abril 14, 2020

Mentiras y Contradicciones

Por Manuel Moreno Rebolledo
Yo no sabía –probablemente Ustedes sí–, pero los 23 de febrero se celebra el día de Pinocho, aquel personaje del cuento de Carlo Collodi que inspiró a Walt Disney a crear uno de los dibujos animados más famosos en la historia del cine y cuya película se estrenó con esa fecha, pero de 1940.
La enseñanza que nos dejó esa película (sobre todo a quienes la vimos siendo niños), es que decir mentiras, tarde que temprano, nos trae consecuencias que pueden ser terribles. El problema es cuando decir mentiras se vuelve algo incontrolable y comienza a formar parte de tu personalidad. Es decir, se sufre de mitomanía.
Esa enfermedad, conocida también como pseudología fantástica o mentira patológica –es un padecimiento mental–, que no permite distinguir entre lo que es mentira y lo que no es. Es la descripción para quienes tienen un comportamiento de mentir compulsiva y habitualmente y hace que quienes la padecen, inventen hechos o información tan poco demostrable que fácilmente se puede refutar.
Señalo algunas cuestiones que, en ese sentido, nos atañen.
Mientras por una parte se nos pide un país unido (supongo en torno a las decisiones del presidente), por la otra es el mismo Ejecutivo quien, cada mañana en sus conferencias de prensa, no pierde oportunidad en llamar conservadores, fifís, neoliberales, de derecha (así, generalizando), a todo aquel que comente o haga algo –como interponer un amparo o promover un juicio–, o que opine y vaya en contra de sus disposiciones.
Otro tema son las mentiras que en esas reuniones matutinas nos da por ciertas López Obrador. Generaliza (sin prueba que medie), nos dice que hay empresas que se han formado con actos de corrupción sin demostrarlo; siempre cuenta con otros datos que difieren de lo que su propio gobierno señala; nos dice que aún existen 400 mil millones de pesos de “fondos extra”, cuando en realidad ya se gastaron un poco más de la mitad. En fin, le da por darnos Fake News cada mañana, que no son refutables. Existe una empresa –que seguramente quienes son seguidores de AMLO la calificarán en los mismos términos en que él –, que a través de su página de internet (http://www.spintcp.com/conferenciapresidente/category/impresos/spin/) nos da semanalmente un análisis de contenido de las conferencias de prensa matutinas a través de infografías y audios de las entrevistas que le hacen a su Director General, Luis Estrada.
Esto en ningún momento quiere decir que entre los opositores a López Obrador no haya muchos que fabriquen noticias falsas y exageren datos que lo contradicen; es decir, por una parte, es el mismo presidente quien se encarga de darle “parque” a sus opositores al no hablar enteramente con la verdad y, por otra, deja en claro qué tipo de oposición tenemos en México.
Lo recomendable es seguir a las plumas y prensa que siempre han hecho críticas a todo tipo de gobierno y a todo tipo de oposición sin importar de qué color son. Para este gobierno –y permítaseme un poco de sarcasmo–, toda la prensa que lo critique es mezquina, fifí, conservadora (sic) –todos los que critican ahora son de derecha por el sagrado designio de la generalización–; es una prensa merecedora de censura, que prefiere una globalización pecadora en lugar de defender (envuelta en nuestro lábaro patrio), esa soberanía heredada por el gran nacionalismo revolucionario; es una prensa que está ajena a la verdad absoluta que cada día nos prodiga en forma sabia y acertada aquel que representa este gobierno bueno, santo, impoluto y que no merecemos quienes vivimos del pecado de la crítica; es una prensa que no entiende que sí estuvo muy bien llevarle diario su muertómetro al presidente Borolas pero está muy mal criticar siquiera con el pétalo de una línea ágata a quien todos los amaneceres nos despierta con ese llamado muy suyo a la unidad nacional porque a todos nos considera sus hijos aunque a algunos les llame adversarios; es una prensa mañosa que nunca comprendió que reproducir los chistes y los memes que evidenciaban al vendepatrias copetudo sí estaba bien pero es un hecho reprobable reproducir las burlas en contra de aquel que buscó por dieciocho años ser el pastor nacional; es una prensa malévola que no entiende que dudar que las muchas casas de uno de sus apóstoles las haya obtenido con el sudor de su frente porque sería como ofenderlo a él; es una prensa esquiva que debiera aprender de los nuevos próceres del periodismo como varios de los que ocupan las primeras filas de sus mañaneras o que nunca se le ocurren cuestionamientos tan informativamente relevantes como el ver al presidente derrochar energía cual corredor keniano.
Más le valdría ver todo –a esa prensa sin rumbo– con la óptica supraobjetiva de titanes de la comunicación como John Ackerman o Epigmenio Ibarra o Nacho Rodríguez (El Chapucero) y tener, como este último, su canal de infinitos elogios en YouTube y así acogerla con el sagrado manto protector del presupuesto.
Olvidando el sarcasmo, a los de este gobierno y a sus partidarios, además de dejar de mentir, bien les valdría darse una vuelta por la hemeroteca –ahora que la abran–, para darse cuenta que la mayoría de las críticas fueron para todos lados; que la prensa no es la culpable de que ahora la exposición del presidente sea diaria y que casi en forma habitual haya bulos que desmentir también de manera cotidiana; que los artículos antes críticos de Fox, Calderón y Peña (sólo por citar a algunos ex presidentes), lo son ahora de la Cuarta Transformación y su principal figura; que la labor del periodismo es, ante todo, vigilar al poder y denunciar lo que, en su opinión, esté mal.
El poeta, novelista y dramaturgo, Jean Cocteau, decía que un vaso medio vacío de vino es también uno medio lleno, pero una mentira a medias, de ningún modo es una media verdad.
Hasta la próxima.
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abril 06, 2020

Keynes

En 1937, durante el discurso de su segunda investidura como presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt dijo –quizás influido por su paso por Groton School–, que “la prueba de nuestro progreso no es si añadimos más a la abundancia de aquellos que tienen mucho; es si proporcionamos suficiente a aquellos que tienen demasiado poco”.
La economía es determinante de la civilización. No es posible comprender una convención social sin entender la forma en que sus bienes y servicios se producen, transitan y son intercambiados.

Ahora, nuevamente la economía representa una enorme duda entre especialistas y humanistas en general, tratando de resolver el camino a seguir después de que la pandemia ocasionada por el coronavirus sea, cuando menos, contenida; tal como lo estuvieron después de la recesión ocasionada por la caída de la Bolsa de Nueva York en octubre de 1929.

Muchos teóricos trabajaron en esquemas de recuperación, sin embargo (salvo esquemas totalmente estatistas teorizados desde el siglo XIX y que, unos tras otros fallaron), todo fluyó de nuevo a continuar con un modelo que pronto mostraría nuevos matices: el capitalismo.

Los años anteriores a la crisis de aquel jueves negro, la prosperidad en Estados Unidos era manifiesta en varios campos: los salarios subieron aceleradamente, lo que hizo que el poder adquisitivo creciera en la misma proporción; el llamado American Way of Life se arraigó interna y externamente. El liberalismo económico era evidente en esos años, cualquier posible intervención del Estado sobre la dinámica de los mercados era impensable. 

La ruptura
Después de la Revolución Industrial, ha sido precisamente la crisis del 29 la más estudiada dado su alcance: se hizo presente en todos los rubros sociales debido a que su consecuencia más importante fue la desarticulación del sistema económico con la ruptura en cadena de cada uno de los sectores productivos. La pobreza se hizo presente en un país que, hasta hacía poco, había mostrado una bonanza sin precedente. Todas las economías que eran codependientes de Estados Unidos sufrieron, en diferentes momentos, los efectos de las medidas de recuperación tomadas en Norteamérica.

Hace pocos años, Thomas Piketty puso al mundo de los economistas a girar proponiendo repensar a Carlos Marx y su obra capital. Algo poco realista. Ahora, después de que el planeta rota en torno a un cambio necesario en el planteamiento de sus principios macroeconómicos debido a la nueva gran crisis que se pronostica, lo prudente sería reflexionar sobre John Maynard Keynes.

Como escribí líneas arriba, después de la década de los 30 del siglo pasado, el capitalismo resurgió fuerte y renovado; tan renovado que nuevos matices como su versión salvaje, surgieron a pesar de las convenciones que la mayoría de los países demócratas se autoimpusieron en búsqueda de parámetros que los volverían, tiempo después de la Segunda Guerra Mundial, en naciones desarrolladas. Entonces un nuevo debate surgió: debe o no el Estado intervenir en el libre mercado.

Hay sectores que se escandalizan cuando escuchan términos como “redistribución” o “intervención”, sin darse cuenta que gran parte del alejamiento del Estado en tareas regulatorias al libre mercado ha devenido –sobre todo en países latinoamericanos– en mayor corrupción y ha derivado (queramos reconocerlo o no), en prácticas ahora tan bien definidas como el “capitalismo de Cuates”.

El nuevo New Deal
Es muy probable que Keynes ya haya sido superado con nuevas ideas que refrescan (o ponen en sintonía más exacta con la realidad) la teoría económica, no obstante, debemos reconocer la vigencia de muchas otras ideas que podrían ponerse en una nueva perspectiva ante lo que será, según muchos, el nuevo reto que en materia económica enfrentará la humanidad.

Es un hecho –al menos así lo pienso–, que el Estado tendrá una intervención determinante en aquellos países que saldrán más rápido de la crisis (el dinero que Trump o la Unión Europea destinarán en esta primera etapa del problema para apoyar a empresas e individuos, es sólo el inicio del flujo de capital que los gobiernos tendrán que destinar a la reconstrucción de sus respectivos países). Eso, de alguna manera, conllevará una férrea vigilancia de hacia dónde van los recursos, cómo se destinan y, en resumen, a ponerle nuevas reglas al mercado. 

Sin embargo, lo más importante para cualquier tipo de reconstrucción –o rescate–, es incentivar el empleo con puestos de trabajo que permitan que el consumo crezca y el ciclo económico se complete. 

Muchas empresas saldrán lastimadas. Promover el empleo será no sólo una tarea exclusiva de los gobiernos como patrones (la proyección y puesta en marcha de obras de infraestructura –viables y con futuro–, así como nuevas reformas legales que se alineen a un nuevo orden laboral que además terminen con sindicalismos opacos), sino que los gobiernos también deberán servir como un apoyo institucional hacia las empresas, dándoles flexibilidad fiscal y tratamiento especial a aquellas que no sólo contengan su planta laboral sino que la mejoren en términos de percepciones.

Para ello, los gobiernos necesitarán mucho dinero que forzosamente tendrá que venir de dos fuentes: los ahorros y los préstamos. Todo eso derivará, por supuesto, en un aumento del déficit que será tan momentáneo como la atracción y conservación de nuevas inversiones lo permita.

La clave de todo ello será el respeto a la ley: sin legalidad regresaremos siempre al punto de partida.

La duración
Muchas medidas a las adicionales –algunas más incómodas que otras– deberán ser tomadas a modo de facilitar el camino a una rápida recuperación. La convención de todos los factores financieros es más que necesaria. Trabajar sobre las tasas de interés bancarias, sobre los créditos y llamar al orden a aquellas instituciones financieras que se manejan al borde de la legalidad; buscar las mejores estrategias para hacer competitivas las monedas y dar facilidades a la exportación, son medidas que, sí o sí, tendrán que darse.

Cierto que el viejo New Deal pudo contabilizar beneficios relativamente rápido (un par de décadas después del inicio de la crisis), debido a la producción de armas para la Segunda Guerra Mundial, lo que permitió la generación a gran escala de empleos; sin embargo –y es mi opinión–, ahora la tecnología será ese gran asidero que permitirá una aceleración de la recuperación: el incentivo –también a Universidades– que privilegien la educación tecnológica con sus debidas áreas de investigación y puestos laborales disponibles inmediatamente después del fin del ciclo educativo, será algo indispensable.

No va a importar si las economías son pequeñas o grandes para que las recuperaciones sean más rápidas o más lentas –la obviedad en esto se da por sí misma–, sino la disciplina con la que se impongan los cambios y los acuerdos que se generen hacia adentro de sus sociedades. Un viejo proverbio africano dice: "Si piensas que eres demasiado pequeño para cambiar las cosas, es porque nunca has dormido con un mosquito en la habitación."

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La Revolución

  por Manuel Moreno Rebolledo Con 110 años de edad, la Revolución Mexicana –impulsada por la pequeña burguesía de la época y con un ideario...