Decía Napoleón –el corso–,
que pueden caer leyes, naciones y monumentos, pero el ruido que genera una gran
reputación, subsiste pese a todo.
La reputación, sobre todo
la de una marca (que es la que por hoy nos ocupa en este espacio), es el prestigio
ya consolidado que esta logra
tener ante todas sus audiencias (o partes interesadas –stakeholders–) por las acciones que lleva a cabo.
En ese sentido, la reputación es el reconocimiento que hacen del
comportamiento de una marca –que puede trasladarse sin dificultad a la empresa
que la tiene–, sus principales grupos de interés en función de la relación que mantiene
con ellos, del grado de satisfacción de sus expectativas y de la afinidad con
los contenidos que emite.
Crear
una reputación no es una tarea fácil: consiste en gestionar las diferentes
percepciones que tienen los stakeholders
de ella y que se refleja en las interacciones con la marca. En función a esa
experiencia se construye esa reputación donde todas las partes interesadas
asocian diferentes atributos (características descriptivas fruto de esa
relación con el sentido de la marca) que permanecerán en su memoria y
crearán una conducta en consecuencia.
Aunado
a ello, cuando una marca comienza a tener una buena reputación (ojo: no necesariamente
consumo), el número de partes interesadas crece proporcionalmente, es decir, el
numero de audiencias dejan de ser únicamente los públicos internos, accionistas
y consumidores: se involucran medios de comunicación y, dependiendo del caso,
gobiernos, ONG’s, asociaciones y un largo etcétera. Y esto, además, es un
trabajo de muchos años.
El
mes pasado, durante la inevitable fiebre mundialista, una empresa con ese tipo
de buenas reputaciones –y que se han construido a lo largo de muchos años–, KLM
(Royal Dutch Airlines), con 95 años en el mercado y un cuidado impecable en sus
comunicaciones, cometió un desliz.
Después
del triunfo de la selección de Países Bajos sobre México en octavos de final, la
aerolínea tuiteó un mensaje que decía "Adiós Amigos!" con
la foto de un letrero de “salidas” como los que se ven en los aeropuertos junto
con una silueta con sombrero, bigote y poncho, ocasionando que muchas personas
se sintieran ofendidas.
Más allá de si realmente fue burla o no (eso depende de la percepción
de cada quien –personalmente no me incomodó en momento alguno–), el tuit rompió
una tradición de comunicación formal, sobria y hasta elegante que distingue a
KLM y que, aunque no mancilló en lo mínimo su imagen, fue el negrito en el
arroz del mantenimiento de la reputación que esa marca sostiene con las partes
interesadas.
En ese sentido, la reputación no es un asunto de mercados o de
consumo. Muchas de las personas que apenas se enteraban de la existencia de la
aerolínea no serían sus usuarios por razones que van desde el NSE hasta sus
preferencias y hábitos de viaje. Crear una reputación sí debe tener un objetivo
comercial, pero definitivamente no es su único objetivo.
Y esto último lo sabe el área de comunicación de esa empresa. La
aerolínea se disculpó por el polémico tuit: "No ha sido nuestra intención
herir los sentimientos de nadie con nuestro 'tweet'. En el mejor espíritu
deportivo, ofrecemos nuestras más sentidas disculpas para aquellos que se hayan
sentido ofendidos por el comentario", escribió KLM.
Las
nuevas tecnologías de comunicación –sobre todo las plataformas digitales–, han
provocado que muchas empresas no preparen adecuadamente a sus community managers (internos o
contratados) en el entendimiento de la filosofía, valores y tonos de
comunicación que compañías como ésta tienen y que le han generado prestigio
(que ya se mide en resultados de negocios) a lo largo de su historia.
Hay
una gran confusión con respecto a quienes utilizan estas herramientas (redes
sociales): la dirección de comunicación de la marca es la que determina el tono
y los contenidos a utilizar, no las personas que operan estas herramientas.
Muchos community managers piensan que
estas plataformas pueden utilizarse tal y como las usan a título propio y no es
así. Las marcas no deben tener otro límite que el propio y crear sus propios
códigos dependiendo de los objetivos que buscan, de las diferentes audiencias
que tienen y, sobre todo, de la reputación que quieren construir.
En
su obra “Worthies of England”, donde narra cómo se percibía a la Inglaterra del
Siglo XVII, el historiador Thomas Fuller decía que la fama de su país siempre
estaba en el escrutinio público puesto que “la reputación es una lente de
aumento” que magnifica tanto las virtudes como los defectos.
Así de evidente.
Hasta el
próximo mes. Los invito a seguirme en
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