Buscando reposicionar a México (y a los millones
de mexicanos que viven en Estados Unidos), dada la oleada de desatinos e
injurias que Donald Trump ha vertido en campaña contra nuestro país y los
connacionales que allá viven –más por necesidad que por gusto, les aseguro–, el
gobierno de México ha realizado algunos cambios diplomáticos de muy alto nivel.
Al menos eso nos han dicho hasta ahora.
Pero lejos de suponer que los cambios van en función
de fortalecer las relaciones diplomáticas tradicionales entre ambos países,
estos llevan la misión de hacer un trabajo mucho más comunicacional que
político.
¿Quiénes van?
Los cambios que propone el gobierno mexicano van
en dos sentidos. El primero de ellos parece un cambio con consecuencias
políticas mientras que el segundo busca reforzar entre un segmento muy definido
de la población estadounidense, la percepción de que el mexicano no es como lo pinta Trump y México no es ese
gigoló que se ha aprovechado de Estados Unidos.
El primer cambio lo encabeza Carlos Sada, quien hasta
hace tres semanas era cónsul en Los Ángeles (lo ha sido en Chicago y Nueva
York, lo que habla de una gran experiencia –burocrática, pero experiencia al
fin–, como autoridad diplomática en aquél país). Él sustituye a Miguel Basáñez como
embajador de México en Estados Unidos y ahora le toca la nada sencilla tarea de
cabildear y suavizar políticamente los temas sobre México; algo nada fácil,
sobre todo cuando en el congreso norteamericano (de mayoría republicana), tienen
su propia versión –en parte atizada por Trump–, de lo que nuestro país
significa actualmente para Estados Unidos.
Relaciones Públicas
El segundo cambio –Paulo Carreño King como
subsecretario de Relaciones Exteriores para América del Norte (bloque que
comprende Canadá, Estados Unidos y Cuba)–, responde más a una estrategia de
relaciones públicas que a tácticas diplomáticas, algo que cualquiera puede
inferir dado que Carreño King nunca ha estado en la diplomacia ni es experto –en
absoluto–, en relaciones bilaterales, políticas de gobierno o derecho
internacional; su campo de expertise
siempre ha sido el manejo de crisis, comunicación política y relaciones
públicas, desde que se formó como parte del staff de Burson Marsteller, hace ya
un par de décadas.
A Carreño King lo invitaron a trabajar en el
gobierno de Peña Nieto, para manejar prensa extranjera y un área de nueva
creación que consiste en promover la imagen de México ante el mundo (Marca-País),
por lo que la decisión de nombrarlo en la posición más importante dentro de las
Subsecretarías de Relaciones Exteriores responde, como todo parece indicar, a
fortalecer la imagen de México en Estados Unidos (ya que honestamente, ni
Canadá ni Cuba han importado mucho, sobre todo en años recientes). Los golpes
de realidad han hecho caer a este gobierno en la cuenta de que observarse sólo
el ombligo no es una solución.
¿Qué queda por reposicionar?
Ahora bien, ¿qué tan cierto es que la perorata de
Trump sobre México y los mexicanos hará (o ya está haciendo) que el
norteamericano republicano al que este candidato se dirige, tenga una imagen
infame de nuestro país y de nuestros paisanos? ¿Será que se está dirigiendo
(además), a un volumen de estadounidenses amplio y de gran peso electoral? Creo
que no.
El asunto, como se ve, es el desarrollo de una
estrategia de comunicación que permita rescatar –en lo posible–, la imagen
misma del propio presidente y su gobierno; imagen que nunca pudo levantar en lo
que va del actual régimen, no sólo por los casos propios de descrédito
internacional (como Ayotzinapa), sino porque esta administración no ha sabido
cómo llevar una relación con Estados Unidos que implique un bilateralismo real
de cooperación y no una relación de autoelogios que poco le ha servido a México
y que tan molesto ha tenido al gobierno del presidente Barack Obama.
Esta estrategia implica un nuevo planteamiento
ante la prensa internacional, sobre todo la de ese país, una nueva propuesta de
relaciones en las que no se culpe a los medios internacionales de la mala
imagen del presidente y que les den permiso de hacer mejor su trabajo sin la
cerrazón del boletín o el querer darle la vuelta a lo contundente. Una ruta en
la que la prensa extranjera (en general), no sea vista como parte del problema
sino como apoyo.
Pocas cosas reflejan mejor la visión “doméstica”
que este régimen tiene de la política exterior –principalmente con Estados
Unidos– que el haber pretendido crear un grupo desde el gobierno que hiciera
proselitismo en contra de Trump. Esto lo dejó muy claro Biden en su última
visita a México. Estos cambios intentarán corregir el exabrupto.
Hasta el próximo mes.
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