julio 12, 2012

Con el Prestigio en Juego


Originalmente, la palabra prestigio tenía connotaciones negativas pues se refería a cierta pomposidad que era tomada como mal gusto (afectación, prosopopeya, soberbia), de hecho, la raíz latina de la palabra prestigium, significaba engaño, truco.

Actualmente, el prestigio se alcanza cuando se ganan y combinan la admiración, el respeto y la confianza y el término se aplica tanto al mundo del arte como al mundo gremial: periodistas, médicos, abogados, arquitectos, etcétera.

El prestigio tiene ahora un significado positivo pues describe una determinada estima y una reputación obligadamente sólida. Algunas instituciones, empresas e incluso, algunos acontecimientos podrían ser descritos como prestigiosos, en cuyo caso vale la pena ser asociado con estos.

Cuando este artículo llegue a tus manos, muy probablemente ya sepas quién va a gobernar nuestro país durante los próximos seis años. Más allá de qué candidato gane –algo que desde luego nos debe importar a todos y debemos mantener muy bien vigilado–, habrá que observar el desempeño que a lo largo de estos seis meses (sobre todo), han tenido las casas encuestadoras que, ya sea pagadas por un medio o pagadas por los contendientes, hicieron un trabajo de demoscopia política que pretendió medir las preferencias electorales de los hipotéticos votantes. Nadie se juega su prestigio tan constantemente como estas empresas.

Cada tres años ocurre lo mismo y cada tres años –afortunadamente para ellos–, a los dos años y medio ya vamos olvidando quién o quiénes fueron los más acertados en pronosticar (finalmente la demoscopia se fundamenta en opiniones y aficiones y estas pueden o no cambiar constantemente), el resultado final de una elección intermedia o una elección presidencial. Nuestra memoria se vuelca más sobre los ganadores y perdedores de una elección, que sobre quién pronosticó su triunfo o fracaso.

Independientemente de que el trabajo de una casa encuestadora radica en el estudio de las opiniones, aficiones y comportamiento humanos mediante encuestas y sondeos de opinión, es un hecho sabido que no todas trabajan con la misma metodología ni con el mismo universo (número y tipo de personas a encuestar); y tampoco importa mucho si todas estas empresas se ponen de acuerdo en ello o no, finalmente lo que importa es que su resultado tenga una utilidad: Tanto en el caso de una encuesta para una marca o producto como para un partido político o candidato, que los estudios proporcionados con base en sus pronósticos lleven a tomar las decisiones adecuadas.
Por ello es que a lo largo de estos meses, encontramos resultados tan disímbolos en las encuestas de los candidatos. Por una parte tuvimos a una Consulta Mitofsky que a lo largo de la contienda mantuvo una ventaja casi similar en favor de Peña Nieto por encima de los demás candidatos; a Demotecnia (de María de las Heras), que mantuvo mucho más cerrada la elección al igual que Berumen y Asociados, el periódico Reforma y Covarrubias, y por otra parte tuvimos las encuestas que mandó a hacer el propio López Obrador que le daban una mínima ventaja por encima del candidato del PRI.

Un fenómeno de percepción muy curioso es el efecto de transferencia de reputación que sufren estas encuestadoras dependiendo del candidato a quien favorezcan (voluntaria o involuntariamente), con sus resultados. Me explico:

Los detractores de Peña Nieto –de acuerdo con su percepción– vieron, durante estos meses, cómo “los priístas cuchareaban las encuestas” para beneficiar a su candidato y sólo hacían válidas aquellas encuestas que favorecieran a López Obrador o a Josefina Vázquez Mota, dependiendo de quién estuviera más cerca de su corazón (siempre he pensado que, al menos en nuestro país, las opiniones políticas de la mayoría de la gente son poco informadas y responden más a una cuestión visceral que razonada).

Por otra parte, aquellos que siempre estuvieron a favor del candidato del PRI, defendieron “a capa y espada” el gran prestigio de las casas encuestadoras que, como Mitofsky, se mantuvo dando más de diez puntos de ventaja a su candidato, aduciendo (aun sin saber algo al respecto) la seriedad de la metodología utilizada por estas casas, haciéndolo con un entusiasmo tal, que realmente parecía que sabían de lo que estaban hablando.

En la segunda parte del capítulo X de su Quijote, Cervantes nos vuelve a dar una lección entrañable (como todas las plagadas en el libro): “Dime con quién andas y decirte he quién eres” que después, la prosapia popular, cambió al refrán que ya conocemos y que bien aplica en la percepción de la gente con respecto a las encuestadoras.

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