perder el poder sobre ambas cámaras. Para ello requiere que el saldo económico de la pandemia no le pase una factura tan desfavorable (lo cual se ve titánico). Su segundo requerimiento es la construcción de un discurso que vindique el tema de la corrupción que llegó a prometer que resolvería y que descalifique a cualquier grupo opositor que pueda tener enfrente –articulado como partido u organización civil– para vincularlo con el tema y que, ante los ojos del electorado, quede descalificado. Y Emilio Lozoya es perfecto para eso. Y ya lo dijo.

Con el exabrupto que siguió a su “Bendito Coraje”, López Obrador no sólo dejó ver las intenciones detrás de la llegada del exdirector de Pemex, exhibió la muy maltrecha autonomía de la Fiscalía General de la República que, sólo era cuestión de tiempo confirmarlo, sabemos que sigue obedeciendo al presidente.

A Andrés Manuel López Obrador no le importa encarcelar a nadie: le importa la rentabilidad que le puede reportar el hecho de que alguien, por defenderse, no la pise. 

Bien lo escribió John Steinbeck en su momento: El poder no corrompe, el que corrompe es el miedo a perder el poder. López Obrador está en esa tesitura.

Los invito a seguirme en Facebook o por Twitter: @ManuelMR.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La Revolución

  por Manuel Moreno Rebolledo Con 110 años de edad, la Revolución Mexicana –impulsada por la pequeña burguesía de la época y con un ideario...