Lo recuerdo en la vieja Facultad.
Quienes tuvimos el privilegio de tenerlo como maestro (junto con un grupo de mentores memorables entre los que destacaban Julio Scherer, Pablo González Casanova, Susana González Reyna, Ángeles Mastretta, Silvia Molina, Sergio Colmenero, Fátima Fernández Christlieb, Froylán López Narváez, entre otros que dejo de recordar más por olvido que por omisión), lo veíamos venir siempre cargando papeles, muchos papeles, como un viejo capitán que llevaba los múltiples mapas que nos conducirían a una tierra a lo mejor no tan segura pero firme al fin y al cabo.
Recuerdo que sin burla pero con escepticismo, se rió un poco de mí cuando, en 1977, le dije que me contratarían para hacer periodismo en radio. –Eso todavía no existe–, me dijo casi disculpándose y no sin justificada razón. En la segunda mitad de la década de los setentas, justo después de que la intransigencia del viejo régimen encarnada en Luis Echeverría había acabado con el único periodismo independiente del país (el Excélsior de Scherer del que él formaba parte muy importante), la radio no ejercía un periodismo de análisis, de comentario. Se limitaba únicamente a transmitir información –la mayor de las veces, sólo la información que el gobierno nos permitía emitir–, y los espacios noticiosos de la radio estaban tan marginados que era una verdadera hazaña, por ejemplo, tan sólo el hecho de comercializarlos. Nada que ver con lo que ahora, por derecho, se transmite. Ya hubiéramos querido ejercer entonces ese derecho que hoy tenemos y que a muchos se les olvida fácilmente la razón por la que no lo teníamos.
Nunca trabajé con Granados Chapa, seguramente hubiera sido una experiencia muy interesante. Haberlo tenido como docente, sin embargo, fue muy enriquecedor en muchos aspectos.
Nos enseñó que el periodismo no sólo está lleno de anécdotas y frases. Que sí debe conformarse como un auténtico “cuarto poder” exactamente en los términos en los que el autor de esta expresión, Edmund Burke, aludía a la prensa británica y la gran influencia que tenía en los años previos a la Revolución Francesa (de la cual él se hizo partidario más tarde no obstante su nacionalidad inglesa).
Burke decía que la prensa era ya un poder independiente a los otros tres (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), porque no se limitaba a reflejar la opinión pública en la que toda democracia debe estar fundamentada, sino que, al valorar por sí misma (y acomodar en ese orden de valoración en los diarios) cuál es la información más importante que el público debe leer y además opinar sobre esta información, estaba influyendo en forma determinante en el pensamiento y decisión de la población lectora (que creció sustancialmente debido justamente a los diarios y gacetas).
Tres fueron los legados más importantes que, desde la cátedra nos dejó:
El primero fue el riguroso manejo del idioma y el estilo que debe caracterizar a cualquier periodista. Su precisión al momento de escribir representa para todos quienes nos dedicamos a esta profesión un compromiso para seguirnos esmerando hasta alcanzar el mayor conocimiento posible del idioma que, día a día expresamos y que es herramienta fundamental para nuestra forma de vida. No es suficiente con tener la suficiente inteligencia para hacer un análisis coherente e informado del acontecer cotidiano; para que éste resulte efectivo y, sobre todo, comunique, requiere de un manejo adecuado del lenguaje. No en balde fue el primer periodista en ingresar como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
El segundo, es el rigor de su análisis. ¿Qué quiere decir esto? Sin más, la indagación que todo periodista debe tener en su haber casi como forma de vida. No hay conocimiento abundante sino lo que abunda es la ignorancia. Hay que ganarle a esta para poder tener todos los elementos posibles que hagan un análisis adecuado, objetivo pero sobre todo, ecuánime.
El tercer legado (que al menos yo recuerdo), es la congruencia profesional. Fue inflexible con el poder político aun a costa del cierre de su fuente de trabajo o la presión por publicar o no una nota e, incluso, de muchas amenazas que pusieron en riesgo su vida. Hasta la entrega de su última colaboración en el periódico “Reforma”, la avaló y legitimó.
El Barón de Laune (Robert Jacques Turgot), político francés del siglo XVI, escribió en 1750, en su “Cuadro Filosófico de los Progresos Sucesivos del Espíritu Humano”, algo muy sencillo que ejemplifica lo que dejó en mí Granados Chapa en nuestra coincidencia por la Universidad Nacional: “El principio de la educación, es predicar con el ejemplo”.
P.S. Los invito a escucharme todos los jueves de 19:00 a 21:00 hrs., (hora del centro de México), en mi programa de radio “Memorabilia” por www.radiocalania.com.