mayo 09, 2018

Nosotros los Pobres


“Los pobres tenemos la riqueza del corazón”
La Hija de la Otra, Vicente Orona, 1951

En una de las tantas mesas de análisis electoral que las televisoras nos han prodigado (digamos –por ser bondadosos con ellos–, que lo han hecho como una tarea de cumplimiento informativo), uno de los múltiples voceros de los que ha echado mano la campaña de Andrés Manuel López Obrador, le dijo a su increpante: “Es que Andrés Manuel habla como el pueblo”, dándole contexto a la crítica de que el candidato del PRI, José Antonio Meade, sólo se sabía expresar técnicamente, por lo cual no conectaba con la mayoría de los votantes.

“¿Cómo habla el pueblo?” le preguntaron en seguida un par de veces, y no quiso (o sospecho que no supo) responder.

La tradición del sufrimiento
Nuestro cine, desde la época de oro hasta nuestros días, ha tratado la pobreza como el receptáculo de todas las calamidades; si eso se apega a la vida real es otra historia, pero la percepción de que los pobres siempre son víctimas de algo, ha penetrado fuerte y ha sabido perdurar porque no ha habido otro tándem comunicación/cultura que cambie esa percepción.

El cine (y luego las telenovelas), nos han mostrado –casi pedagógicamente– que al pobre siempre le pasa lo peor: les roban, mueren seres queridos o pierden lo poco que tienen por accidentes desafortunados, la autoridad abusa de ellos, son los olvidados, los últimos en el reparto de cualquier cosa. Aún así cantan y ríen. Es el pueblo bueno. “Viva mi desgracia” escribiría en una conocida canción Francisco Cárdenas.

Por otro lado, a los ricos nos los han mostrado como malvados, mezquinos, aquellos que no se cansan de explotar al pobre, que humillan, sobajan y que, además, siempre están por encima de la ley o, en muchos casos son además de ricos, la propia ley. El binomio Empresarios-Autoridad se muestra siempre como la gran conspiración en contra del pueblo. Aún así, nos han vendido la idea de que el rico también llora y que, una vez que se acerca al pobre y entiende sus problemas, es redimido.

Un discurso familiar
El lenguaje que ha utilizado López Obrador a lo largo de sus participaciones como candidato (ya es la tercera), está muy apegado a este guión. Si analizamos muy someramente su discurso desde el punto de vista semiótico, las metáforas. prosopopeyas, prosopografías, anáforas, perífrasis y la interrogación retórica han sido usadas para darle un mayor significado a un planteamiento que pareciera simplista pero no lo es: Los ricos abusan de los pobres. Luego entonces, los empresarios y el pueblo bueno son incompatibles, los empresarios son el enemigo, “la Patria es primero” y el empresario que quiera ser perdonado tiene que redimirse conmigo (aunque luego salgan los voceros de AMLO a darle un sinnúmero de contextos e interpretaciones diferentes).

Ese lenguaje, que ha sido plasmado –insisto–, en la tragicomedia mexicana multimedia a la que históricamente hemos sido sometidos el promedio de los votantes mexicanos porque nos es coloquial y nos es familiar, ha permeado en todos los niveles: es un discurso tan poderoso (porque culturalmente tiene sustento en la percepción de la mayoría), que ricos y pobres, profesionistas y desempleados, jóvenes estudiantes y gente mayor pensionada, lo han tomado como suyo y, en una contradicción enorme pues no deja de ser una construcción emotiva del discurso, le han dado la razón.

Los otros
Mientras esto ocurre en la campaña de López Obrador, los contendientes parecen no haberse dado cuenta de que el tiempo se acaba y no han podido conectar emotivamente con los votantes. Hasta ahora –y si tomamos a las encuestas como escenarios al día–, las tendencias indican que el enojo y la toma de un discurso que los votantes sienten como propio, es lo que va predominando.

Independientemente de si la operación política se encamine a apoyar a uno de los dos contendientes con tal de forzar un solo frente contra el puntero, los equipos de Anaya y Meade tienen una sola posibilidad y creo que la están desperdiciando. Sus discursos siguen siendo más racionales que emotivos y eso, en una campaña electoral, es el preludio al fracaso.

El tiempo que les queda
A estas alturas de la campaña, el tiempo no se mide en días sino en acciones, en comunicaciones y en presencia eficiente. Cualquier desperdicio puede significar la diferencia entre ganar y perder. Aún hay muchas formas creativas de revertir tendencias o afianzarlas –que sería el caso de AMLO–, pero es importante que los equipos de campaña no cometan más errores.

Pitágoras, cuando era preguntado sobre qué era el tiempo, respondía que era el alma de este mundo. Para los contendientes al puntero, lo es todo.

Tic, tac… Tic, tac.
Hasta el próximo mes.
Los invito a seguirme en Facebook o por Twitter: @ManuelMR.

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