julio 24, 2020

Relaciones Peligrosas

por Manuel Moreno Rebolledo

Muchas son las advertencias. Desde el mismo Maquiavelo que nos dice que “para mantener el Estado se debe tener un ejército propio […]”; hasta –mucho más abierta la vena de este subcontinente–, Eduardo Galeano cuando nos dice que los militares en el poder “son más peligrosos, pues mienten más y roban más porque se levantan más temprano”.

Es un hecho que en México las Fuerzas Armadas no tienen vocación –ni desarrollo–, para la defensa externa. Los militares históricamente han sabido cómo mantener determinada autonomía y fueros, lo que los ha vuelto un Estado dentro de otro. Ellos crean –a través del PNR–, el sistema político mexicano moderno; son ellos quienes reparten cacicazgos y son ellos quienes deciden cuándo y cómo supeditarse finalmente al poder civil político con la menor pérdida (o ninguna). 

Son tres los pactos (1929, 1938 y 1946), entre militares primero y luego con las élites civiles del país, los que permiten pacificarlo y darle en forma gradual a las instituciones políticas, la certidumbre para establecer un proyecto político nacional y de futuro. Pero el ejército siempre fue el mismo.

Siempre fue el mismo cuando lo utilizó Miguel Alemán para romper al sindicato ferrocarrilero. También cuando lo usó López Mateos para romperlo en 1960 y detener a sus líderes. Fue el mismo ejército el que persiguió a disidentes políticos y fue el mismo que, en 1968, reprimió un movimiento estudiantil, ocupó los campus universitarios y tomó parte de los hechos de la Plaza de las Tres Culturas que culminaron con la matanza del dos de octubre, haciéndose cómplice de la paranoia (¿inducida?) de un presidente de sí, paranoico.

Ha sido el mismo ejército el que, desde 1975, con la operación Cóndor, ha sido parte de una guerra contra las drogas impuesta por Estados Unidos y ha sido el mismo también el que enfrentó la llamada “guerra sucia” en aquella década. Nunca los derechos humanos han marcado su actuación. Por muchos años, la utilización de las fuerzas armadas no requirió de normas; esas normas las dictaba el presidente en turno. Han sido una organización del siglo pasado que no ha vivido todavía un proceso que las haga transitar –de una forma legal, justa–, a las condiciones óptimas de un estado de Derecho. Nadie duda que, dentro de las fuerzas armadas haya gente honorable y de trayectoria intachable. Conozco a más de uno. Pero no es, ni con mucho, la norma.

Pero mientras la discusión en este régimen debiera ir sobre una legislación que adecue el actuar de las fuerzas armadas a las condiciones de una democracia constitucional, eliminando sus características anómalas, entre ellas que haya un solo secretario civil del ramo del que dependan tanto el ejército como la marina armada –como sucede dentro de todas las democracias consolidadas–, el presidente de la república no sólo se les rinde: les va entregando la administración del país en partes.

No se sabe si la relación que Andrés Manuel López Obrador se ha encargado de construir desde que inició este sexenio con las Fuerzas Armadas sea parte de la enorme confusión ideológica en la que vive pero, cuando menos históricamente, no ha sido precisamente la izquierda en Latinoamérica la que se ha acercado tanto a las fuerzas armadas de sus países como para aliarse con ellas en prácticamente toda la función pública. Por el contrario, es bien sabido en qué parte de algún archivo militar han acabado muchos esfuerzos socialdemócratas. O quizás alguien lo convenció de que su gobierno sería más parecido al de Salvador Allende que al de Getulio Vargas, y es el tener ‘controlado’ al ejército lo que guía realmente su acción (no quise llamarle miedo por pudor). 

Durante su campaña electoral, López Obrador insistió en que una de las razones de la crisis de seguridad era la rivalidad y falta de cooperación entre las estructuras policiales y militares. Como solución planteó la creación de la Guardia Nacional que, a la fecha, en materia de seguridad –que es para lo que fue creada–, ha arrojado los peores resultados posibles en la materia.

En cambio, la administración cedida por López Obrador a las fuerzas armadas va viento en popa. Esta va desde la construcción y operación del aeropuerto de Santa Lucía, la operación de 31 hospitales del INSABI, la construcción de parte del Tren Maya, hasta –lo último–, la administración de aduanas (ya sea en puertos o no) debido, a decir del propio presidente, a la corrupción y delincuencia que aún persiste en estas –mismas que, cabe mencionar, no han disminuido ni con la vigilancia de las fuerzas armadas, que ya estaba dada–. Fue esto último, ceder la operación, lo que hizo que Javier Jiménez Espriú renunciara como secretario de Comunicaciones y Transportes.

No sé si venga escrito por Winston Groom desde la novela o sea una de las genialidades del guion de Eric Roth la que le hace preguntar a Gary Sinise (Dan Taylor) a su soldado Forrest Gump:

“–Soldado Gump, ¿para qué estás aquí?
–Para hacer todo lo que usted mande mi sargento.
–¡Demonios Gump! Es la mejor respuesta que he oído en toda mi vida.”

Parece de risa. Espero no resulte en tragedia.

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julio 17, 2020

Actos de Corrupción


Por Manuel Moreno Rebolledo
Obvia decir que no se trata de un fenómeno nuevo ni en México, ni en el mundo. En nuestro país siguen causando molestias las aseveraciones de que se trata de un sistema de vida donde la gran mayoría se encuentra inmerso… y sin embargo se mueve. Desde el que busca sobornar a un policía (o el que se deja sobornar por uno, es lo mismo), hasta el que por conseguir dinero fácil se presta a fingir un servicio que nunca prestó o a inflar su precio para que todos salgan económicamente beneficiados menos el verdadero destinatario del servicio.
Por ello, son buenas las noticias de traer a cuentas casos flagrantes de corrupción, –y sin que dejen de llamar a reflexión o nos impidan levantar fuerte la voz para su justa sanción–, no debieran ni extrañarnos ni llevarnos a acusar de mayor o menor corrupción a uno u otro partido político que ha gobernado y gobierna (desde cualquier nivel: municipal, estatal, federal), cuando es el sistema completo el que está dañado. Mientras el voltear la vista, manipular la ley o utilizar estos actos con otros fines que no sean punitivos o ejemplares, sean la moneda de cambio de este sistema, pasarán autoridades y generaciones, y será un tema que quedará sin solución.
Hay otros factores como la desigualdad económica, la fragmentación étnica y la estabilidad democrática que también son variables de peso para distinguir un país con mayor o menor corrupción. México no está exento de esto, por el contrario. En nuestro país, la corrupción cuenta con tres ingredientes adicionales que siempre están en crecimiento exponencial: 
Uno, la falta de persecución del delito –la impunidad ha sido la peor parte de todos nuestros gobiernos (de cualquier color)–; dos, creer que la ley del mínimo esfuerzo es la que funciona (no me des, ponme donde hay); y tres, el cinismo con el que todas las autoridades (desde la más alta) acusan y pontifican sobre lo que, en privado, adolecen o –lo menos–, permiten.
En una de sus grandes novelas, Bajo el Sol de Satán, el escritor francés George Bernanos hizo exclamar a su personaje, el abad Donissan: “¡La primera señal de corrupción en una sociedad que aún está viva, es cuando el fin justifica los medios!”.
Y en lo que ahora nos atañe ese es el tema de fondo: ¿se va a castigar la corrupción o se utilizará con fines de exhibición? ¿Le servirá al gobierno para apuntalar fines electorales, por ejemplo?
Aunque el año electoral es 2021, todas las circunstancias se empeñan en apuntar que este será el año más movido en materia pre electoral del que posiblemente tengamos memoria. En primera, porque el empuje se ha hecho desde varios grupos de la sociedad civil (no sólo uno, como acusa el presidente), pero ha sido él quien ha levantado la ofrenda y la ha vuelto personal (–homo electorabilis, al fin; permítaseme el latinismo–).
Porque hay oportunidades que son únicas y Emilio Lozoya Austin es para López Obrador el pagote perfecto: porque significa Pemex; porque significa Reforma Energética; porque representa los ‘moches’. En Lozoya se encarna un guion cargado de los símbolos de la corrupción que desde su campaña se ha encargado de pregonar. Es la suma de su pequeña semiótica.
El pasado 15 de julio, bastó la publicación de un desplegado llamando a una alianza ciudadana, conformada como frente opositor único para las elecciones federales del año entrante, firmado por treinta personas con visiones variopintas del país, para que el Ejecutivo –emotivo como es–, volviera al ataque:

 “¡¿Qué acaso no se han enterado que está por llegar extraditado de España, Emilio Lozoya, exdirector de Pemex, quien al parecer presentará pruebas y explicará cómo se lograba el ‘contrapeso’ que pretenden ‘recobrar’ los abajofirmantes?!”. Lo dijo con todas sus letras una vez que les leyó puntualmente la respuesta al desplegado titulada “Bendito Coraje”.

Ya comentábamos en mi entrega anterior lo que en mi opinión fueron los motivos del viaje de López Obrador a Washington: seguir ganando elecciones para no perder el poder sobre ambas cámaras. Para ello requiere que el saldo económico de la pandemia no le pase una factura tan desfavorable (lo cual se ve titánico). Su segundo requerimiento es la construcción de un discurso que vindique el tema de la corrupción que llegó a prometer que resolvería y que descalifique a cualquier grupo opositor que pueda tener enfrente –articulado como partido u organización civil– para vincularlo con el tema y que, ante los ojos del electorado, quede descalificado. Y Emilio Lozoya es perfecto para eso. Y ya lo dijo.

Con el exabrupto que siguió a su “Bendito Coraje”, López Obrador no sólo dejó ver las intenciones detrás de la llegada del exdirector de Pemex, exhibió la muy maltrecha autonomía de la Fiscalía General de la República que, sólo era cuestión de tiempo confirmarlo, sabemos que sigue obedeciendo al presidente.

A Andrés Manuel López Obrador no le importa encarcelar a nadie: le importa la rentabilidad que le puede reportar el hecho de que alguien, por defenderse, no la pise. 

Bien lo escribió John Steinbeck en su momento: El poder no corrompe, el que corrompe es el miedo a perder el poder. López Obrador está en esa tesitura.

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julio 10, 2020

Queridísimo Vecino...

Por Manuel Moreno Rebolledo
Hace poco más de dos milenios vivió quizá el más grande de los poetas latinos, Horacio. Hijo de un esclavo liberto, tuvo la oportunidad de hacer estudios en Roma y Atenas, donde finalmente estudió filosofía. Sirvió a las órdenes militares de Bruto hasta que decidió que la milicia no era lo suyo. Regresó a Roma y conoció a Virgilio quien lo introdujo al círculo cercano a Mecenas, donde alcanzó una gran popularidad que lo llevó a conocer al emperador Augusto quien le ofreció ser su secretario personal. Es en las odas –su obra más grande–, donde refiere que tus propios intereses están en juego cuando arde la casa de tu vecino.
Y López Obrador llegó al encuentro de su vecino Donald Trump prácticamente con la casa en llamas
Y fue a visitar al vecino que mejor le entiende: con quien comparte ser el peor tratado por la prensa; con quien conlleva uno de los tres descontroles pandémicos más severos del continente; con quien coincide en la dureza y denostación hacia sus críticos. Y además es el vecino rico.
La presencia de López Obrador en Washington hay que analizarla desde varios puntos de vista, aunque todos terminen por converger en la apremiante situación que está viviendo México. El pretexto de la puesta en marcha del T-MEC fue estupendo pues efectivamente refleja la punta de la madeja que podría ­–eventualmente y con muchas condiciones–, reactivar la economía tan maltrecha de un país que, si bien no iba bien, es un hecho que no iba tan mal. 
Los detalles de la visita se vuelven buenos accesorios ante lo apremiante del fondo; si la visita fue considerada como pragmatismo político, no veo por qué no analizarla bajo el mismo rasero: (¿coincidentemente?) en una nota poco afortunada y muy confusa, el Embajador de Estados Unidos en México, Christopher Landau, dice primero y se desdice luego acerca de la oportunidad de invertir en estos momentos en México, cuando López Obrador ya tenía programado ir directamente por el apoyo del presidente de Estados Unidos para conseguir un espaldarazo de confianza del mandatario de la nación capitalista por antonomasia, cuando además los indicios de desconfianza comenzaron –a decir de casi todos los expertos–, antes incluso de comenzar el sexenio, en octubre de 2018 cuando, mediante una ‘consulta popular’, AMLO decidió cancelar el NAICM. 
Todo se vino en cascada a partir de que el presidente de México desoyó voces más sensatas para aliarse con esa parte de su gabinete que ha insistido en subvertir las reglas acordadas y exponer a México no sólo a la salida de capitales (13 mil millones de dólares al día, anuncia ya el Banco de México), sino a la posibilidad de perder juicios internacionales por controversias comerciales y de negocios que podrían salir aún mucho más caras y que, ahora con el T-MEC estarán mucho más vigiladas, un acuerdo que, por cierto, no mereció un solo epíteto de ‘neoliberal’ en todo el trayecto por Washington.
La pandemia agravó las cosas y ahora, además de prever un déficit de dos dígitos del PIB al acabar 2020, corremos el riesgo de no cerrar con la disciplina inflacionaria de 3.3% que el propio gobierno se había propuesto, todo ello debido a la enorme reticencia del gobierno por no apoyar a las empresas mexicanas (no todos son ricos: el 95.4% de ellas son MiPyMES), con plazos más flexibles para el cumplimiento de impuestos o pagos de contribuciones al IMSS, misma institución que reporta el día de ayer la inminente pérdida de 1.3 millones de empleos (formales). Si eso no es tener la casa ardiendo...
Con otra, no se nos olvide que Estados Unidos ya reservó los tres primeros lotes de vacunas de Remdesvir. López Obrador fue también a hacerse presente para eso. 

Y fue también a agradecer en forma personal, los 200 mil barriles de petróleo diarios con los que, el gobierno de Estados Unidos, también se comprometió a apoyar a México en aquella reunión de la OPEP donde la secretaria de Energía, Rocío Nahle, falló como funcionaria.

Nuevamente la forma fue fondo. No obstante que para la ex Embajadora Roberta Jacobson (quien podría ocupar un buen nivel en la Secretaría de Estado del gobierno de Biden, de ganar la presidencia), el Partido Demócrata tardará en olvidar la visita de López Obrador a un Trump en campaña, el control de daños podría ser un asunto menor.

Lo mismo podrá serlo el escozor que –entre lopezobradoristas y detractores–, pudieron provocar las palabras tan melosamente dedicadas por el presidente de México al de Estados Unidos, llamándolo amigo varias veces y reconociéndole el falso mérito de haber tratado bien a los mexicanos cuando, evidencias en ese sentido, es lo que sobran. No creo que AMLO haya leído a Sun Tzu, pero aparentar inferioridad y estimular la arrogancia del contrario es lo que aconseja. López Obrador lo hizo a la perfección.

Tampoco podrá importar la mirada de sospecha que pudo provocar en hecho de que a la cena de negocios no fueran convocadas algunas de las cabezas del sector empresarial sino solamente particulares, hoy amigos del presidente (antes mafia del poder y un compadre, Miguel Rincón, entre ellos). 

López Obrador llevaba una misión y al parecer la llevó al cabo aunque un par de días después Donald Trump volvió a ser el de siempre diciendo que, sin el muro, Estados Unidos estaría inundado de coronavirus.

No sabemos cuánto consiguió el presidente mexicano. No sabemos a final de cuentas cuánto más va a tener que pagar en caso de que Trump gane la reelección o cuánto en caso de que la elección la gane Biden. No son pocos los que ya están pensando en el cálculo real sin soslayar que, mientras le alcance a López Obrador para medio enderezar y seguir teniendo el control político del país en el 2021, será suficiente.

A final de cuentas, bien decía el filósofo anti dogmático rumano Emil Cioran: la razón es una puta que sobrevive mediante la simulación, la versatilidad y la desvergüenza.

Hasta la próxima semana. Los invito a seguirme en Facebook o por Twitter: @ManuelMR.

julio 03, 2020

¿Algo qué informar?

Por Manuel Moreno Rebolledo
Al igual que hace un año y para la celebración de sus simpatizantes, Andrés Manuel López Obrador repitió este primero de julio uno de los varios eventos que seguramente quiere instaurar como parte de sus rituales de cambio –siempre más simbólicos que eficientes–: emitió un comunicado más.
Hace dos años, 30.1 millones de votantes (con una participación del 66% del padrón electoral activo), emitieron su voto en favor del hoy mandatario contra los 12.1 millones de votantes de Ricardo Anaya y casi 9.3 millones que apoyaron a José Antonio Meade. Cierto: ni juntos, ambos candidatos, tanto del PAN como del PRI –el ‘hubiera’ es una conjugación imaginativa–, pudieron acercarse siquiera.
Más allá de cierta incomprensibilidad por hacer un recuento de actividades tomando como base la fecha en que ganó la presidencia y no desde que asumió formalmente el Poder Ejecutivo (ese también es otro informe y deja en evidencia su enorme necesidad de tomar el templete a la menor provocación), el Presidente señaló en líneas generales que no habrá cambio alguno en sus programas sociales ni en las políticas públicas para combatir la corrupción y la desigualdad, temas insignia de su campaña.
Por momentos, el miércoles pasado pareció hacerle un guiño a las clases medias cuando, por primera vez en dos años, abrió los beneficios de los programas sociales también a ellos, pero al señalar que ahora sus ganancias y negocios serían lícitos, hizo nuevamente uso de una generalidad no sólo poco atenta sino empáticamente nula.
Se quejó –como ya lo viene haciendo de un tiempo para acá–, de ser el presidente más insultado en más de un siglo, a lo que ha respondido, según él, dando una respuesta tolerante y sin censura (sic). Como candidato perenne no olvidó advertir que las elecciones en México han sido fraudulentas y que en él se tiene al garante de sufragios limpios, golpeando nuevamente –como lo que ya se esboza como una campaña–, a un Instituto Nacional Electoral cuyo resguardo de la evolución democrática del país, apenas data de 23 años a la fecha y cuyo último trabajo fue justamente la elección de la que él salió presidente. Probablemente lo más grave de su personalísima agenda sea este punto: debilitar al órgano electoral mexicano para velar por los intereses de su –también personalísimo– proyecto personal de gobierno y volver a ese viejo autoritarismo electoral cuyo ejemplo más depurado lo tiene ahora colaborando con él en su gabinete ampliado.
Medio ambiente, mujeres y jóvenes quedaron fuera de su discurso; el tema de los feminicidios parece aún flotar como el tema al que no sabe cómo darle la vuelta. En su lugar, ocupó tiempo para decir que nunca en sus dos años –el uso de sus adverbios es, lo menos, sintomático–, se ha reprimido al pueblo ni se han tolerado masacres; que la tortura fue eliminada y que otras violaciones a los derechos humanos que eran prácticas comunes en otros gobiernos, no existen más.
Y luego vinieron las cifras. Esos otros datos cuyo parámetro de acomodo se hace cada vez más incomprensible. Explicó que en materia de seguridad, su política comienza a dar resultados pues la tendencia a la alza en homicidios dolosos ya terminó, cuando todos sabemos que 2019 –junto con los subsecuentes tres meses–, habían sido los más violentos registrados hasta ahora (de acuerdo con las cifras que de Seguridad Pública emite la propia página del gobierno federal). Sobre delitos, dio información coyuntural acerca de robos a casa-habitación; a negocios; robos a transeúntes; vehículos; secuestros; robos en transporte público y privado. Todos ellos con bajas realmente sustanciales seguramente por dar cifras comparadas contra el último mes de abril cuando una gran parte de la población apenas comenzaba su confinamiento domiciliario por la pandemia.
Habló de los empleos que se han perdido. No hubo cálculo para los que se evaporaron dentro de la economía informal pero señaló los que formalmente se han perdido de enero a junio de este año: 983 mil empleos con cotización al IMSS. Dijo también que la pandemia precipitó la crisis económica (algo que ha sucedido en todo el mundo), pero aseguró que los mexicanos ya hemos tocado fondo y que nuestro país va en franca recuperación pues la recaudación del fisco se mantuvo igual que el mismo periodo del año anterior; hubo un aumento en las ventas de tiendas departamentales y ya empieza a haber un aumento en las remesas de los mexicanos que viven en el extranjero. 
Dado a dar récords durante su gestión –como todos los presidentes que nos han tocado en este país–, López Obrador dijo que el monto destinado a “inversión” en programas sociales alcanzará los 650 mil millones de pesos en 2020 y prometió que para diciembre de este año quedarían establecidas las bases de la nueva forma de hacer política pues, para entonces, ya estarán las principales reformas legales y “quedarán asentadas en la conciencia ciudadana las ideas de justicia, honestidad, austeridad y democracia”. El estilo personal de discurrir.
Que la autoridad emita informes no es sinónimo de transparentar, rendir cuentas o dar la cara. No sólo debiera ser su obligación de tanto en tanto; sin embargo, cuando la información expuesta no tiene una respuesta de observación –o corrección como última instancia– que repercuta en forma rápida y directa en la audiencia a quien se informa, corre el riesgo de quedar sólo como un ejercicio demagógico de poder. Entre otras cosas, López Obrador se ha encargado desde que llegó (se pronunció dos veces el día que ganó las elecciones), de discursar de manera constante, regular y ahora ya en forma monótona. Ha buscado emplear estos dos años en convencer quiénes son los buenos, quiénes los malos y que ya muy pronto viene la restauración prometida.
Decía Beethoven que nunca debe romperse el silencio si no era para mejorarlo. López Obrador ha hecho un esfuerzo enorme por crear ruido. De los cuatro tipos de ruido que el Presidente le ha creado a su comunicación (los hay: físico, fisiológico, psicológico y semántico), es sin duda este último el que ha predominado: 
Al dividir a los ciudadanos en pueblo y el resto, ha vuelto muy difícil un significado compartido no sólo de sus verdaderas intenciones sino de la intención por ganar apoyos. En este último año no ha sumado y eso debiera bastarle para entender.  
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La Revolución

  por Manuel Moreno Rebolledo Con 110 años de edad, la Revolución Mexicana –impulsada por la pequeña burguesía de la época y con un ideario...