Originalmente, la palabra prestigio tenía connotaciones negativas pues
se refería a cierta pomposidad que era tomada como mal gusto (afectación,
prosopopeya, soberbia), de hecho, la raíz latina de la palabra prestigium, significaba engaño, truco.
Actualmente, el prestigio se alcanza cuando se ganan y combinan la
admiración, el respeto y la confianza y el término se aplica tanto al mundo del
arte como al mundo gremial: periodistas, médicos, abogados, arquitectos,
etcétera.
El prestigio tiene ahora un significado positivo pues describe una
determinada estima y una reputación obligadamente sólida. Algunas
instituciones, empresas e incluso, algunos acontecimientos podrían ser
descritos como prestigiosos, en cuyo caso vale la pena ser asociado con estos.
Cuando este artículo llegue a tus manos, muy probablemente ya sepas
quién va a gobernar nuestro país durante los próximos seis años. Más allá de
qué candidato gane –algo que desde luego nos debe importar a todos y debemos
mantener muy bien vigilado–, habrá que observar el desempeño que a lo largo de
estos seis meses (sobre todo), han tenido las casas encuestadoras que, ya sea
pagadas por un medio o pagadas por los contendientes, hicieron un trabajo de
demoscopia política que pretendió medir las preferencias electorales de los
hipotéticos votantes. Nadie se juega su prestigio tan constantemente como estas
empresas.
Cada tres años ocurre lo mismo y cada tres años –afortunadamente para
ellos–, a los dos años y medio ya vamos olvidando quién o quiénes fueron los
más acertados en pronosticar (finalmente la demoscopia se fundamenta en
opiniones y aficiones y estas pueden o no cambiar constantemente), el resultado
final de una elección intermedia o una elección presidencial. Nuestra memoria
se vuelca más sobre los ganadores y perdedores de una elección, que sobre quién
pronosticó su triunfo o fracaso.
Independientemente de que el trabajo de una casa encuestadora radica
en el estudio de las opiniones, aficiones y comportamiento humanos mediante
encuestas y sondeos de opinión, es un hecho sabido que no todas trabajan con la
misma metodología ni con el mismo universo (número y tipo de personas a
encuestar); y tampoco importa mucho si todas estas empresas se ponen de acuerdo
en ello o no, finalmente lo que importa es que su resultado tenga una utilidad:
Tanto en el caso de una encuesta para una marca o producto como para un partido
político o candidato, que los estudios proporcionados con base en sus
pronósticos lleven a tomar las decisiones adecuadas.
Por ello es que a lo largo de estos meses, encontramos resultados tan
disímbolos en las encuestas de los candidatos. Por una parte tuvimos a una
Consulta Mitofsky que a lo largo de la contienda mantuvo una ventaja casi
similar en favor de Peña Nieto por encima de los demás candidatos; a Demotecnia
(de María de las Heras), que mantuvo mucho más cerrada la elección al igual que
Berumen y Asociados, el periódico Reforma y Covarrubias, y por otra parte
tuvimos las encuestas que mandó a hacer el propio López Obrador que le daban
una mínima ventaja por encima del candidato del PRI.
Un fenómeno de percepción muy curioso es el efecto de transferencia de
reputación que sufren estas encuestadoras dependiendo del candidato a quien
favorezcan (voluntaria o involuntariamente), con sus resultados. Me explico:
Los detractores de Peña Nieto –de acuerdo con su percepción– vieron,
durante estos meses, cómo “los priístas cuchareaban
las encuestas” para beneficiar a su candidato y sólo hacían válidas aquellas
encuestas que favorecieran a López Obrador o a Josefina Vázquez Mota,
dependiendo de quién estuviera más cerca de su corazón (siempre he pensado que,
al menos en nuestro país, las opiniones políticas de la mayoría de la gente son
poco informadas y responden más a una cuestión visceral que razonada).
Por otra parte, aquellos que siempre estuvieron a favor del candidato
del PRI, defendieron “a capa y espada” el gran prestigio de las casas
encuestadoras que, como Mitofsky, se mantuvo dando más de diez puntos de
ventaja a su candidato, aduciendo (aun sin saber algo al respecto) la seriedad
de la metodología utilizada por estas casas, haciéndolo con un entusiasmo tal,
que realmente parecía que sabían de lo que estaban hablando.
En la segunda parte del
capítulo X de su Quijote, Cervantes nos vuelve a dar una lección entrañable
(como todas las plagadas en el libro): “Dime con quién andas y decirte he quién
eres” que después, la prosapia popular, cambió al refrán que ya conocemos y que
bien aplica en la percepción de la gente con respecto a las encuestadoras.